Image: Joyce. Poesía completa

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Poesía

Joyce. Poesía completa

James Joyce

17 mayo, 2007 02:00

James Joyce

Trad. José A. Álvarez Amorós. Visor. Madrid, 2007. 206 páginas. 10 euros

Los poemas escritos y publicados de un narrador -máxime si se trata de uno tan destructor de normas como lo fue James Joyce- despiertan siempre sorpresa y recelos. ¿Nos encontramos ante un poeta ocasional o esos versos complementan el afán de ruptura del narrador? Hacemos estas valoraciones previas porque, sobre todo, Joyce fue el autor del Ulises, publicada en París en 1922 gracias a los buenos oficios de aquel protector e iluminador de escritores que fue Ezra Pound. Se edita el Ulises en un año que parte en dos su producción literaria, pero no sólo la narrativa, sino también la poética. Quiero decir que la aventura creativa que supone la poesía de Joyce va muy unida al proceso creador de su prosa y, por ello, la debemos considerar como valiosa.

Otro asunto es que su primer libro de poemas, Chamber music (Música de cámara) esté más acorde con las narraciones breves de Dublineses (1914) -o con Retrato de un artista adolescente (1916)-, que con la transformación a la que sometió a su obra a partir del Ulises, incluida la poética. José Antonio Álvarez Amorós -traductor y prologuista de esta edición- describe de manera pormenorizada este proceso de transformación del conjunto de la obra de Joyce, a la luz de las claves de su vida, pero también de los libros que va publicando en medio del desasosiego de los viajes que emprendió a Europa y por Europa, donde moriría en Zurich en 1941.

Sorprende, ante todo, que el autor del Ulises sea el de un libro como Música de cámara, en el que la fidelidad a las formas y a las lecturas clásicas son tan evidentes. Pareciera que hubiese emprendido un ejercicio de fidelidad expresiva a la tradición, tratando el tema central del libro -una historia de amor- con el regusto del epigrama de los latinos y de la lírica medieval, sobre todo en los poemas escritos en versos de arte menor. El traductor sigue fielmente este ejercicio, salvando en ocasiones la rima, como en el poema XXIV. Un lirismo musical tiembla en cada uno de los poemas y sólo el último ("Oigo un ejército embistiendo la tierra…"), parece abrir un nuevo lenguaje y un mayor grado de imaginación.

Con el segundo libro de poemas, Pomes penyeach (Poemas a penique, 1927) su poesía denota ya la influencia de un tiempo sometido a los cambios de su prosa y, en concreto, al Ulises. Poemas a peniques supone un gran cambio, ya desde el mismo título del libro, con el que juega al aunar en una misma palabra dos sutiles sentidos (poma-poema). Luego, el itinerario creativo de los poemas, que el autor fecha cuidadosamente, así como su largo periodo creativo (1904-1924), les proporciona una riqueza, una disparidad de tonos que nada tiene que ver con la unitaria pulcritud del primer libro. Un último y derramado poema, "Oración", parece cerrar una etapa y abrir otra, la de los "Otros poemas", que sólo serán tres: "El santo oficio", "Gas de quemador" (su poema más conocido, amargo y ambicioso) y "Ecce puer", en el que parece volver a la concisión de sus años juveniles. Pero nos engañaríamos, pues en este texto la poesía se condensa por la influencia del pensamiento y del sentido de piedad; algo que sólo proporcionan los años. "Amor" y "piedad" son, pues, dos palabras claves en ese momento final de su Poética. El traductor hace bien en subrayar la valía de este breve poema, que considera una "pequeña y trabajada muestra de madurez". Joyce, sin embargo, se había decidido ya por otro tipo de lenguaje y por el que será su género por excelencia. Trabajaba en esa otra obra central de su narrativa que es Finnegans Wake (1939).

Ahora, ay ahora, por esta tierra parda...

Ahora, ay ahora, por esta tierra parda
Donde el amor compuso música tan melodiosa
Los dos deambularemos cogidos de la mano,
Tolerantes en honor de una antigua amistad
Sin afligirnos porque nuestro amor fuera alegre
Y ahora tenga así que terminar.

Un pícaro ataviado de rojo y amarillo
Golpea y golpea un árbol
Yen derredor de nuestra soledad
La brisa silba con jovialidad.
Las hojas... no suspiran lo más mínimo
Cuando el año las arrebata en Otoño.

¡Ahora, ay ahora ya no escucharemos más
Ni el villancico ni el rondó!
No obstante nos besaremos, mi amor,
Antes del triste adiós al declinar el día.
No te aflijas, corazón, por nada...
El año, el año ya se acaba.

Poema extraído de Música de cámara