Detalle de la ilustración de portada de 'Todo empieza con la sangre', de Aixa de la Cruz, inspirada en un diseño original de Enric Satué. Editorial Alfaguara

Detalle de la ilustración de portada de 'Todo empieza con la sangre', de Aixa de la Cruz, inspirada en un diseño original de Enric Satué. Editorial Alfaguara

Letras

Amores vampíricos y voluptuosidad lésbica: Aixa de la Cruz se viste de Emily Brontë en su nueva novela

El vínculo que construye la pareja protagonista de 'Todo empieza con la sangre' se encuentra por encima de la sangre y la amistad, del sexo y el erotismo.

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En la última novela de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988), todo empieza con Emily Brontë. Su protagonista, Violeta, crece fascinada bajo el signo de Cumbres borrascosas, es decir, obsesionada con ser una heroína de amor, deseosa de vivir una historia romántica y apasionada que no se convierta nunca en tragedia ni abandono. Y así es como Violeta, Cathy contemporánea, encuentra a Paul, su Heathcliff particular.

Todo empieza con la sangre

Aixa de la Cruz

Alfaguara, 2025
224 páginas. 19,90 €

Como en la novela de Brontë, el vínculo que construyen se encuentra por encima de la sangre y la amistad, del sexo y el erotismo; si en el siglo XIX había matrimonios de conveniencia, corazones rotos y venganza, en el XXI hay búsqueda de otros modos de establecer relaciones que no pudran el amor. Tal vez por eso, el esquema amoroso que propone De la Cruz es el triángulo sáfico: entre amante y amada siempre algo se interpone; casi siempre otro amante o amada; a veces, la distancia que se instala como hielo o fuego, algo que quema o se adhiere a la piel.

Ese es uno de los motores fundamentales en la vida de Violeta: la tentativa del amor más allá del matrimonio, del género o las preferencias sexuales. La novela se pregunta cómo hacer para emanciparse de la idea de pareja y a la vez no convertir esa apertura afectiva en excusa o subterfugio para usar y consumir y reemplazar cuerpos.

También podría decir que todo empieza con Drácula: amores vampíricos y voluptuosidad lésbica, cuerpos contaminados por intercambios de sangre, promesas de amor eterno. No en vano, Violeta vive obsesionada con los pactos de sangre y el amor sin condiciones. Déjame entrar, parece suplicar Violeta, déjame entrar y no dejes que me vaya; un ruego o necesidad que deriva de su infancia marcada por un padre fugado a Francia y una madre abandonada que envejece y va en bata y le canta la canción de todos los hombres iguales.

Escapar de la herencia sanguínea, huir del amor hetero, negarse a abandonar y a ser abandonada, asumir los compromisos que adquiere con amantes y amigas es otro de los motores de Violeta. Pero existen la traición y los vínculos endebles y aparece la tibieza y no hay odio ni amor y quedarse es imposible.

En ese espacio de crisis, Violeta da un giro inesperado, pero absolutamente coherente: se vuelca al amor de Dios y se convierte, así, en una suerte de mística atea y contemporánea, que combina orientalismo y deseo de esconderse del mundo y del dolor: una espiritualidad que mezcla deseo de soledad y crecimiento personal en un filtro de Instagram. Retirarse al convento, mudarse a la vida rural o ingresar en un psiquiátrico son tres modos de aplacar eso que una vez se llamó histeria y que hoy se llama depresión, vacío o malestar: ese es el espíritu de época que Violeta encarna.

Porque Todo empieza con la sangre no solo refleja la precariedad de los vínculos contemporáneos, también la fragilidad económica, la ausencia de presente y futuro laboral, la imposibilidad de construir un hogar que habitar. Violeta descubre que no hay fiestas ni drogas ni novias que puedan tapar la humillación de la vida cotidiana, que no hay traumas ni violencias ni muertes ni secretos en hoteles de aeropuerto que den sentido o coherencia a su biografía.

Esta novela no solo refleja la precariedad de los vínculos contemporáneos, también la ausencia de presente

Todos necesitamos nombrar los huecos, las faltas, los agujeros; pero la protagonista, entre el silencio y el parloteo, es incapaz de hacerse con una voz que se atreva a nombrar esos vacíos. De ahí sus problemas con la garganta; de ahí sus vómitos bulímicos como drenaje del alma.

La novela está escrita a través de una voz en tercera persona tan íntima y arrebatadora que con frecuencia parece la voz de un yo que hablara desde un lugar lejano, inaccesible al lector. Como si Violeta hubiera alcanzado la eternidad de una vampira enamorada, como si hubiera, por fin, encontrado un hogar y ya no fuera la Violeta herida y desorientada.

Todo empieza con la sangre sigue el flujo del pensamiento azaroso, de la memoria hecha un nudo que de repente se desata porque alguien te traiciona o te abraza, del recuerdo que aflora en la muerte, en los besos, cuando alguien te abandona o alguien regresa. Ordenar los materiales de una vida corriente, romantizar la experiencia de un cuerpo arrojado a un mundo sin sentido y sin consuelo, tramar un futuro esperanzado. Algo que solo existe en la literatura.

Aixa de la Cruz lo sabe y por eso nos regala su versión contemporánea de unas cumbres borrascosas coronadas de pactos de amor que sangran nuevas formas de quererse en un mundo insoportable.