Image: La simiente enterrada

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Ensayo

La simiente enterrada

Antonio Colinas

28 abril, 2005 02:00

Antonio Colinas. Foto: Bernabé Cordón

Siruela. Madrid, 2005. 224 páginas, 19’23 euros

"La vida de los poetas -leemos en este libro- tiembla a cada momento entre la necesidad y el azar, entre la negadora vida social y el deseo de aislamiento". Frase que parece especialmente pertinente a la hora de abordar las variadas líneas de pensamiento y vida que se cruzan en estas páginas.

Vida "de poeta", qué duda cabe, con un acusado componente interior, reflexiva y teórica, volcada hacia la búsqueda de la espiritualidad; pero también con ese otro ingrediente indisociable de la vida del escritor conocido y prestigioso: los viajes, las conferencias, los encuentros más o menos multitudinarios. Colinas ha querido reducir este último aspecto de su viaje a China a su mínima expresión: apenas algunas alusiones amables y agradecidas a sus anfitriones y a un público universitario que adivinamos tan bisoño como entusiasta. Pero parece evidente que es este armazón externo lo que da razón de ser a las páginas más sustanciosas de este ensayo disfrazado de diario o libro de viajes: es la inseguridad del viajero ante lo desconocido lo que justifica, por ejemplo, su tranquilizadora inmersión en los detalles; son las largas distancias y las consiguientes horas en avión las que dan lugar a las igualmente extensas y certeras reflexiones sobre la poesía y el pensamiento chinos; son, por último, las horas de soledad las que dan pie a los curiosos rituales íntimos con que el poeta certifica su inmersión en la espiritualidad del país anfitrión.

La China actual, con su vertiginoso crecimiento económico y su no menos sorprendente mezcla de pervivencias del pasado inmediato y de anticipos de un porvenir imprevisible, ofrece al poeta abundantes motivos para reflexionar sobre el sentido del progreso y la esperanzadora posibilidad de que éste tenga lugar sin perder de vista las raíces primeras y elementales de la espiritualidad humana: la posibilidad, en fin, de que el progreso, en esta región del mundo, no siga la senda destructora y nihilista del capitalismo occidental. Los tres polos del viaje -Pekín, Xi’an y Shanghai- representan tres estadios diferentes de este camino: el presente y sus flagrantes contradicciones, el pasado esplendoroso, el arrebatador futuro.

Pertrechado en sus lecturas -en este sentido, su libro es una utilísima guía de iniciación a la literatura y al pensamiento chinos-, el autor interioriza su viaje mediante la asunción de pequeñas tramas inconsútiles (una melodía que se repite en diversos lugares, una estatuilla de Buda que va adquiriendo relieve según el autor ahonda en su periplo interior) que traban una especie de novela del espíritu.

Es éste, decíamos, el armazón que presta consistencia al contenido más puramente ensayístico del libro. Valiosas y plenas de sentido resultan, por ejemplo, las apreciaciones sobre poesía china que en él se contienen, y muy especialmente las que, por contraste, pueden relacionarse con ciertas cuestiones de candente actualidad en la literatura española. Así, por ejemplo, su breve enunciación de los requisitos que debe reunir un haiku: "que no se aprecie [...] el ego del que lo escribe, que aluda a una de las cuatro estaciones o que se caracterice por su gran intemporalidad". Suficientes para concluir que esta clase de poemas "no se deben escribir a la ligera", como hacen tantos contemporáneos.

Igualmente valiosas resultan las observaciones sobre las tres fuentes de la espiritualidad china: el confucianismo, el taoísmo y el budismo, y la insistencia en el modo en que éstas tres corrientes tienden a un no declarado sincretismo, asumido con naturalidad por la mentalidad china. Sustenta este libro una aspiración a una suerte de sincretismo similar, de alcance universal, y trufado de preo-cupaciones muy concretas y estrictamente contemporáneas, tales como el respeto al cuerpo o la conservación del medio ambiente. Cuestiones que remiten al cuerpo central de ideas que sustentan el quehacer poético del propio Colinas, y con las que se cierra este viaje circular, mientras un teléfono insistente (¿la voz de esa "negadora vida social"?) lo reclama para otros destinos.