Jorge Luis Borges con la catedral de Mallorca (La Seu) de fondo. Diseño: Gabriel Lavao

Jorge Luis Borges con la catedral de Mallorca (La Seu) de fondo. Diseño: Gabriel Lavao

Letras

Los años secretos de Borges en Mallorca: poemas, escándalos y libros destruidos

En la isla escribió dos libros que nunca publicó, defendió a un pintor atacado por los críticos y halló en Jacobo Sureda un compañero de aventuras literarias.

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A los otros les queda el universo; a él, la penumbra, el hábito del verso. Jorge Luis Borges, que hoy cumpliría 126 años (que no son pocos), tenía apenas veinte cuando desembarcó en Mallorca junto a su familia, en marzo de 1919. Llegaba desde Lugano y Barcelona, con la mirada cargada de lecturas y un entusiasmo por las vanguardias que buscaba terreno fértil. Lo encontró en Palma y en Valldemossa, entre cafés, tertulias y amistades que marcarían su vida.

Allí escribió sus primeros poemas, concibió libros que luego destruiría y se estrenó como polemista en la prensa local, en un juego de espejos donde el joven que aún no era Borges ya empezaba a inventarse a sí mismo.

Su primera dirección en la isla fue el Hotel Continental, en la calle Sant Miquel de Palma. Allí vivió con los suyos de marzo a julio de 1919, y regresó en mayo de 1920 para una estancia más larga, hasta febrero de 1921. Desde ese hotel frecuentaba el Cafè dels Artistes, donde la juventud mallorquina discutía de literatura, política y estética con la vehemencia de quienes se saben fundadores de algo.

Borges, con su acento porteño y sus lecturas de Whitman, Baroja y los simbolistas franceses, pronto destacó como agitador cultural. Lo que buscaba era una tribu, un lugar donde probar sus armas retóricas, y en la isla la encontró.

El hallazgo más decisivo de aquellos meses fue Jacobo Sureda (Mallorca, 1901-1935), poeta y pintor mallorquín, vástago de una conocida familia de mecenas instalada en Valldemossa. En 1920 se conocieron y enseguida se fraguó una amistad intensa que sobreviviría en cartas hasta 1926, recogidas mucho después bajo el título Cartas del fervor.

Jorge Luis Borges a los 21 años, 1920.

Jorge Luis Borges a los 21 años, 1920.

Los Borges fueron invitados a la finca familiar en Valldemossa, Ca’n Sureda, un enclave de piedra en la sierra de Tramuntana que ya había acogido a Chopin y George Sand. Entre claustros y bancales, el joven argentino halló el clima propicio para leer a Virgilio con la ayuda de un cura local, escribir poemas y compartir las ansias de renovación artística con su amigo. En esas cartas, Borges deja entrever algo de su temperamento: la mezcla de nostalgia, humor corrosivo y la convicción de que la literatura debía ser, antes que nada, una aventura.

Así se despide Borges de Sureda en una carta que le envío el 22 de junio de 1921 desde Buenos Aires: "Contéstame: no me abandones en este destierro abarrotado de arribistas, de jóvenes correctos sin armazón mental y de niñas decorativas. Te abraza furiosamente tu hermano J.L.B."

El primer poema de Borges

En diciembre de 1919 había publicado en la revista Grecia su primer poema, Himno al mar, donde el Mediterráneo se le presentaba como un espejo whitmaniano de eternidad. Poco después firmó, junto a Sureda, Fortunio Bonanova y Joan Alomar, el Manifiesto del Ultra, aparecido en febrero de 1921 en la revista Baleares, donde también publicó el poema La Catedral, dedicado a la Seu de Palma, imaginada como "un aeroplano de piedra que pugna por romper las mil amarras".

Esa escritura desbordada y juvenil era la prueba de que Borges estaba probándose, tanteando un camino que luego repudiaría, pero que fue necesario para convertirse en el escritor que sería.

Durante su estancia en Mallorca escribió además dos libros que nunca verían la luz: Los ritmos rojos, un conjunto de poemas inspirados en la Revolución rusa, y Los naipes del tahúr, relatos y ensayos bajo la influencia de Pío Baroja. De ambos renegó más tarde. Cuando regresó a Buenos Aires en marzo de 1921, destruyó el manuscrito del segundo y silenció el primero.

