El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el de argentina, Javier Milei. Diseño: Rubén Vique,

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el de argentina, Javier Milei. Diseño: Rubén Vique,

Ensayo

'El rugido de nuestro tiempo', de Carlos Granés: cuando el arte se pliega a lo 'woke' y la política al espectáculo

A través de figuras como Milei o Jeff Koons, el ensayista colombiano analiza los riesgos del moralismo contemporáneo y advierte sobre las nuevas divisiones mundiales.

Más información: 'La trampa identitaria': una mirada progresista a las contradicciones del movimiento 'woke'

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El antropólogo Carlos Granés (Bogotá, 1975) es uno de los pocos ensayistas que abordan temas políticos que llegan recomendados desde cualquier lado del espectro.

El rugido de nuestro tiempo

Carlos Granés

Taurus, 2025. 208 páginas. 19,90 €

Su perfil explícito es el de un liberal agotado de los mesianismos latinoamericanos y que observa con temor cómo la Europa en la que vive y trabaja repite errores de su región de origen.

Y, desde esa posición, lanza mandobles razonados y pacientes a diestro y siniestro. No hay que estar de acuerdo con sus tesis para disfrutar y aprender de sus páginas.

A través de sus colaboraciones habituales en prensa y de libros como Salvajes de una nueva época o Delirio americano (ambos en Taurus), Granés se ha ganado una justa fama de analista fino y mordaz, con un conocimiento profundo de la historia política y cultural, no solo latinoamericana.

Con El rugido de nuestro tiempo sigue la línea trazada en sus anteriores obras y aborda tres “rugidos” alrededor del malestar social y las guerras culturales de nuestros días.

El primero de ellos tiene que ver con la paradoja que hemos visto desarrollarse ante nuestros ojos en los últimos años: “Mientras los presidentes se convertían en rockstars, trols y performers, los creadores asumían la misión de señalar los males del mundo”.

El arte de la primera parte del siglo XXI era extravagante, experimental, rebelde e incluso infantil (ahí estaban Koons o Hirst), mientras la política tenía perimetrado el círculo institucional de comportamientos admisibles.

“Lo difícil era imaginar que la respuesta a la amoralidad de estos creadores sería una dosis abrumadora de moralismo cultural”, escribe Granés.

Granés no niega la justicia de los fines del movimiento woke, sino los peligros
de sus medios

En nuestro panorama mediático y editorial, pocos autores han tratado el fenómeno woke con el equilibrio con el que lo hace Granés, que no niega la justicia de sus fines, sino los peligros de sus medios.

Y, sobre todo, que no lo concibe como un palo con el que pegar a la izquierda, sino que alerta de una pulsión moralista, puritana y “canceladora”, la imponga quien la imponga, y que fue en primer lugar patrimonio de la derecha. Ilustrativo al respecto es el ejemplo que nos ofrece de un Rudy Giuliani que pasa de escandalizarse ante muestras de arte en Nueva York en los 90, a defensor acérrimo del inmoral Trump.

El resultado ha sido una “nueva literalidad que empezó a carcomer el mundo de la cultura, obligando a las obras a alinearse en el campo del bien y a frenar el paso del mal”.

Así, “se perdió la sorpresa y la aventura”. Un análisis que en el texto comparte Angélica Liddell, último Premio Nacional de Teatro. Quizá quepa ver la coincidencia como un síntoma de que algunas cosas empiezan a cambiar.

El segundo rugido tiene que ver con la política, que ha reemplazado al arte en la incorrección y las ganas de romper cosas. Porque “lo que antes se exorcizaba a través del arte, ahora se satisface con la política”.

Se unen aquí ese afán de incorrección con el peligro del mesianismo, tan habitual en América Latina. Y se detiene en ejemplos diversos, a izquierda y derecha, como los de Gustavo Petro, Nayib Bukele, Nicolás Maduro o Javier Milei. También en otros más discutibles, como Gabriel Boric, aunque finalmente le reconozca su cambio progresivo.

El tercero gira alrededor de España, América Latina y las distintas miradas culturales y políticas desde ambas orillas.

Otra paradoja que resume así: “si los decolonialistas buscan la soledad americana y los panhispanistas la soledad hispánica, los hispanotrumpistas parecen encandilados con la idea de acabar con el orden mundial, democrático y liberal, que moldeó la idea de Occidente tras la derrota del fascismo”.

Atrapados en esos rugidos y en esas paradojas, leer libros reposados como este ayudan a elevar la mirada y entender un poco mejor el tiempo confuso que nos ha tocado en suerte.