Image: Lengua y patria

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Ensayo

Lengua y patria

Juan Ramón Lodares

20 febrero, 2002 01:00

Taurus. Madrid, 2002. 214 páginas, 16’25 euros

Doctor en Filología Hispánica y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Ramón Lodares (Madrid, 1959) se ha especializado en la historia del español. Así, escribió en colaboración con Gregorio Salvador una Historia de las letras (1996) que recorría, capítulo a capítulo, las veintisiete letras del alfabeto. También es autor de El paraíso políglota (2000) y Gente de Cervantes (2001), que le han merecido el aplauso de la crítica y la condena del nacionalismo. ¿Razones? Niega la mayor: el mito de las lenguas perseguidas y que se pueda establecer "una relación directa entre lengua y cultura".

En sus dos obras anteriores, El paraíso políglota (2000) y Gente de Cervantes (2001), Juan Ramón Lodares había planteado problemas esenciales de nuestra historia y de nuestra actualidad lingöística, con la particularidad de adoptar una perspectiva esencialmente sociológica que con frecuencia se echa de menos en trabajos de esta naturaleza.

Este nuevo libro es un nuevo asedio de índole análoga, aplicado en esta ocasión al estudio del plurilingöismo español y su desigual consideración a lo largo de la historia. No puede decirse que se trate de un asunto baladí, ni perteneciente sin más al pasado. Ha alcanzado una notable actualidad y, además, no es sólo una cuestión lingöística, sino de entrañas políticas, como prueba una y otra vez nuestra vida cotidiana.

Hoy, el pensamiento más tolerante y liberal acepta no sólo que España es un país plurilingöe, sino que es necesario preservar y cultivar las variedades idiomáticas que se dan en el territorio, frente a las cuales cualquier imposición de la lengua común parece siempre un alarde de autoritarismo. Esta actitud, llevada al extremo, desemboca en los diferentes nacionalismos lingöísticos que se han exacerbado en las últimas décadas. Lodares recuerda oportunamente que la idea que vincula lengua y nación es de origen religioso, y, de hecho, la práctica religiosa de la predicación -en el caso de América, por ejemplo- y la lucha contra la Reforma se hicieron utilizando las diversas lenguas de cada lugar y amparando, por tanto, la separación de las comunidades. En España, y hasta la guerra civil, la lucha por el regionalismo lingöístico va unida casi siempre al más rancio conservadurismo político. En la República, el estatuto de Estella y la consideración del eusquera como lengua oficial fue obra del nacionalismo católico, del carlismo y del clero (pág. 132). Es la oligarquía dominante la que ha pensado siempre que el mantenimiento de los rústicos en una lengua local y estrecha garantiza su sometimiento a las minorías poderosas que, incluso conociendo dicha lengua, hablan también "el más prestigioso español que se les regatea a los rústicos" (pág. 34). Nada tiene de extraño que, en 1931, el diputado socialista Enrique de Francisco afirmara que la enseñanza del eusquera, como ya había insinuado Unamuno, sólo favorecía los intereses de la ultraderecha vasca. La defensa de una lengua común, aun dentro del respeto a las particulares, no es una creación del régimen franquista, como a menudo se dice con desenvoltura. Por el contrario, procede de corrientes de pensamiento muy diferentes -liberales y socialistas, sobre todo-, y en ellas se inscriben nombres como Stuart Mill, Meillet o Engels, a los que habría que añadir en España figuras como Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz o Unamuno (pág. 38).

Con la contundencia propia de quien maneja fuentes y datos seguros, muy alejado de esa historia fantasmagórica que hoy se enseña en algunos sitios como si fuera de curso legal, Lodares desmonta algunos errores inveterados cuya difusión sólo pueden explicar la ignorancia o el interés. Por ejemplo, todo lo relativo a la implantación de la lengua en América, que fue parcial y muy tardía -precisamente por la costumbre de predicar en las lenguas indígenas- y que sólo comenzó a extenderse en el siglo XVIII, gracias a la liberalización comercial de los gobiernos ilustrados, de modo que en América "la comunidad lingöística fue hija de la comunidad económica y no de los maestros de escuela" (pág. 89). Los intereses comerciales explican, en efecto, la extensión de una lengua común y las dificultades para mantener e imponer la lengua particular de un territorio. Los ministros de Carlos III, empeñados en la tarea de modernizar España, tomaron diversas medidas para "moderar el paisanismo", que ilustrados como Campomanes y Olavide consideraban "una verdadera calamidad pública" (pág. 91). Se entiende el encono contra los ilustrados que manifiesta el pensamiento más conservador (y bastaría recordar la acritud de Menéndez Pelayo), porque es en este sector donde se preconiza tradicionalmente la segregación lingöística. Como afirma el autor de estas páginas: "Ni el catalán ni el eusquera tendrían hoy la representación pública que tienen sin el respaldo que le [sic] brindaron sus movimientos nacionalcatólicos y la propia Iglesia como inspiradora suya" (pág. 62).

Lengua y Patria es un libro de lectura recomendable para cualquiera que pretenda entender la sociedad española. Aunque contenga afirmaciones discutibles y haya omitido la consideración de factores no ajenos a la exaltación de las lenguas territoriales -como el desarrollo de los estudios folclóricos en el último tercio del XIX-, sus páginas está llenas de datos y sugerencias útiles.