Ensayo

Connolly: Obra selecta

Cyril Connolly

12 enero, 2006 01:00

Connolly, hacia 1950, en su despacho del London Sunday Times

Trad. de M. Aguilar, M. Bach y J. Fibla. Lumen, 2005. 848 páginas, 28 euros

Los ingleses inventaron la reseña literaria hace un par de siglos, y con el correr de los tiempos han convertido la crítica de las novedades editoriales en una profesión seria y exigente. Connolly figura en el cuadro de honor del oficio por la indendencia de su mente literaria.

Sus páginas ayudan a ventilar las ideas críticas y por eso Enemigos de la promesa (1938), incluido en esta selección, constituye lectura gustosa para los letraheridos. Ningún reseñista en lengua española ha exhibido jamás esa mezcla de saber, visión propia del panorama literario y valentía a la hora de expresar una opinión.

Cyril Connolly (1903-1974) cortó una figura peculiar. Su padre era militar, lo que le permitió conocer la colonia inglesa por dentro, pues vivió, entre otros lugares, en Gibraltar y Suráfrica. Fue educado en dos instituciones exclusivas de Gran Bretaña, el colegio privado Eton y la universidad de Oxford. Por ello, sus conexiones fueron siempre del calibre intelectual de George Orwell, Anthony Powell, o Evelyn Waugh, el autor de Brideshead Revisited. Este hombre feo, amante de la buena mesa y de las mujeres, nunca gozó de holgados medios económicos y vivió siempre de la pluma, es decir, condenado a la estrechez. Y aunque sus artículos fuesen controversiales y enfurecieran a amigos y extraños, nunca nadie dudó que era un gran reseñista y amante de los libros.

Ejerció la crítica literaria en diversos periódicos y revistas. El "New Stateman" le envió a Barcelona, a cubrir el comienzo de la guerra civil española, donde escribió páginas semejantes a las contenidas en Homenaje a Cataluña de su amigo Orwell. Lo más recordado es su trabajo al frente de la revista "Horizon", que dirigió de 1939 a 1950, defendiendo la dignidad del pensamiento antifascista con un vigor y una valentía enormes. Hemos olvidado otras publicaciones suyas, como la novela The Rock Pool.

El libro presente contiene una riqueza de material sustancial, bastante desconocido en castellano. Lo mejor del volumen, Enemigos de la promesa, había sido publicado ya en la desaparecida editorial Versal (1991), y esta traducción es la misma de Jordi Fibla. El tomo rebosa de apreciaciones dignas de memoria, quizás las dedicadas al cambio del estilo a través de los años serían las mejores escritas sobre el tema. Connolly expresa sus ideas con mucha miga, pero con sencillez, lo que pudiera hacer que el lector desatento pase por alto su verdad. "Un gran escritor crea un mundo propio y sus lectores se enorgullecen de vivir en él. Un escritor inferior podrá atraerlos durante un momento determinado, pero muy pronto los verá marcharse en fila" (pág. 46).

El apartado "De varia re", una selección de artículos, contiene piezas notables, como la titulada "El movimiento moderno", donde encontramos una especie de canon moderno razonado, o "Albert Camus, símbolo de una época", una defensa del compromiso autorial. La graciosa parodia, "Bond cambia de chaqueta", permitirá al lector acercarse al humor sin malicia del crítico. Un aspecto a destacar, evidente en el libro entero, es el carácter abierto de Connolly, que sabe apreciar a los diferentes escritores según sus cualidades. Conjuga el aprecio por los grandes artistas continentales, como Gide, Proust o Saint-Exupery, con el James Joyce irlandés, Retrato de un artista adolescente, o James genial de Ulysses, con su aprecio por un poeta fascista como Auden o por el gran artífice del verso T. S. Eliot. Muchas veces ha sido considerado el anti-Bloomsbury, la gente exquisita que se reunía en torno a Virginia Woolf, pero en realidad sus escritos lo presentan como el crítico abierto por excelencia a las cambiantes condiciones de la literatura.

Este libro debe de ser lectura obligatoria para cuanto crítico aspire escribir reseñas dignas. Los escritores, por su lado, aprenderán en sus páginas a tomar las medidas al arte de la palabra. Además, debe servir de firme contraste con críticos más recientes, como Harold Bloom, cuyas obras al lado de las de Connolly palidecen, son flores sin vida, académicas, porque los artículos del inglés fueron escritos a pie de libro, no junto a los estantes de una biblioteca. Y cierro: los traductores merecen un aplauso, pues Connollly llega limpio, sin ninguna interferencia.