Render de Temple of the Deep, el santuario de Burning Man 2025 diseñado por Miguel Arraiz, Javier Bono y otros arquitectos valencianos

Render de Temple of the Deep, el santuario de Burning Man 2025 diseñado por Miguel Arraiz, Javier Bono y otros arquitectos valencianos

Arquitectura

Un Burning Man fallero: arquitectos de Valencia diseñan el templo que arderá en el festival

El famoso evento del desierto de Nevada dedica un santuario a la reflexión y el recuerdo de seres queridos, que este año lleva firma española por primera vez en 39 ediciones. 

Más información: El vinilo, entre el refugio melómano y el objeto "clasista": los claroscuros de un formato resucitado

Publicada
Actualizada

Burning Man es el festival de espíritu hippie más famoso del mundo. Se celebra en el desierto de Black Rock, en Nevada (Estados Unidos), en una ciudad efímera con forma de media luna que se construye cada año para la ocasión y desaparece sin dejar rastro cuando acaba el evento. Incluso se pasan detectores de metales por toda su superficie para asegurarse de que no queda el más mínimo residuo.

Aunque en los últimos años ha atraído a todo tipo de personas —este año se prevén 80.000 asistentes—, esto no se parece en nada al glamuroso festival de Coachella, que también se celebra en un desierto —el del Colorado, en California—. 

Burning Man no es un festival de música y artes al uso. No hay escenarios ni un cartel con bandas conocidas. Se define como un evento dedicado al arte, la autoexpresión radical, la autosuficiencia y la comunidad.

El encuentro, que se celebra cada año a finales del verano —este año, del 24 de agosto al 1 de septiembre—, culmina con la quema simbólica de una gran escultura de madera —de ahí su nombre— la noche del sábado.

Después de ese acto festivo, la noche siguiente se quema otra gran estructura, en una ceremonia solemne y silenciosa: el templo. Se trata de un santuario no asociado a ninguna confesión religiosa en particular, donde los asistentes pueden reflexionar, meditar, rendir homenaje y dejar mensajes u objetos en honor a seres queridos, especialmente en relación con la pérdida y el duelo

Render nocturno de Temple of the Deep

Render nocturno de Temple of the Deep

Este escenario es importante en la novela Las despedidas, de Jacobo Bergareche. Su protagonista, desolado por la prematura muerte de su primo, con quien compartió la infancia, acude al festival con la esperanza de encontrar algo de consuelo y distracción, y en una peculiar noche que cambiará su vida participa en el ritual catártico de dejar una foto y un objeto asociados a su memoria para que sean pasto de las llamas junto con el edificio.

Estas dos estructuras gigantescas arden como si fueran fallas, y precisamente este año, por primera vez en 39 ediciones, varios arquitectos valencianos han sido los encargados de diseñar ese templo.

Sus responsables son tres arquitectos formados en la Universitat Politècnica de Valencia: Miguel Arraiz —el arquitecto líder del proyecto, que ya había presentado en una edición anterior del Burning Man una falla experimental y es el contacto regional de Burning Man en España desde hace diez años—, Javier Bono Cremades y Javier Molinero, así como el estudio Arqueha. Juntos ganaron el concurso que cada año hace el Burning Man para elegir quién construirá este importante elemento del festival.

La construcción, de 14 metros de alto y 30 de diámetro, llevará el nombre de Temple of the Deep (“Templo de lo profundo”). Se llama así porque, a diferencia de los santuarios de años anteriores, esta construcción con apariencia de roca poligonal “se proyecta hacia lo profundo, hacia uno mismo, en lugar de hacerlo hacia el cielo buscando una salvación extrahumana”, señala Bono. Otra novedad es que no tendrá altar.

La belleza de las cicatrices

El concepto del templo se inspira también en el kintsugi japonés, la técnica tradicional que consiste en reparar los objetos de porcelana rotos con un barniz de resina mezclado con polvo de oro. Un arte que predica y realza la belleza de las cicatrices, que, en el caso del santuario, serían emocionales.

Finalmente, las grietas que surcan la fachada del templo no serán recubiertas por ningún material dorado, sino que quedarán a la vista, y de noche, “el efecto será más potente”, ya que la luz del interior se filtrará por ellas hacia el exterior, mostrando que “a pesar de que las situaciones trágicas de la vida te dejan grietas, hay belleza en ellas”, explica el arquitecto. 

En su interior, el edificio cuenta con siete capillas y un espacio central para sentarse, con una entrada de luz natural a través de un óculo en el techo, donde se ha instalado un vórtice con la técnica de vareta, una especie de remolino en espiral que ha sido realizado por el artista fallero Manolo García.

Los responsables del proyecto comenzaron a trabajar en él en octubre del año pasado y lo presentaron en diciembre. “Yo vivo en Paiporta y nos pilló la dana en pleno concurso”, revela Bono a El Cultural. “El templo que hemos diseñado no trata de la dana, pero sí sobre cómo procesar el dolor y la pérdida. Yo trabajaba cada día en el proyecto y luego me iba a limpiar mi edificio de fango”, recuerda.

Siguiendo la política leave no trace (“no dejar rastro”) del Burning Man, el edificio solo tiene elementos de madera, que arderá al final del evento, y tornillería que será recogida tras la quema. Las piezas fueron “preensambladas” en una nave de San Francisco por trabajadores voluntarios —el festival funciona gracias a la participación de cientos de ellos— y a principios de agosto el equipo de arquitectos se trasladó hasta Black Rock para empezar a montar el edificio.