La catedral de Mallorca (La seu) que inspiró el poema de Borges. La Seu comenzó a levantarse en 1229 por mandato de Jaime I en honor a Santa María y se terminó en 1601, aunque ha seguido ampliándose y restaurándose hasta tiempos recientes. Foto: Adobe Stock

La catedral de Mallorca (La seu) que inspiró el poema de Borges. La Seu comenzó a levantarse en 1229 por mandato de Jaime I en honor a Santa María y se terminó en 1601, aunque ha seguido ampliándose y restaurándose hasta tiempos recientes. Foto: Adobe Stock

Años después diría: "En mis libros de aquella época creo haber cometido la mayoría de los pecados literarios". El gesto de negar y de tachar se volvería habitual: Borges era un escritor que incluso corregía sus páginas ya publicadas, como si toda obra no fuera más que un borrador de otra imposible.

Lo que pocos recuerdan es que en Mallorca Borges fue también crítico de arte. En enero de 1921 publicó en el diario La Última Hora una reseña titulada El arte de Fernández Peña, dedicada a un pintor leonés residente en Valldemossa. Allí escribió: "La emoción viviente late en el fondo como una lámpara sepulta… el molino de Valldemosa divinizado por el plenilunio".

El texto provocó controversia. Críticos locales como Pedro Barceló o José Vives atacaron a Fernández Peña por sus "desdibujos". Borges respondió el 20 de enero con Contra crítica, donde ridiculizaba la idea de que el arte debía ajustarse a la "luz optimista" de la isla: "¿Cree acaso que en los lienzos del Greco todo está determinado por Castilla y nada por el genio del pintor?".

En una carta a su amigo Maurice Abramowicz relataba divertido el escándalo que había causado uno de los cuadros del pintor, un desnudo titulado Zuzy: "¡Qué escándalo en esta ciudad levítica e idiota! Incluso vinieron curas en dobles filas apretadas para verlo". Con sorna, añadía que su condición de "joven que ha estado en Madrid" le otorgaba cierta autoridad entre los isleños. Aquellas polémicas fueron su primer aprendizaje de lo que sería después su vida intelectual: la disputa como forma de pensamiento.

La Mallorca que encontró no era tranquila. La crítica de arte estaba dividida en tres bandos: los conservadores clericales, los noucentistas regionalistas y los vanguardistas. Borges se alineó con estos últimos, junto a Sureda, Bonanova y Alomar. La isla vivía todavía el eco de la Exposición Regional de Pintura de 1920, donde Pilar Montaner, madre de Jacobo, Fernández Peña y el pintor sueco Sven Westman intentaron retirar sus obras en protesta contra el jurado presidido por Anglada Camarasa.

El ambiente era propicio para la polémica, y Borges no tardó en intervenir. Durante su estancia en la isla protagonizó al menos tres controversias públicas: con el escritor Elviro Sanz, con Barceló y con el periodista José Agustín Palmer "Pin". Todas ellas compartían un aire vanguardista de épater les bourgeois, de provocar y discutir para afirmarse.

Borges en Mallorca, 1983 (64 años después de su primera visita).

Borges en Mallorca, 1983 (64 años después de su primera visita).

Borges encontraba en la polémica un terreno fértil para ejercitar su ingenio, como si cada disputa fuese un laboratorio de estilo. Con Elviro Sanz discutió sobre la función del arte y el lugar de la tradición; con Barceló polemizó a propósito de la pintura de Fernández Peña, defendiendo la audacia expresiva frente a la estrechez academicista; y con "Pin" cruzó dardos en la prensa local que mezclaban ironía, sarcasmo y erudición precoz.

En todas esas batallas, más que la victoria, lo que le interesaba era la intensidad del enfrentamiento: provocar, incomodar y, sobre todo, probar su propia voz en un escenario donde la literatura era todavía combate antes que obra.

En marzo de 1921, la familia Borges embarcó en el Reina Victoria Eugenia rumbo a Buenos Aires. En una carta del 22 de junio a Sureda, Jorge Luis confesaba su decepción con el regreso: todo le parecía "flojo y marchito" y deseaba volver a Europa. Pero esa nostalgia se transformó en literatura.

Su primer libro, Fervor de Buenos Aires (1923), se nutrió en buena parte de poemas escritos en España. Aunque renegó de sus textos juveniles, la isla quedó grabada como un paraíso. María Kodama, escritora y esposa de Borges, recordaba que él mismo la evocaba siempre con esa palabra.

Entre cafés y claustros góticos, entre poemas embrionarios y polémicas de prensa, Borges empezó a ser Borges. En Mallorca aprendió a escribir y a borrar, a entusiasmarse y a destruir, a ser discípulo de Cansinos-Assens y a convertirse en censor de sí mismo. Fue un joven que jugaba a los "naipes del tahúr", que escribía "ritmos rojos" y que veía en la catedral de Palma un aeroplano de piedra dispuesto a despegar hacia la eternidad.

En la penumbra mallorquina descubrió que los sueños literarios, como el mar que tanto cantó, son inagotables: siempre hay otra ola, otro comienzo, otro ruina circular de la que despertar.