
Enrique Vila-Matas. Foto: Antonio Navarro Wijkmark/Seix Barral
'Canon de cámara oscura', de Enrique Vila-Matas: un libro que colmará de felicidad a los letraheridos
Una novela inclasificable solo apta para los muy cafeteros, con multitud de referencias metaliterarias, ingeniosas paradojas y brochazos de humor culto.
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La obra de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) responde a planteamientos homogéneos desde sus comienzos y a lo largo de medio centenar de títulos narrativos y también ensayísticos. En cierto modo, y con todas las variantes que se quiera, siempre escribe el mismo libro sobre idénticas inquietudes literarias, lo que no les resta originalidad.

Canon de cámara oscura
Enrique Vila-Matas
Seix Barral, 2025
224 páginas. 19,90 €
En esa misma línea, ya no reversible salvo gran sorpresa, sigue en Canon de cámara oscura e incluso podría considerarse este nuevo trabajo como una síntesis de toda su escritura anterior. Si acaso, lo diferente sería que un autor que siempre organiza el relato mediante una estructura dispersa y fragmentaria, contraria a las formas tradicionales, ahora realza la base argumental, aunque siga siendo un subterfugio.
En efecto, existe en Canon de cámara oscura una historia en la que varios elementos funcionan a la manera de hilo que la enhebra. Tenemos, por una parte, una fiesta interminable a la que el protagonista, Vidal Escabia, asiste y de la que logra escaparse. De regreso a casa, sale a dar paseos. Por otra parte, aguarda impaciente la vuelta de su queridísima hija Ryo, casada en el extranjero con un tipo insoportable.
A estos dos hilos se suman sendas decisivas relaciones personales de Vidal. Una, su novia de siempre, la museóloga Violet, analista de “las conexiones específicas en los museos entre los seres humanos y la realidad”. Otra, un escritor a quien se hacen reiteradas referencias, Altobelli, conocido como el fracasista, del que Vidal fue secretario y criado, además de compilador de una antología nonata de autores “desorientados, perdidos, malditos, sonámbulos, o, por decirlo de otro modo, paralizados por su lucidez”. Los rasgos de Violet y Altobelli, nada comunes, muestran cómo Vila-Matas no da puntada sin hilo y cómo todo lo dirige a afianzar un peculiar sentido de la escritura.
El tapiz anecdótico se completa con un par de componentes más. Uno, el motivo central del argumento, la idea de Vidal Escabia, heredada de su maestro Altobelli, de seleccionar 71 libros para construir con ellos un canon literario transgresor; un canon “intempestivo”, “desplazado”, “de cámara oscura” y ligeramente inactual que se sostiene en una humorada, pues responde a los criterios de una especie de inteligencia artificial. Otro, un subterráneo aliciente de intriga, la condición robótica de Vidal, quizás un androide perteneciente a una secreta Denver-7. Los abundantes datos de un engañoso realismo de inmediatez (los precisos lugares de Barcelona y personas citados) contrastan con esta leve ambientación distópica y de fanta-ficción.
Esta obra inclasificable tiene fuerza imantante gracias a sus paradojas y a sus brochazos de humor culto
La trama argumental resulta, sin embargo, engañosa, y solo sirve de malla a un despliegue narrativo dominado por lo fragmentario. La gran prueba está en que la obra consiste, en realidad, en un rosario de citas, breves y con su correspondiente glosa. Las citas nutren el “canon” y con ellas se elabora un amplio catálogo de la modernidad literaria, incluyendo en él con toda razón, y en lugar prominente, el gran pionero avant la lettre del vanguardismo narrativo, el “libro desplazado por excelencia”, Tristam Shandy, de Laurence Sterne.
En paralelo, Vila-Matas ofrece una larga lista de escritores reivindicados a la vez que homenajeados. Tal vez el más respaldado sea el Robert Musil de El hombre sin atributos (curioso que un narrador traumatizado por no haber tenido infancia no recuerde El joven Törless). Y el más determinante, sustrato omnipresente del libro entero, Kafka. Como referencia clásica imprescindible aparece el renacentista fundador del ensayo Michel de Montaigne.
No apuraré la larga lista de incluidos en el Canon, pero sí merece la pena ser generoso en las menciones para comprobar el criterio personal y algo antojadizo y caótico, por no decir arbitrario, que guía a Vila-Matas: Banville, Pitol, Cortázar, Capek, Chejfec, Scott Fitzgerald, Cirlot, el "magistral fracasista Julio Ramón Ribeyro", David Markson, Joseph Roth, Ovidio, Robert Walser, Ryoko Sekiguchi, Valeria Luiselli, Carlo Emilio Gadda, Roland Barthes, Peter Handke. Harold Duché, Elías Canetti, Stefan Zweig, Alberto Savinio, Xavier Nuevo, Italo Calvino o Anne Carson.
Estos autores dan pie de manera sistemática a curiosas y originales consideraciones, e incluso no faltan páginas de estricta crítica literaria. Además, el libro se colma de auténticas teorías narrativas. En ellas se abordan el gran reto vilamatiano de dilucidar los límites entre vida y literatura, las relaciones entre obra y receptor con su conocida reivindicación del “lector activo”, la defensa del fragmento o la idea del escritor como “Auctor”, alguien que “se dedica a augere, a aumentar, a agrandar, a multiplicar las coordenadas de la compleja y ambigua realidad”.
En este orden de disquisiciones literarias, alguna exhibe un alambicado jugueteo conceptual con un irónico trasfondo autorreferencial. Así ocurre cuando Violet le pide a Vidal que explique si un día escribió sobre los que dejan de escribir, y otro “sobre los que no escriben aunque escriban, y todo para concluir que escribir siempre ha sido tratar de escribir lo que escribiríamos si escribiésemos, aunque no escribamos”.
Otro comentario equivale a una tesis: la condición de escritor se alcanza el día en que se traspasa “la frontera casi invisible que separa una frase vulgar de una con cierto toque literario”. Y uno más advierte el escepticismo que marca al propio Vila-Matas, el interrogarse “por la errancia, la dispersión, la diáspora, lo relegado, todo aquello que nos muestra en silencio lo poco que queda del mundo. Y de la literatura”.
No falta tampoco en el Canon in progress de Vidal, en su viaje directo a un territorio imaginario, ParteNinguna, la pura celebración de la literatura, y el elogio del valor existencial de la escritura. Por otra parte, entre tantas obras ciertas se encartan libros no existentes y apócrifos (así, un remake de El hombre sin atributos, de un tal Mateo Menard, obvio hijastro de Borges).
Puede resultar un poco cansino tanto metaculturalismo, no solo literario pues también abundan las referencias musicales y no faltan las cinematográficas y filosóficas. Pero esta obra inclasificable (novela-ensayo-digresión) tiene fuerza imantante gracias a sus ingeniosas paradojas y a los divertidos brochazos de humor culto e inteligente con que Vila-Matas salpimienta la historia.
Literatura excluyentemente sobre literatura, Canon de cámara oscura no está destinado a todo el mundo. Es, dicho con un refrán hoy de moda, un libro nada más para los muy cafeteros. A los letraheridos, eso sí, les colmará de felicidad.