Luis López Carrasco. Foto: David Zorrakino / Europa Press

Luis López Carrasco. Foto: David Zorrakino / Europa Press

Letras

Luis López Carrasco: "Imagino un futuro marcado por la escasez, pero eso no tiene por qué ser negativo"

El cineasta y escritor publica su novela ganadora del Premio Herralde, 'El desierto blanco', un retrato de nuestra época desde un futuro distópico. 

29 noviembre, 2023 02:34

Cabría pensar que Luis López Carrasco (Murcia, 1981) se esté acostumbrando a recibir premios, pero asegura que no. En 2020 ganó el Goya a la mejor película documental por El año del descubrimiento (elegida además como la mejor película española de 2020 por los críticos de El Cultural), y ahora acaba de obtener el Premio Herralde de Novela con El desierto blanco, que publica la editorial Anagrama. El jurado la consideró “una novela excepcional sobre una generación vista desde un tiempo y un espacio ajenos”. El autor, aunque feliz con el galardón, declara a El Cultural que “los premios son accidentes, aparecen de manera inesperada y es mejor no contar con ellos”.

La novela, repleta de “situaciones extremas” y “enigmas sin resolver”, “no da tregua, hipnotiza y arrastra”, en palabras de la librera Ana Cañellas, miembro del jurado que le otorgó el Herralde. La escritora Marta Sanz, también en el jurado, la define como “una rareza que, de verdad, deslumbra”.

Tanto en su faceta de cineasta como en la de escritor, la intención de López Carrasco es que su obra “esté en contacto con la realidad social de su tiempo”. En El desierto blanco, realiza un retrato de época (la nuestra, el primer cuarto de siglo del siglo XXI) pero tomando distancia, ya que se narra desde un futuro no muy lejano y poco prometedor: el año 2035, desde un lugar recóndito que no desvelaremos para no estropear la lectura, ya que es una información que se va revelando poco a poco.

La novela tiene aroma a ciencia ficción y a distopía, pero no por lo que se cuenta, sino desde dónde. Las primeras pistas sobre ese distanciamiento son las notas al pie que explican a un lector del futuro quién era Irene Villa, quién era Zapatero, qué era la base militar de Guantánamo o qué era la TDT.

Aunque hay personajes de distintas edades, el libro es también en gran medida un retrato generacional, la del propio autor, marcada por la precariedad. “Yo mismo viví durante diez años en una situación de precariedad difícilmente soportable”, afirma López Carrasco, que actualmente compagina su trabajo creativo con su labor docente en la universidad de Castilla-La Mancha y la redacción de una tesis doctoral.

Pregunta. La novela tiene varios enfoques: social, psicológico, costumbrista, y también tiene un toque distópico no por lo que se cuenta, sino en qué circunstancias y desde dónde se narra todo.

Respuesta. A mí me gustan esos narradores que no son del todo transparentes, como los de Ishiguro, o el de Años felices de Gonzalo Torné, libros en los que no solo lees la historia sino que vas averiguando poco a poco quién te la está contando. Esa pesquisa moviliza otro tipo de lectura. En mi novela se manifiesta poco a poco un fondo de ciencia ficción con las notas al pie y las breves pistas que van dejando Carlos y Aitana [los protagonistas] sobre su paradero: llevan la cabeza rapada, no parece que haya vegetación y no se sabe muy bien dónde están ni cuándo. Ese fondo me parecía oportuno para hablar del presente desde una percepción distanciada y casi ajena.

P. En el primer capítulo se habla de la precariedad laboral narrando una prueba de selección para un puesto de trabajo como librero en los “Grandes Almacenes de la Cultura”. Los candidatos deben simular que son los últimos seres humanos del planeta a bordo de un globo aerostático y deben sacrificar a uno de ellos para que el resto pueda sobrevivir. Tras un primer momento de cierto pudor o incluso sensación de ridículo, los candidatos se lanzan a una patética lucha por la supervivencia. Al leerlo, da la sensación de que usted mismo pasó por ese proceso de selección.

R. Así es. La novela no tiene ninguna vocación autobiográfica, pero es cierto que eso me pasó a mí. Creo que no somos conscientes de hasta qué punto la vida cotidiana está atravesada por la competitividad. En una entrevista de trabajo parece muy evidente que estás compitiendo, pero darte cuenta de que con la recompensa oportuna dejamos rápidamente atrás determinadas cautelas y prevenciones sociales no deja de ser sorprendente.

P. ¿También a usted le seleccionaron para el puesto a pesar de haber sido el candidato sacrificado por sus compañeros, como le ocurre al protagonista?

R. Sí, me tiraron del globo pero me dieron el trabajo.

P. ¿Ha querido hacer un retrato de época o generacional?

R. Sí, la idea es hacer un retrato de época de las primeras décadas del siglo XXI y que haya una cuestión especulativa acerca de cómo va a evolucionar nuestra sociedad en el futuro cercano. Hay, desde luego, la necesidad de hacer una memoria generacional, porque a veces tengo la sensación de que estas historias se pierden con cierta rapidez por la aceleración que nos rodea. Pero también quería hacer un retrato que fuera más allá de la propia memoria de mi generación, porque aparecen otras generaciones en el libro. Me pregunto por cuestiones que nos atraviesan de manera global. En definitiva, la pregunta del libro es qué lugar ocupa hoy la imaginación, cuáles son las ficciones que habitamos y qué quiere decir eso acerca de nuestra propia capacidad para pensar otras realidades, otras sociedades alternativas.

