Aixa de la Cruz. Foto: Guillem Sartorio

Aixa de la Cruz. Foto: Guillem Sartorio

Letras

Aixa de la Cruz, escritora: "Necesitamos que nos digan que no hemos venido a este mundo solo para trabajar"

La autora de 'Cambiar de idea' vuelve con 'Todo empieza con la sangre', novela inquietante que narra la huida de su protagonista en busca del amor. 

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Escritora y dramaturga, Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) sacudió nuestro mundillo literario con una novela de ficción (Las herederas, 2022) y con el autoensayo Cambiar de idea (2019). A vueltas, pues, con la autoficción, después de tres años de silencio publica ahora Todo empieza con la sangre (Alfaguara), libro inquietante que narra la huida perpetua de su protagonista en busca del amor.

Con algo de novela gótica y de retrato generacional, describe la fragilidad psicológica y la indigencia sentimental de una mujer que intenta desesperadamente llenar su vacío existencial.

Pregunta. ¿Cuánto de sus vivencias e inquietudes más íntimas le ha prestado a Violeta, la protagonista de la novela?

Respuesta. Tanto como en cualquiera de los libros anteriores. No creo que haya una forma que no sea personalísima e íntima de construir un universo narrativo, ni creo que nadie escriba una novela sobre algo que no toque alguna fibra de su cuerpo. En este caso, comparto con Violeta los fracasos y las preguntas: muchos duelos por distintas rupturas amorosas, la desconstrucción identitaria que acarrean y la duda de si no será que buscamos en el otro lo que no es capaz de darnos, una pieza que falta, el tapón para saciar un vacío existencial que no se puede taponar con nada que esté hecho de materia.

»Además, le he cedido mi formación en literatura inglesa y la pasión/obsesión por ciertos clásicos que me conformaron como lectora y como sujeto que aprende a desear de una forma determinada. Esta novela nació como una especie de diálogo con Cumbres borrascosas, mi novela preferida en la infancia y adolescencia, a la que vuelvo siempre para entender la fascinación que genera un tipo de romanticismo violento que atrae como un precipicio.

P. Desde el principio, Violeta se enfrenta al abandono e intenta llenar su vacío sentimental. Sin hacer espóiler, de todas sus relaciones (Paul, Salma, Bea), ¿Salma es la más tóxica?

R. No sé si me gusta cómo utilizamos eso de la toxicidad para señalar todo lo que es complejo y esconde sombra en una relación, pero diría que sí, que la relación entre Violeta y Salma está lastrada, desde el principio, por la desigualdad (Violeta se acomoda en el rol de "musa de la artista", su identidad y sus necesidades enseguida se ven relegadas ante la "importancia" del oficio de su novia) y por la fiscalización del deseo de la otra. De boquilla, hacen un pacto de no exclusividad sexual, pero en la práctica, Violeta tiene prohibido mentar siquiera a su expareja.

»Violeta encuentra aquí esta idea de la pareja como refugio y, ante la precariedad y las heridas de la infancia, es lógico que la idea del refugio convenza, pero es uno por el que tiene que pagar un precio, sacrificar partes de sí misma, y no creo que se pueda construir algo enriquecedor desde ese lugar.

P. Salma y Violeta conviven durante la pandemia, que fue el gran decantador del amor. ¿Usted cómo la vivió?

R. A mí me tocó el confinamiento con una bebé de nueve meses. Tuve un posparto, que ya es un ligero encierro (en el cuerpo y en ese otro cuerpo lactante que forma parte del propio cuerpo), y luego, inmediatamente después, nos confinaron. Eché mucho en falta esa red de afectos que traspasa las barreras de una casa familiar, pero ahora que lo recuerdo sin angustia y con el privilegio de que la enfermedad nos pasó de largo, también aprendí cosas valiosas sobre el silencio y los espacios interiores; sobre el espacio interior al que accedemos con los ojos cerrados, por ejemplo.

»Empecé a meditar, y sigo haciéndolo, y sigo descubriendo cosas increíbles a través de la quietud, que no era algo que hasta entonces hubiera casado mucho conmigo. Quise trasladar esta experiencia a la novela, la idea de que meditando, o contemplando, no es que aprendas a estar sola sino que aprendes que nunca estás sola realmente, y entonces quizás sea más difícil caer en relaciones donde la coacción primigenia es "no estar solas".

"Comparto con mi protagonista los fracasos y las preguntas, la duda de si no será que buscamos en el otro lo que el otro no es capaz de darnos"

P. ¿Qué le debe este libro, y usted como autora, a la novela gótica y a Jane Austen?

R. Como le decía antes, quería homenajear ciertos clásicos que me acompañaron en mi formación lectora y que también, de alguna manera, conformaron mi ideal de lo romántico. En la novela me pregunto por los mecanismos por los que nos enamoramos de la búsqueda del amor como sublimación del recorrido vital. Y, claro, las novelas de Jane Austen cumplen ese esquema de happy ever after, aunque Austen era muy sarcástica y pragmática.

