Image: Elegías menores

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Poesía

Elegías menores

José Jiménez Lozano

1 mayo, 2002 02:00

José Jiménez Lozano. Foto: Mercedes Rodríguez

Pre-Textos. Valencia, 2002. 206 págs., 14 euros

Cuando José Jiménez Lozano publica su primer libro de poemas, Tantas devastaciones, ya era un escritor que parecía tener hecha la parte principal de su obra: sus narraciones, sus dietarios, sus meditaciones sobre la mística y Castilla le habían otorgado un lugar cierto en la historia de la literatura y en el corazón de los lectores.

La poesía en verso (a la poesía en prosa se acercaban muchas páginas suyas) parecía un violín de Ingres, un entretenimiento marginal. Cuando aparecieron las Poesías de Unamuno (y su autor tenía 43 años) algunos pensaron lo mismo.

Y ciertamente algo hay de improvisación, de desahogo, de dejar correr la pluma al margen de otros trabajos de más empeño, en la poe-sía de Jiménez Lozano. Ocurría en Tantas devastaciones, en los libros que siguieron, ocurre en estas Elegías menores. Un poeta riguroso habría pulido, retocado acá y allá, eliminado algunas ocurrencias poco afortunadas. Pero no tardamos en disculpar lo que en los libros poéticos de Jiménez Lozano hay de borradores silvestres. De pronto, acá y allá, nos sorprende el milagro de unas pocas palabras verdaderas, un poema que parece hecho de nada, como cierta poesía de Oriente, como la poesía última de Eugénio de Andrade: "En la noche, la lluvia/llamó a mis cristales/con sus ágiles dedos/y acudí con mi lámpara./Más ella/visitó mis geranios descuidados/y se fue presurosa".

Al haiku y a la tanka se aproximan muchas Elegías menores: "Tras la lluvia,/en el jardín de arena,/un guijarro negro relucía/como el ojo del mundo./Y quizá lo era". Otros poemas remiten a la epigramática griega y latina: "Amadísima fue Claudia;/Hades la raptó mientras jugaba,/y dejó un rastro de lágrimas,/ y un carrito de arcilla con sus bueyes./No vio seis veces/florecer las rosas".

¿Poesía tópica? Sí, aquí están todos los tópicos de la poesía de siempre, los que repiten, sin cansarse, los poetas de China y Japón, los poetas de todas las épocas: la luna y la lluvia en la noche, el otoño y la primavera, ruiseñores y jardines, la blanca nieve y el súbito relámpago... Pero no tardamos en dejar a un lado la sonrisa desganada, en sentirnos fascinados como ante la magia repetida de cualquier amanecer.

Un animado bestiario llena la primera parte del libro, "Los lirios del campo y las aves del cielo". El poeta parece querer hacerse niño porque sólo los niños entrarán en el reino de los cielos. A veces, como en "El gato de Spinoza", juega incluso a parafrasear una canción infantil: "La casa de Espinosa/es particular,/no tiene tristeza/como las demás". No es un poema muy afortunado, ejemplifica bien lo que en el quehacer poético de Jiménez Lozano hay de improvisación. Copio la siguiente estrofa de la variación espinosiana sobre "El patio de mi casa": "El viejo judío,/cuando pule lentes,/ se fuma una pipa/y escribe papeles". Difícil resulta hacer tantas cosas al mismo tiempo... Aunque quizá resulte algo ridículo pedir lógica a lo que no pasa de un juego. Quizá en exceso pueril, como en algunos otros momentos.

Prescindibles parecen también algunas glosas de lecturas, ciertas tanteantes paráfrasis, anécdotas con el plomo de la moraleja. Pero esos pasajes menores ayudan a resaltar los aciertos y contribuyen al clima emocional del conjunto.
Poeta tardío, poeta a su aire, Jiménez Lozano, más empeñado en ser verdadero que en ser original, poeta todo él mirada y memoria, mirada de niño, memoria de quien ha vivido mucho y todavía asocia el mes de julio con tres señales: "amapolas, /el canto de la alondra,/y un muerto junto a una tapia, /amaneciendo".

Hay muchos poemas en este libro que se nos quedan en la mejor antología, en la única que nos acompaña siempre, la de la memoria, pero si hubiera que seleccionar uno solo es posible que yo escogiera al escueta enumeración de cotidianidades y asombros que constituyen una vida, cualquier vida, por las que hemos de pagar "El precio" (así se titula el poema) de la muerte. "Quizá no sea tan caro", concluye.