José Luis Gómez Toré. Foto: Francesca Zuccoli

José Luis Gómez Toré. Foto: Francesca Zuccoli

Letras

José Luis Gómez Toré, el niño que jugaba con las bolitas de mercurio y alumbró un mundo propio

Lo personal y lo político, lo doméstico y lo social, lo personal y lo colectivo se entremezclan de manera armónica en este libro de poemas en blanco y negro.

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Publicada

Al reseñar su anterior libro, El territorio blanco (2022), comencé señalando que "la de José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) es una de las voces más radicalmente líricas de nuestra poesía". La lectura de este Mercurio no hace sino reafirmar esa impresión.

Mercurio

José Luis Gómez Toré

Libros de la Resistencia, 2025
74 páginas. 12 €

Traductor de Bertolt Brecht y otros poetas de lengua alemana, lúcido ensayista (su acercamiento a El roble de Goethe en Buchenwald es una pequeña joya) y estudioso de Francisco Brines, María Zambrano y Pedro Salinas, entre otros, Gómez Toré dice haber cerrado con este libro un ciclo, el tríptico abierto en 2017 con Hotel Europa.

No es un simple juicio subjetivo. Desde la estructura misma de estos libros –dos secciones de poemas separadas por un intermedio que juega a coquetear con otros géneros– al tono y el sesgo de las inquietudes y obsesiones que los atraviesan, estamos ante un solo mundo, un dominio tan personal como transferible.

Mercurio parte de una imagen convertida en idea, un concepto visualizable que va modulándose de poema en poema: el de las bolitas de mercurio con las que jugaba de niño al romperse un termómetro; bolitas que adoptaban diversas formas y cuya belleza parece atenuar su toxicidad, su condición de veneno.

La imagen se va también cargando de resonancias: la fiebre, el azogue de los espejos, Mercurio como el dios romano que corre haciendo de heraldo de los dioses y llevando las palabras entre los hombres. En el poema homónimo, el juego con el mercurio es concebido como un preludio o correlato de la escritura poética: "Vas dejándote / seducir por los signos. / Crees dictarles un orden". Y todo porque ese juego parece esconder "una piedra sangrienta / en su centro imposible".

La escritura de Gómez Toré se rige por la contención y la reticencia, la elipsis. Los 36 poemas del conjunto, con salvedades (y la mayor es el extenso poema-ensayo que protagoniza la sección intermedia), tienden a la brevedad y a un respirar quedo, hecho de silencios y vislumbres. Él mismo habla, no sin ironía, de "la imposibilidad / del poema largo / cuando todo es asfixia, / cuando apenas consigues coger aire / antes de hundirte / en el limo del fondo", pero el efecto es todo menos pesante.

Los poemas pueden ser densos, pero el efecto es siempre de ligereza, como si la trabazón de ideas y emociones se sutilizara al pasar por el filtro de las palabras. Son poemas en blanco y negro, con una atmósfera que mira al norte invernal y comparece con sus signos habituales de frío, nieve, bruma, andenes vacíos y calles a la intemperie.

No hay termómetro de mercurio sin una sospecha de fiebre, esa "febrícula" que Esther Ramón, en su texto de contracubierta, sitúa "a un paso siempre de la iluminación o el envenenamiento, de la definitiva transformación". Lo personal y lo político se entremezclan de manera armónica: están los hijos "que no conocen la fiebre" y las cucharas que "sostienen desde toda su noche / las abuelas", pero están asimismo el recuerdo de Brecht, de Rosa Luxemburgo (Paul Celan mediante), de la masacre de Wounded Knee…

Y en ese estado algo febril de la escritura brota, en no pocos poemas, una segunda voz, una frase en cursiva que hace de contrapunto y parece responder –interpelar– al poeta desde dentro. Es como un recordatorio feroz, un aviso a paseantes que siega la hierba bajo sus pies: "Cállate de una vez"; "pero no para ti"; "Y ahora, ¿con quién hablas?".

Entre la elegía íntima y la mirada aprensiva hacia un futuro incierto, Mercurio pasa frágiles hilvanes que conectan lo doméstico y lo social, lo personal y lo colectivo. Solo queda, en este punto, "rogar para que no se rompan, // no se rompan".

No es otra
la vocación de la semilla:
sueña con selvas,
un laberinto vegetal
sin historia, sin crimen,
sin designio.

Sin embargo,
recuerda demasiado a nuestra propia especie.
Se derrama sin pausa.
Habitar en las grietas.