
Dibujo de Mortadelo y Filemón en su primera época, entre 1958 y 1961. Francisco Ibáñez. Editorial Bruguera
Mortadelo y Filemón, año cero: así nacieron los personajes más queridos del cómic español
Bruguera rescata los 200 primeros casos de los detectives de Ibáñez, historias de una página publicadas entre 1958 y 1961 con un estilo que aún distaba mucho de su versión definitiva.
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“No por nostalgia, sino por placer”. Eso es lo mejor que se puede decir de cualquier reedición y es también el motivo que esgrimen los expertos Antoni Guiral y Jordi Canyissà para explicar la compilación de Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón que este miércoles publica la resucitada editorial Bruguera.
Algunas de esas historietas de una sola página, aparecidas originalmente en la revista Pulgarcito entre 1958 y 1961, no se habían vuelto a publicar desde entonces. Por eso este rescate editorial es además “un acto de justicia”, como señalan los dos prologuistas y antólogos. “Mortadelo y Filemón es la serie más popular de la historieta española y, sin embargo, nunca hasta ahora se habían recopilado sus primeras aventuras en un volumen. Un hecho incomprensible y que demuestra que todavía queda un largo camino que recorrer para rescatar y poner en valor las obras que forman parte del patrimonio cultural de nuestro país”.
Los dos patosos detectives creados por Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936-2023) han quedado grabados a fuego en el imaginario popular en su versión definitiva, la de sus historias largas publicadas a partir de 1969. Su aspecto siguió evolucionando ligeramente en las decenas de álbumes publicados en las décadas siguientes y hasta poco después de su muerte, pero en sus comienzos ambos personajes eran visualmente muy distintos.

Primeras viñetas de 'Mortadelo y Filemón, agencia de información', publicadas en el n.º 1394 de la revista 'Pulgarcito' (Editorial Bruguera, 20 de enero de 1958)
En sus primeras apariciones, en 1958, Filemón tenía la nariz y el mentón muy pronunciados, y casi siempre llevaba sombrero, una gran pipa y chaqueta de lana o tweed. Además era mucho más bajo que Mortadelo, que iba siempre con paraguas —de donde extraía su inagotable colección de disfraces— y un alargado bombín.
Además, Canyissà —que recientemente publicó un pormenorizado estudio del estilo del autor, Ibáñez. Un maestro de la historieta— y Guiral especulan con que la primera página de Mortadelo y Filemón que dibujó Ibáñez no es la primera que se publicó, sino una aparecida varias semanas después, en la que Filemón llevaba, además de pipa, un sombrero y una capa a cuadros que evidenciaba aún más que en sus comienzos la pareja de detectives fue una parodia de Sherlock Holmes y su ayudante Watson.

Viñetas de 'Mortadelo y Filemón' publicadas en el n.º 1404 de 'Pulgarcito' (Editorial Bruguera, 31 de marzo de 1958). Probablemente la primera historieta de la serie que dibujó Ibáñez.
Una década después, con su ingreso en la T.I.A., se convertirían en agentes secretos, y en lugar de casos que investigar, tendrían misiones que cumplir, acercándose al género de espías desde la comedia. También llegarían en esos años los personajes secundarios habituales: el superintendente Vicente, la secretaria Ofelia y el doctor Bacterio. Pero aún quedaba una década para eso.
En el primer periodo que recoge Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón, el estilo de Ibáñez evolucionó progresivamente. Los personajes fueron perdiendo accesorios y haciéndose más sintéticos para poder avanzar más rápido, ya que entonces en las editoriales de tebeos primaba la productividad por encima de todo, especialmente en aquella trituradora de dibujantes llamada Bruguera —hoy resucitada por el grupo Penguin Random House—.
Aquellas primeras historias solo ocupaban una página, y normalmente narraban sencillas tramas de equívocos, malentendidos y meteduras de pata, sobre todo de Mortadelo: confundir a personas honradas con maleantes, confundir “cedros” con “cerdos”, malinterpretar una frase oída detrás de una valla, juzgar a alguien por su aspecto o dejarse llevar por estereotipos.
“La estructura de estas primeras aventuras es bastante clara. A menudo, los detectives leen una noticia en el diario, escuchan algo en la radio o llega a sus oídos un comentario casual en la calle. Esa noticia o esa frase aislada es el desencadenante de lo que sigue. Es el detonante. Por supuesto, todo esto que leen, escuchan u oyen estará contaminado por todo tipo de confusiones, equívocos o despistes. Unas veces porque es algo fuera de contexto, otras porque las deducciones son erróneas”, explican Guiral y Canyissà.

