Image: La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX

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Ensayo

La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX

Juan Pablo Fusi

13 marzo, 2003 01:00

Ilustración de Ulises

Taurus. 408 páginas, 21 euros. edurne uriarte. España, patriotismo y nación. espasa.304 págs, 17 euros. Tomás Fernández, Juan José Laborda, Iñaki Anasagasti: España, ¿Cabemos todos?

Tres perspectivas que convergen sobre una temática más general, la del nacionalismo, y otra más próxima y candente, aunque derivada de ella, la distinta incidencia que el fenómeno de los nacionalismos periféricos ha originado y origina en España, incluyendo en esa visión de conjunto la idea de ésta, desde las visiones más extremas, como la del nacionalismo vasco, hasta el renovador enfoque que supone el concepto de patriotismo constitucional.

El trabajo del profesor Juan Pablo Fusi, notable por su ambición e iluminador por la perspectiva que presenta, la evolución en el siglo XX de esa realidad histórica que es el nacionalismo, en la complejidad y diversidad de sus expresiones concretas, resulta muy esclarecedor sobre la situación española al presentarla en un contexto comparado. En este sentido, la obra coloca en su lugar las exigencias de los nacionalistas vascos, dejando claro que su maximalismo, tras haber alcanzado un grado de autonomía incomparable a escala europea, con la escalada que supuso Lizarra, la dejación del gobierno vasco en materia de protección de los derechos ciudadanos elementales y el apoyo al brazo político de ETA, encarna una amenaza a la misma democracia al negar el pluralismo que es la esencia de la sociedad vasca.

La obra aparece dividida en tres grandes apartados que se concretan en sendas etapas de desarrollo del fenómeno estudiado. En la primera, que comprende desde finales del siglo XIX a las tres primeras décadas del XX, el nacionalismo se consolidó como movimiento de masas, se convirtió en alternativa ideológica al liberalismo y desestabilizó la política europea poniendo las bases del enfrentamiento de la I Guerra Mundial y la consiguiente creación de numerosas naciones, en su mayoría inestables. Con el tiempo, esa impronta autoritaria, populista e intolerante, que se extendió a Latinoamérica, Asia y Africa, culminó en la fascistización del nacionalismo en tres países, Alemania, Italia y Japón, cuyas ambiciones imperialistas, marcadas por la mentalidad expansiva, llevaron a la II Guerra Mundial.

En la segunda etapa, a partir de 1945, el desprestigio del nacionalismo era patente, pero sólo en Europa, donde, para erradicar la posibilidad de una vuelta a los enfrentamientos, se inició un proyecto histórico inédito de tipo transnacional, superador del asfixiante modelo nacionalista. Mientras, la cuestión de la descolonización en los continentes africano y asiático colocó en el tapete el tema nacional, por la propia dinámica de la creación de nuevos estados, pero también por la extendida interpretación ideológica liberadora con que se le quiso dotar a la lucha anticolonial. Por último, el libro recoge la reaparición de los etno-nacionalismos en Europa occidental, en especial en Irlanda del Norte, España y Bélgica, y en la Europa central y del este, con la vuelta de la balcanización y, junto a ello, las consecuencias de la descomposición de la URSS, que ha vuelto a hacer presente una realidad que se creía históricamente superada.

Fusi extrae dos conclusiones significativas sobre el nacionalismo. Primera, probablemente fue el factor de transformación y cambio más relevante de los siglos XIX y XX, por encima de las mutaciones económicas, la conflictividad social y la innovación científica y tecnológica. Segunda, que el nacionalismo fue el origen de formidables enfrentamientos con consecuencias decisivas y, a menudo, devastadoras.

De la cuestión de los nacionalismos periféricos y de la concepción de España como patria y nación, trata el ensayo, valiente, incisivo y, sobre todo, trascendental para la discusión sobre la idea de España, de la politóloga Edurne Uriarte. Dejando las cautelas a un lado, esta reflexión de la profesora me parece que marca el inicio de la derrota del discurso del nacionalismo periférico, y del de una buena parte de la izquierda, en el ámbito de las ideas sobre la configuración de la entidad española.

La autora constata que a la Transición, que cumplió rápida y eficazmente con los objetivos de finiquitar los grandes problemas que han gravitado en la historia de la España contemporánea, le ha faltado resolver uno, el asunto territorial. Pero no por la ausencia de esfuerzos, ya que los logros son gigantescos, al crearse un estado autonómico que ha cambiado de raíz la planta centralista del Estado y que ha proporcionado una amplísima autonomía a las nacionalidades denominadas históricas. ¿Cómo se ha llegado al punto de que tras más de 25 años de continuas cesiones para acomodar a los nacionalismos éstos continúen con sus exigencias como si nada se hubiera adelantado, en particular en el País Vasco donde se ha alcanzado la más alta cota de autonomía? La autora rastrea las respuestas en los elementos que configuraron el discurso de la Transición, el mismo que prácticamente perdura hasta ahora, en lo que se refiere a la cuestión de la identidad española (marginada) y de las identidades regionales (potenciadas al máximo).