Retos

Uno de los retos del proyecto fue el diálogo España-Estados Unidos a distintos niveles: “Tenemos filosofías distintas de trabajar, unidades de medida distintas, hasta estándares distintos para los tornillos”, explica Bono. Además, tuvieron que desarrollar las piezas del edificio de un tamaño determinado para que hagan bien la combustión, y no se usan productos químicos ni colas, solo madera y metal.

A pesar de la conciencia ecológica del Burning Man, la quema de las dos grandes estructuras del festival genera emisiones de CO2. “En la UPV, el Centro de Tecnologías Físicas ha hecho un cálculo de las emisiones de dióxido de carbono derivadas de la quema del templo y hemos tratado de reducirlas al mínimo”, afirma el arquitecto, que es profesor Asociado del Departamento de Expresión Gráfica Arquitectónica, da clase en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y además es investigador del Instituto Universitario de Restauración del Patrimonio.

Otro desafío ha sido “contar con un tiempo limitado y unas circunstancias climatológicas difíciles, con mucho calor y tormentas”, señala Bono. Además, desde hace varios meses tienen definido “hasta el último tornillo que se va a usar”, porque hay que transportar todos los materiales cientos de kilómetros hasta el desierto, mientras que en una obra normal “se resuelven sobre la marcha muchas cosas”.

El presupuesto total del edificio (aunque no se ha ejecutado por completo porque es “un presupuesto vivo”) es de 800.000 dólares, de los cuales el festival, que no tiene ánimo de lucro, ha aportado 150.000. El resto se suple con el trabajo voluntario y otras donaciones. “Nosotros no tenemos honorarios como arquitectos y toda la mano de obra es voluntaria. Todo el dinero que nos facilita el festival va destinado a cubrir los gastos asociados a la construcción y está monitorizado por ellos”, explica Bono.

Una de las partes más importantes del proyecto ha consistido en la captación de fondos. Miguel Arraiz lleva en Estados Unidos desde febrero para liderar esta labor y también el proceso de fabricación de las piezas del edificio, en el que han participado unos 300 voluntarios, según explica Bono.

Mientras tanto, desde Valencia, Javier Bono y Javier Molinero continuaron desarroyando el proyecto junto a Elisa Moliner y Josep Martí.

Miguel Arraiz, Javier Bono y Javier Molinero se reunieron en California el 24 de julio para coordinar la última fase de preparación de todas las piezas antes de partir hacia el desierto pertrechados con todos los víveres necesarios para subsistir allí hasta que acabe el festival. 

El replanteo, es decir, el trazado sobre el terreno de los puntos donde irán las distintas piezas, ha sido uno de los mayores desafíos del proyecto. "Es un trabajo bastante complicado y delicado por las condiciones del terreno", explica Bono a El Cultural desde el desierto de Black Rock, hasta donde se han desplazado unas 120 personas de manera escalonada para trabajar en la construcción del templo.

Hay equipos de cocina, comunicación, apoyo psicológico, servicios médicos... "El nivel de despliegue que hay es impresionante, creo que en España algo así sería muy difícil", opina el arquitecto. "Estamos muy contentos de la profesionalidad que demuestra todo el equipo a pesar de estar compuesto por voluntarios, y el ambiente es buenísimo. Está siendo una experiencia muy emocionante".

Origen y decálogo del Burning Man

El festival nació en 1986 en una playa de San Francisco y fue evolucionando hasta convertirse en el gigantesco experimento social y artístico que es hoy. Durante una semana, las personas participantes, los burners, construyen instalaciones artísticas monumentales, organizan talleres, performances y celebraciones, sin comercio ni publicidad, ya que todo se basa en el trueque o el regalo.

La filosofía de Burning Man se basa en diez principios:

  1. Inclusión radical: todo el mundo es bienvenido. Solo se necesita la entrada, que en esta edición tiene un coste de 550 dólares en adelante, ya que hay opciones más caras que ayudan a financiar el festival.
  2. Regalar: se promueve la economía del regalo, el trueque y el intercambio de favores.
  3. Desmercantilización: el evento es un oasis libre de transacciones comerciales y publicitarias. Solo se vende hielo y bebidas no alcohólicas cuyos beneficios se destinan a organizaciones sin ánimo de lucro.
  4. Autosuficiencia radical: los participantes deben llevar todo lo necesario para subsistir en el desierto.
  5. Autoexpresión radical: se espera que los participantes respeten las libertades propias y ajenas, y que se expresen libremente a través del arte y otras formas, siendo la ropa opcional y el nudismo bastante común.
  6. Esfuerzo comunal: se busca promover la creación de comunidad mediante la cooperación.
  7. Responsabilidad cívica: se espera que los  participantes actúen de acuerdo a la ley local, federal y estatal, y que asuman responsabilidad por sus acciones dentro del festival.
  8. No dejar rastro: uno de los objetivos principales de Burning Man es no dejar ninguna huella en el entorno, promoviendo la recogida de todos los residuos generados.
  9. Participación: se busca que la gente participe y no se limite a observar.
  10. Inmediatez: “La experiencia inmediata es, en muchos sentidos, la piedra angular más importante en nuestra cultura”.