Historieta de 'Mortadelo y FIlemón' en la portada de 'Pulgarcito', n.º 1547, año 1960.
El hecho de contar con una única página —dividida normalmente en seis filas de viñetas, o cinco si ocupaba la portada de la cabecera— para narrar cada caso, obligó a Ibáñez a “usar un dibujo simplificado porque había muchas viñetas por página y tenían poca altura. Era obligado ir a lo esencial, contar mucho con muy pocos trazos, que será otra característica del estilo gráfico de estos primeros años de Ibáñez y de sus compañeros en la histórica Bruguera”.
El lector descubrirá en estos 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón “a un Ibáñez con un estilo distinto al más conocido, pero igualmente ingenioso y brillante”. En estas historietas cortas se aprecia un dibujo inspirado en el de Manuel Vázquez, entonces el autor estrella de Bruguera: extremidades cortas, cuerpos rechonchos, expresiones exageradas. Pero también laten ya rasgos personales: el trazo dinámico, el tratamiento elástico de los cuerpos, el gusto por el gag visual en cada viñeta. En conjunto, la colección documenta el nacimiento de un estilo que se iría puliendo década tras década.
Además, estas primeras historietas son un valioso retrato de su época. En ellas vemos las costumbres, las modas, las relaciones sociales —con una crítica al despotismo de los jefes camuflada de humor— o los objetos cotidianos de la España de finales de los cincuenta, sumida en pleno franquismo y poco a poco abandonando la posguerra para dar paso al desarrollismo. Hay profesiones ya desaparecidas como serenos y limpiabotas, hay niños vendiendo periódicos en las esquinas y voceando las noticias más importantes y guardias que regulaban el tráfico subidos a pedestales. Y, como curiosidad, anuncios insertados en las viñetas, como los de los “chicles Duglas hinchables” (aparecía mal escrito, porque la marca era Douglas) o los chocolates Nogueroles.

Francisco Ibáñez, hacia 1957, cuando ingresó en Bruguera. Foto cedida por la editorial.
Ibáñez siempre quiso dedicarse a hacer tebeos. Empezó a trabajar en un banco a los 14 años como botones pero ascendió hasta oficinista. Desde 1952 empezó a publicar algunos trabajos en publicaciones como Nicolás, de Ediciones Clíper, El barbas, Paseo Infantil y varias de Editorial Marco, como La Risa o Hipo, monito y Fifí. “Fue en estas dos revistas donde creó sus primeras series fijas, como Don Usura (1955), personaje que hacía honor a su nombre; la del africano Kokolo (1955), ayudante de un explorador; Melenas (1956), un león bastante torpe y muy poco fiero; La familia Repollino (1956), su primera saga doméstica, o continuando en formato de media o una página Haciendo el indio (1955)”.
Pero el sueño de Ibáñez era dibujar para Bruguera, la editorial de tebeos más potente. Para ello aprovechó el terremoto que se produjo en 1957 cuando cinco de sus autores principales, Escobar, Peñarroya, Cifré, Conti y Eugenio Giner, hartos del trato abusivo de la editorial, se marcharon para fundar su propia revista, Tío Vivo. “Ni corto ni perezoso acudió a las oficinas de la editorial con muestras de sus trabajos para Editorial Marco; era evidente que por entonces Ibáñez ya poseía una contrastada calidad y un estilo bastante propio, por lo que de buenas a primeras lo admitieron en sus filas”.
“Cuando dije en el banco ‘Me voy’, mi padre me dijo: ‘Pero qué haces, estás loco, el banco es lo seguro’, y yo dije: ‘Sí, sí, es lo seguro, pero yo me voy, me voy, me voy’”, contó el propio Ibáñez en una entrevista de 1988 en la revista U, el hijo de Urich.
Lo que él no sabía cuando llegó a Bruguera era que él también sufriría los abusos de la editorial. “El de 1985 no fue un buen año para Ibáñez. Cansado de la explotación de sus personajes, que eran propiedad de la editorial aunque Ibáñez había reclamado sus derechos de autoría y sus royalties sin conseguirlo, abandonó Bruguera”, explican Guiral y Canyissà.
Comenzó entonces una nueva etapa para Ibáñez en Ediciones Junior, donde creó nuevas series como Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo y 7, Rebolling Street. Pero Ibáñez anhelaba recuperar a sus antiguos personajes, sobre todo a sus queridos Mortadelo y Filemón. Así que finalmente llegó a un acuerdo con Ediciones B, que había heredado el fondo de Bruguera, y recuperó por fin el reconocimiento de la autoría de todas las series que había creado.
Desde entonces, se dedicó de nuevo en cuerpo y alma a las aventuras de los dos agentes, que protagonizaron otros 200 álbumes más en las tres décadas siguientes, muchos de ellos ambientados en los mayores eventos deportivos: los Juegos Olímpicos y los mundiales de fútbol, y también en los últimos años denunciando la corrupción política española, como en El tesorero, aventura en la que el villano era un calco de Luis Bárcenas.
Tipo sencillo y afable además de enormemente talentoso, contó siempre con la simpatía de millones de lectores. Recibió distinciones como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y la Cruz de Sant Jordi. Lamentablemente, falleció en el verano de 2023 a los 87 años, antes de que le fuera concedido, como tanta gente pedía, el Premio Princesa de Asturias.
Nunca se jubiló. No solo obligado por los ritmos de publicación en la época dorada de las revistas de tebeos, sino por pura vocación, Ibáñez se pasó casi toda la vida anclado a la mesa de dibujo y así solía autorretratarse en sus historietas.
Poco después de su muerte vio la luz la última aventura de Mortadelo y Filemón, que quedó inconclusa y tal cual se publicó, con Mortadelo y Filemón desintegrándose en bocetos sin entintar en la última viñeta inacabada. Fue su última gran metáfora visual, la de su propia desaparición junto a sus queridos personajes, dejándonos a todos sus lectores un poco huérfanos, con un nudo en la garganta y una sonrisa de agradecimiento por tantísimas horas de diversión.