Image: Piedra rota

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Poesía

Piedra rota

José Ramón Ripoll

21 junio, 2013 02:00

José Ramón Ripoll

Tusquets. Barcelona, 2013. 168 páginas, 14 euros


La piedra, su dureza, su perdurabilidad, la cosa que no sirve y sin embargo está ahí, disponible para lo que se quiera hacer con ella, lo que vive desgajado de la materia, el fragmento del todo. Basten esas notas para dejar advertido que hay una riqueza de significaciones en la piedra, una piedra que el azar pone a la vista y que, por la profundidad de la mirada, viene a ser una especie de objeto mágico que abre al sujeto las puertas de la revelación, de la meditación, una piedra, entonces, que merece ser nombrada como la de sabiduría. La piedra en su opacidad ilumina, da luz, da a luz al poema.

José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952), poeta, ensayista, musicólogo, activista de la poesía, que ha mostrado su altura poética una y otra vez en sus publicaciones -la reunión de tres de ellas en Hoy es niebla (2002) dio en un libro en verdad importante-, toma ahora la piedra, una cosa del mundo en general insignificante, como centro, "lugar de espera,/ punto de partida", de sus poemas y desde ella eleva un decir que, entre otras cosas, es una indagación sobre sí mismo, "en su cantar/ se escribe el pensamiento/ ahora de mi existir", y en definitiva sobre el ser: el ser de la piedra, el del tiempo, el ser del poeta, el ser de la palabra.

Todo el libro responde a una cosmovisión de correspondencia universal, cabría decir, todo está ya ahí, en la piedra, ya sea como genealogía, "nos recuerdas que también fuimos piedra", ya como testimonio y razón de la existencia y de la identidad, "sólo un guijarro entre las manos/ asevera quién soy". Esta piedra omnipresente en estas páginas es una especie de musa poderosa o, mejor, de libro ya escrito aunque en una lengua oscura, callada, que habrá de ser descifrada, para leer en él el decir del mundo. Y es que la piedra, en su estar inerte, contiene para quien sabe mirarla con ojos penetrantes, creadores, el universo, "el agua, el agua misma/ dentro de ti, las otras piedras que la marea arrastra", nada queda fuera, si bien su presencia se da bajo forma de secreto, un secreto que sólo la experiencia de ello hecha palabra poética puede sacar a la luz.

A esa correspondencia hay que sumar la conciencia de una realidad que está más allá de la inmediata, otro mundo, igualmente secreto para el habla de todos los días, que late tras el mundo y que es lo que a la poesía le estaría encomendado, encuentra su paralelo en un asunto que Ripoll ya ha explorado anteriormente. Se trata de adentrarse en lo que los nombres esconden, en cómo el mundo, su experiencia, se transmuta en lenguaje: "Del recuerdo ondulado de esta tarde que cae/ se forma una palabra que la nombra". Ahora bien, esa palabra es, así lo dice el mismo poema inmediatamente antes, "un susurro/ que se hace música al mirar". Susurro y música, manifestaciones de sonidos que no alcanzan, por tener difuminada la significación, el ser signos y de ello es bien consciente el poeta al escribir, por ejemplo, "Aquí eres tinta de la ausencia,/ allí, testigo del vacío". Por otra parte, la música se da en los poemas como musicalidad. Aquí el verso es canto. Es una música que hacía resonar sus acordes en el pensamiento de los pitagóricos o en los poemas de fray Luis de León, por citar dos casos memorables, y que da fe de una idea de armonía cósmica. Con Piedra rota Ripoll añade un excelente libro a un conjunto poético sin duda de excelencia.

(Signo roto)

Esta inscripción grabada por la sal en la arena:
signo desnudo
que se resiste al mar y al viento,
signo quebrado que encierra en su relieve
toda la luz de aquel hallazgo,
el destello de tu cuerpo ofreciéndote
a quien nombraba sin saber,
signo de ti sin nadie,
señal de mi escritura,
signo roto.