Poesía

El jersey rojo

Joaquín Pérez Azaustre

8 junio, 2006 02:00

Premio Loewe de Creación Joven. Visor, 2006. 78 págs, 8 euros

Abrir este libro y encontrar como lema el verso de Pere Gimferrer en Arde el mar "Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos", uno de los más memorables de la poesía contemporánea, es todo un indicio de que se participa de alguna de las claves de lo poético.

Pero una presentación como ésa implica también asumir no pocos riesgos y este libro sale más que bien parado de este reto. Con una obra extensa y variada -sus dos libros anteriores también fueron premiados: Una interpretación ganó el Adonais y Delta fue accésit del Gil de Biedma-, Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) tiene ya una personalidad literaria que El jersey rojo no hace sino asentar. Comenzar por "Estar en otra parte es estar dentro" y enseguida "Mirar es situarse,/ y uno se contempla al contemplar" sirve para trazar una poética al afirmar que sea cual sea el lugar donde se tome la palabra no es posible desarraigarse de uno mismo, y cómo la visión de lo exterior no permite distanciarse de la visión de uno mismo. Así, decir es siempre decirse y mirar es verse. Y "Somos el intercambio de unas máscaras" resume una concepción de la escritura moderna de Rimbaud a Pound y al mismo Gimferrer, con lo que todo lo relativo a la voz, resulta movilizado por una deriva sin centro.

Lo anterior explica la inclusión de dos poemas en prosa que se presentan como transcripción de dos noticias relacionadas con el arte. Textos que sirven para decir cómo la escritura es siempre reescritura y todo texto no hace sino inscribirse en la red de la textualidad y tejer vínculos con otros textos. Saber todo esto, y saber decirlo poéticamente, pone de manifiesto que el autor tiene muy claros cuáles son algunos de los problemas que plantea escribir hoy, y su escritura es su respuesta. Ahora bien, lo anterior no pretende sugerir que estos poemas sean pensamiento sin aliento vital. Por el contrario, aunque se declara que "nunca fue más bello el engaño", también se lee que "Escribo porque me salva" y, así, lo que resulta es que se responde a una necesidad de artificio, pero un artificio que no es algo ajeno a la vida, sino que le pertenece a ésta. Porque escribir no es levantar un simulacro de voz, sino hacerse otra voz, ejercicio de recreación donde uno mismo se crea.