»Las heroínas se acaban enamorando de lo que, casualmente, les conviene en términos económicos, y ostentan un autocontrol que, si nos movemos al periodo romántico con Cumbres borrascosas, queda arrasado. De Austen me gusta esta asociación de la novela romántica con la novela de tensión de clase, como en El amante de Lady Chatterley o en Gente normal de Sally Rooney, que es una autora en la que pensé bastante también mientras escribía este libro.

P. ¿Y qué peso tienen los vampiros? Porque la sangre atraviesa todo el libro...

R. Claro, es que la metáfora de los vampiros es perfecta para hablar de ese amor fusional rollo Cumbres borrascosas ("¡Yo soy Heathcliff!, gritaba Catherine"), que no respeta ni desea la individualidad del otro. Un vampiro, o bien te mata para alimentarse y te deja ahí tirada como un contendor vacío, o bien te drena y te da su sangre para tenerte atada, como una extensión de sí, durante el resto de la eternidad. La segunda opción es terrible y, a la vez, fácil de romantizar, porque es para siempre. La primera quizás retrate nuestra forma de encadenar amantes más de lo que nos gustaría.

»Pero, más allá de los vampiros, también me interesaba trabajar con la idea del pacto de sangre, la forma ancestral de unir a dos personas que no comparten consanguineidad a través de un rito distinto al matrimonio, porque en la novela se explora la posibilidad de construir vínculos que rompan con la jerarquía clásica de "primero la pareja, luego la familia de sangre, luego las amigas". También hay amigas de sangre. Todo vínculo puede ser de sangre, y entonces la sangre no importa.

P. Al final, Violeta recurre a la fe, una fe extraña, mezcla de cursos de Youtube y de estancia en un convento. ¿Es solo otra huida o "el único asidero cuando ya nada es suficiente"?

R. Creo que es palpable que necesitamos salir del materialismo capitalista y conectar con algún discurso que aporte trascendencia. Que alguien nos diga que no hemos venido a este mundo solo para trabajar y consumir basura. Al mismo tiempo, cuando me senté a escribir, jugaba con esta especie de sinopsis sobre una mujer que busca el amor de su vida y, al final, se da cuenta de que el vacío infinito que está intentando llenar con un alma gemela solo lo puede llenar Dios; tenía como estribillo eso de El cantar de los cantares: "En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi vida; lo busqué, pero no lo encontré".

»Era una forma de reflejar lo absurdo de una búsqueda que deposita un peso y una responsabilidad poco realistas en el encuentro romántico con el otro, pero es que, además, igual es cierto. Igual buscamos donde no es.

P. Pero Violeta comienza primero con un budismo de Youtube.

R. Sí, es verdad que empieza con un batiburrillo de referencias cibernéticas de espiritualidad new age, pero acaba conectando con el catolicismo. Me he estado preguntando si esto es posible en virtud de la generación a la que pertenece Violeta. Es decir: llegar al catolicismo desde cero, sin los traumas que hicieron ateos a muchos de la generación de nuestros padres.

"No entiendo que se diga que el poliamor no funciona cuando la monogamia no es que haya funcionado muy bien nunca"

P. El libro aborda también el poliamor: ¿otro tabú que cae?

R. Diría que el tabú, aunque sea en parte, cayó hace tiempo, pero lo que no acaba de pasar es que cuaje. Supongo que las no monogamias, que implican un trabajo de deconstrucción y de ir contra la inercia de los gestos aprendidos, implican un trabajo que nos requiere despiertas, con la cabeza bien lejos del agua, y no es el caso.

»Seguramente no vayan a ser la opción predominante en una época de desmoronamiento de tantas estructuras sociales que nos aportaban seguridad. Entiendo que la gente se atrinchere en esta idea de la pareja como último bastión, pero no entiendo que siempre se diga que "lo del poliamor no acaba funcionando" cuando es obvio que la monogamia no es que haya funcionado muy bien nunca.

P. ¿Cree que la mejor literatura en español hoy la escriben mujeres de las dos orillas?

R. Me he pasado un año muy desconectada de las novedades editoriales, interesándome por textos religiosos y místicos; leyendo la Biblia por primera vez, por ejemplo. Pero de mis lecturas recientes no me canso de recomendar a Sabina Urraca, a Pol Guasch, a Albert Pijuan, a Mónica Ojeda, a Laura Chivite, a Esther L. Calderón o a Fernanda Trías. Supongo que sí que hay una clara predominancia de mujeres en mi canon personal, pero tampoco me parece importante; lo importante es que ya no sea difícil encontrarnos en los catálogos editoriales, que estén cambiando los números, porque eso apunta a otros cambios subterráneos mucho más determinantes.