P. ¿Qué quería transmitir con ese distanciamiento distópico?

R. La distopía aparece de manera muy manifiesta en el quinto capítulo, donde ya estamos en un momento en el que hay escasez energética, de suministros, donde se están modificando los procesos migratorios y las alianzas vecinales. No sé si llamarlo distopía, porque este término parece que siempre implica algo catastrófico. En el caso de que fuera una distopía, sería bastante suave. A la vez estoy convencido de que eso es lo que va a pasar, porque creo que el modelo de consumo de nuestra sociedad extractivista ya está agotado. Me cuesta verlo como una distopía porque lo que yo planteo es la existencia de futuros distintos marcados por la escasez, pero esto no es necesariamente negativo. Por otra parte, con el distanciamiento puedes entender cuestiones que no eras capaz de comprender en el momento en el que estaban pasando.

P. Es una novela muy psicológica, en la que leemos continuamente los pensamientos de los personajes. ¿La literatura le permite hacer cosas que echa en falta cuando hace cine?

R. Cuando escribo literatura intento hacer todas esas cosas que no hago en el cine: especular, imaginar, fabular, tener a mi disposición todos los recursos posibles, con la libertad de que luego no hay que ponerlo en escena ajustándome a un presupuesto. Cuando llegué a Madrid empecé a trabajar como ayudante de dirección y escribía guiones siendo muy consciente de lo que cuesta ponerlos en escena. Me di cuenta de que ser tan consciente de la producción me limitaba la imaginación, así que me dije que en la ficción, que solo iba a desarrollar literariamente y que es gratis, si quiero que lluevan elefantes rosas como en Dumbo, pues que lluevan elefantes rosas. Para mí la literatura ha sido un camino de mayor libertad que el cine, que está extraordinariamente condicionado por los recursos y las limitaciones presupuestarias.

P. ¿Cómo ve la situación del sector cultural en términos de precariedad laboral? ¿Qué opinión tienes del Estatuto del Artista que está poco a poco introduciendo medidas para paliarla?

R. Confieso que lo veo con un poco de distancia porque yo principalmente de lo que trabajo es de profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha, un lugar en el que soy muy feliz y en el que estoy precisamente porque no puedo vivir de mi obra creativa. Creo que el estatuto del artista, que fue un trabajo bastante ejemplar por parte de las comisiones parlamentarias, es algo que era necesario y ahora hace falta voluntad política para desarrollarlo y sobre todo que se respete, porque a veces se hacen leyes muy bonitas, que luego no, no hay manera de hacer cumplir. En la cultura nunca hemos disfrutado de la protección y la tranquilidad necesarias para crear, condiciones que sí se han tenido en países del norte de Europa.

P. El personaje de Aitana, cuando reflexiona sobre la nostalgia de la infancia que siente su pareja, Carlos, dice que aferrarse a los recuerdos de un mundo que se desmorona conduce al propio desmoronamiento. ¿Se es más feliz sin memoria? Si lo llevamos a lo colectivo, ¿eso puede explicar por qué la sociedad tiende a exaltar el presente y olvidarse del pasado?

R. Es una cuestión que tiene mucha miga. Por un lado parecería que nos encontramos instalados en un presente perpetuo, donde lo que se valora es la juventud y lo novedoso, si bien es cierto que de un tiempo a esta parte hay toda una industria de la nostalgia, con ejemplos como el éxito de Yo también fui a EGB, Stranger Things, Cuéntame o todos esos programas de remezcla del archivo de TVE. Hay un deseo de reconfortarse en un pasado infantil o adolescente que siempre se idealiza. En El año del descubrimiento era muy patente esta idea de que en el franquismo no hacía falta cerrar la puerta con llave porque había mucha seguridad, algo que es rotundamente falso. Digo esto porque, aunque estemos muy encajados en el presente, creo que a veces se quiere salir de las crisis buscando respuestas en el pasado, idealizando momentos aparentemente acogedores y cómodos que probablemente solo lo eran para la clase media y la clase privilegiada. En el libro se plantea el peligro que puede suponer refugiarse en ese pasado idealizado.

P. En su trabajo hay en definitiva un gran interés por la intrahistoria, por los testimonios personales que reflejan todo lo que ha quedado orillado por la historiografía oficial. ¿Es así?

R. Sí, totalmente. Desde la microhistoria, la vida cotidiana, relatos que se pueden apuntalar en las vivencias personales o comunitarias y que discuten las narrativas más institucionales. Como bien nos explica Raymond Williams, la producción de hegemonía del sentido común de una época casi siempre responde a los intereses de una minoría. Por ejemplo, trabajos como los de Howard Zinn demuestran que se puede escribir la historia de un territorio atendiendo a las poblaciones que no han disfrutado del poder. Para mí es una referencia y lo que me gustaría hacer a través de mi obra.