Laure Murat. Foto: Philippe Matsas

Laure Murat. Foto: Philippe Matsas

Letras

Laure Murat y Proust, unidos por el 'voyeurismo' y la homosexualidad escandalosa

La prestigiosa historiadora francesa se iguala con el maestro en su nuevo libro, 'Proust, novela familiar', para proclamar a los cuatro vientos sus afinidades.

Más información: Una serie de reportajes sobre el fentanilo, 'The New York Times' y la novela 'James', protagonistas en los Pulitzer

Publicada

Laure Murat (París, 1967) es una de las más fascinantes historiadoras de la Cultura de nuestro siglo, por eso no deja de sorprender que haya tardado tanto en ser traducida en España y otros países europeos.

Proust, novela familiar

Laure Murat

Traducción de Mª Teresa Gallego
Anagrama, 2025
288 páginas. 19,90 €

El boom de esta activista y ensayista LGTBIQ+ llega con Proust, novela familiar, libro que ahonda en una de sus mejores virtudes: sumergirse a fondo en los archivos mientras aporta un estilo personal e intransferible, aquí remarcado porque sus vivencias familiares se hilvanan con las del gran escritor francés, hasta confundirse también en las temáticas.

Murat, hija de padres con abolengo de la aristocracia prerrevolucionaria y la napoleónica, no tuvo una infancia fácil en ese supuesto reino de fantasía, topándose con la rigidez de la madre y deleitándose con la inteligencia de su progenitor, productor de las primeras películas de Louis Malle, como Ascensor en el cadalso.

En ese ambiente la niña fue voyeur, como el propio Proust, de los rituales de esa nobleza decadente, espejo no tan lejano de la fiesta de los Guermantes al final de La Recherche, con los antaño reyes convertidos en fantasmas cubiertos de polvo. El símil es una puerta hacia otros que surcan el texto, fantástico y aun así paradójico, pues te ofrece la sensación de que cada capítulo podría ser el esbozo de un futuro libro.

Ocurre, por ejemplo, con el episodio dedicado a Albert Le Cuziat, Jupien en la ficción, y su prostíbulo masculino de la rue de l’Arcade. En La Stanza 43 (Einaudi, 1997), Mario Lavagetto explica el lapsus proustiano en el número de una habitación en la que el Narrador se recrea, viendo sin ser visto, con la fustigación del Barón de Charlus, aun así el más digno de los de su ralea. El hecho sucede en la habitación 14 del hotel de Le Cuziat, que tenía a Proust como asiduo, hasta que la policía lo pilló en una redada, declarándose rentista.

No pasó nada. El suceso, acaecido en enero de 1918, no trascendió a la prensa pero él perdió un nido para sus fantasías. Murat descubre la efeméride, que le sirve para ir al meollo de las similitudes entre ambos, con –como es comprensible– la homosexualidad por bandera, cúspide de uno de los hilos no tan invisibles del ensayo, y cómo la aristocracia la toleraba mientras permaneciera fuera de foco.

Quien osaba declararla, como Murat, quedaba desterrado a los infiernos, de ahí Sodoma y Gomorra en Proust, con sus infinitos y grotescos velos, degradantes para toda esa flor y nata, ridiculizada por los dos protagonistas del volumen.

Murat insiste en la mimetización de Proust con sus personajes al no querer salir del armario

La autora insiste en la mimetización de Proust con sus personajes al no querer salir del armario, tal como confesó a André Gide en una célebre charla nocturna. Ello no le impidió ejercer una brutal labor demoledora para con la aristocracia, acabada, sin sentimientos y, salvo excepciones, inconsciente de su atronador hundimiento.

La publicación de La Recherche significó una liberación para el ganador del Goncourt de 1919. Sus nobilísimas inspiraciones se reconocieron en esos afilados y afinados retratos, escandalizándose, asqueados porque el ladrón de sus almas, el sublime desenmascarador, era aquel chico mediocre que iba a los saraos como ínfima comparsa, sin aspecto de ser tan mordaz y vengativo.

Laure Murat ejecuta la misma catarsis tras haber sido desterrada años atrás de los suyos. El autobiografismo, aquí hibridándose con la intención de conceder más soltura a las reflexiones de carácter más ensayístico, tampoco nos resulta fundamental en el tejido, sin por ello lastrarlo. La voz de la escritora nunca desaparece, igualándose con el maestro, no por equidad de talentos, sino para proclamar a los cuatro vientos una afinidad más que electiva.