La consecuencia de este discurso ha sido la potenciación de un proceso caracterizado por la artificialidad y por sus efectos contradictorios, regiones donde se fomenta un modelo de valores (exacerbación identitaria) absolutamente opuestos a los que se presentaban como adecuados para el conjunto de España (negación de la identidad emocional y concreción en la estructura jurídico-política estatal). El desvarío ha llegado al extremo en el País Vasco, donde el terrorismo nacionalista ha convertido un intento artificial de imposición de unos valores culturales y políticos en una cuestión de libertad y derecho a la vida. Paradójicamente, el efecto de este totalitarismo ha sido evidenciar que el contenido primordial de la defensa y reivindicación de los valores de la Constitución española, que muchos han esgrimido para hacer frente a la opresión nacionalista, significa la identificación de lo español con libertad y democracia, pues por ello son perseguidos y asesinados. La idea de España, ahora identificada con los valores constitucionales de libertad y pluralidad, se ha renovado para convertirse en una suerte de nacionalismo cívico.

La autora concluye que este proceso aún está cuajando, que estamos ante un cambio de ciclo histórico, pero que todavía hay fuertes resistencias. Esto se evidencia en el concepto de patriotismo constitucional, que ella cree que hay que potenciar en el primero de sus términos, en cuanto a emociones y sentimiento de adhesión, al estar el segundo debidamente desarrollado. Aquí se tropieza con la resistencia de una izquierda anquilosada en el discurso de inicios de la Transición. Sobre ella todavía pesa la carga de la lucha antifranquista en la que fue aliada de los nacionalistas, la confusión entre nacionalismo étnico y cívico y la identificación de cualquier idea de España con el franquismo. En este aspecto la derecha ha sido más abierta e innovadora y sabido recoger un sentimiento muy extendido entre los españoles. Es hora de que la izquierda comparta un discurso común sobre España como nación identificada con valores y símbolos que reflejan el orgullo por los logros democráticos y federales, el éxito de su desarrollo y bienestar, compendio de un nacionalismo cívico.

La lectura del libro coordinado por Tomás Fernández y Juan José Laborda, que cuenta con una variada gama de colaboraciones sobre la Constitución y la integración territorial de España, es la mejor piedra de toque para valorar sobre el terreno las tesis de Uriarte en torno al discurso de los nacionalismos periféricos, la izquierda y la derecha. Así, se constata cómo los nacionalistas (Anasagasti por el PNV, Carlos Aymerich por el BNG y Joan Rigol por CiU) continúan instalados en la perpetua insatisfacción por lo alcanzado, enrocándose en el victimismo, en la negación de la pluralidad interna de sus sociedades, en la pervivencia del franquismo, en sus concepciones etnicistas y negando la realidad de España como algo más que un "contenedor" jurídico-político.

Por la izquierda está representado Gaspar Llamazares, quien aún no parece haberse percatado de que España es ya, en la práctica, un estado federal, rechaza el patriotismo constitucional recogido por la derecha como deriva neonacional y recentralizadora y reconoce la autodeterminación; junto al de IU aparece el socialista López Aguilar que mantiene esa tesis blanda que critica Uriarte sobre el énfasis en el segundo de los términos del concepto patriotismo constitucional y la vieja idea de raigambre antifranquista de que hay quien persiste en la idea de la España "histórica e imperial", línea muy similar a la de Maragall.

Muy próximos a las tesis de Edurne Uriarte se encuentran Gabriel Cisneros y Alejo Vidal Quadras, una de las mentes más libres e inteligentes del PP; y también Laborda. Por otra parte, por su interés como propuestas conciliadoras, caracterizadas por su pragmatismo y capacidad de integración, aparecen las de Miquel Roca y Juan José Solozábal, Joseba Arregui y Josep Ramoneda. Finalmente, Luis Miguel Enciso proporciona la visión histórica y Enrique Barón aporta el contexto europeo, quizá la más importante vía de encaje de cara al futuro, por su metodología y concepción a la hora de abordar los problemas.

En definitiva, la lectura escalonada de los tres libros proporciona panorámicas enriquecedoras sobre el tema del nacionalismo y constituye una buena referencia a cerca de la verdadera dimensión de la cuestión nacional española en el contexto mundial, en el marco europeo y en la caracterización de sus problemas, desafíos y, ahora más que nunca, sus soluciones.