Ensayo

La lógica de lo viviente

Francois Jacob

23 enero, 2000 01:00

El subtítulo del libro, "Una historia de la herencia", desvela ya qué se propone: el conocimiento de la herencia y de la reproducción, que pasa a describir el origen de los seres en términos de información

Prólogo de R. Guerrero. Traducción de J. Senet y M. R. Soler. Tusquets. Barcelona, 1999. 315 páginas, 2.900 pesetas

Es éste un libro que podemos leer sin merma de su comprensión quienes no somos expertos en estos temas, pues parece que a nosotros está destinado. Tal disposición a hacerse entender por el profano no es el menor de los valores que debemos situar en su haber.

Otra vez -y me temo, por las trazas, que no va a ser la última- me veo impelido a excusarme ante el sufrido lector por abordar un argumento que no es de mi más cercana competencia. No hace mucho lo hice con alguna extensión, de modo que no insistiré más en ello. Afortunadamente para mis escrúpulos, es éste un libro que podemos leer sin merma de su comprensión quienes no somos expertos en estos temas, pues más bien parece que a nosotros está destinado. Tal disposición a hacerse entender por el profano, en forma realmente magistral, de un investigador eminente como Jacob, premio Nobel de Medicina en 1965 (conjuntamente con Monod y Lwoff), no es el menor de los valores que debemos situar en su haber.

El subtítulo del libro, "Una historia de la herencia", desvela ya qué se propone: el conocimiento de la herencia y de la reproducción, que pasa de la consideración del origen de los seres en función de creencias, anécdotas y supersticiones a describirlo en términos de información, mensaje y código. A su alrededor Jacob va tejiendo toda una pequeña historia de las ciencias biológicas, polarizada en dos tendencias: la integrista, para la que los organismos no son disociables y se interesa por las relaciones que mantienen entre sí, es decir, por las colectividades, y la reduccionista, para la que el organismo debe explicarse solamente por las propiedades de sus partes.

Partiendo del siglo XVII, cuando se abre el diálogo entre el hombre y la naturaleza, cuatro etapas recorre este proceso; etapas que responden a sucesivos órdenes en el análisis de las estructuras que se van manifestando en los seres vivos. Durante la primera, la estructura primaria, son las llamadas superficies visibles que la conforman. Todos los seres, vivos e inanimados, están sujetos sin distinción a la gran mecánica del universo. La historia natural, como inventario y clasificación de todos ellos, separa ya las cosas de los seres vivos y, al considerar en los últimos la propiedad de engendrar semejantes, basará su formulación en el concepto de especie. La otra corriente que en este tiempo se perfila es la fisiología derivada de la medicina, a la que no parece suficiente el mecanicismo para explicar el funcionamiento de los seres vivos; sus progresos dejan entrever que hay en ellos un orden oculto, distinto del visible, y unas relaciones entre ambos, entre la superficie y la profundidad del ser, entre el órgano y la función.

Se abre así la segunda etapa, la estructura de orden dos. Será en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, y la ciencia que así nace es la biología. El análisis no se ejerce ya sobre los elementos que componen los objetos sino sobre sus relaciones internas; lo que rige la forma, propiedades y comportamiento de un ser vivo es su "organización".

En el organismo ya no se consideran las partes por separado sino como un todo, como un conjunto integrado de funciones. Pero detrás de órganos y sustancias aparece un verdadero juego de reacciones químicas -valga la alimentación, por ejemplo- y así, una química orgánica, bisagra entre la biología y la química separa los seres de las cosas. Al final es a las células, pues en ellas se resuelve la organización, a las que hay que atribuir las propiedades de los vivientes.

A mediados del siglo XIX se produce un cambio profundo en la biología. Hasta entonces, los seres vivos eran objeto de observación; ahora, para estudiar su funcionamiento y el de sus componentes, se pasa a experimentar con ellos; con la excepción de la herencia, cuya única posible experiencia es la observación no de individuos sino de poblaciones. Así la biología se enlaza con la física a través de la termodinámica estadística. Dos ramas asoman en ella: la genética, que revela la existencia de los cromosomas y los genes y se orienta hacia el estudio de la célula, y la bioquímica, centrada en el análisis de los constituyentes de los seres vivos y de sus transformaciones. Para la bioquímica, la actividad del organismo se dispersa por las células, para la genética se concentra en el núcleo celular.

A mediados del siglo XX la biología se asocia estrechamente a la física y a la química, de las que se separó para constituirse en ciencia, y así nace la biología molecular. Estamos ya en la cuarta y última etapa, en la que se percibe que los procedimientos de la naturaleza se parecen mucho a los de la tecnología humana. Sobre la estructura de orden cuatro, la molécula de ácido nucleico descansará la conformación de todo organismo y su permanencia a través de las generaciones. Las dos corrientes iniciales, historia natural y fisiología, han acabado fusionándose.

De modo excesivamente esquemático, y a saltos, he intentado dar una burda visión del contenido de este libro, realmente sugestivo. Creo que lo será para todos, como lo ha sido para mí, y espero que este juicio no lo tomen en el sentido de que hablaba Vladimir Nabokov, "como un resultado de la envidia que el intelectual abstracto experimenta a veces ante el saber inmediato y concreto del naturalista". (También es verdad que en otro lugar dice que la matemática pura es una de las dos más elevadas expresiones del pensamiento humano. Curiosamente la otra es el descifrado de claves: omito el comentario).