Karel Holemans (1961)

Karel Holemans (1961)

Letras

Karel Holemans, el artista que espió para la Alemania nazi y salvó a más de 230 templarios

A partir de la enigmática figura de su propio padre, Carlos Holemans indaga en la vida desconocida de este agente secreto e independentista flamenco que se convirtió en héroe templario y soñó con ser pintor. 

20 agosto, 2023 01:07

Aunque algunas de sus pinturas cuelgan hoy en varios museos europeos, entre ellos el Reina Sofía, Carlos Holemans jamás vio pintar a su padre. Más allá de conocer que había sido un gran artista, su vida era, de hecho, un gran misterio para su propio hijo, que contaba 16 años cuando este murió en 1979. "Entonces aún no sabía –escribe– que los espías no hablan". Desde entonces ha pasado décadas reuniendo información sobre aquel hombre, su padre, que trabajó para la inteligencia alemana durante el nazismo, estuvo casado con una agente de la Resistencia francesa y fue ordenado Caballero Comendador de los templarios, tras salvar la vida de 238 hombres.

Condenado a muerte en su Bélgica natal, en la que fue miembro de la Unión Nacional Flamenca, el VNV, partido que terminó siendo financiado por Hitler; exiliado en España y apátrida, Karel Holemans se convirtió además en testigo involuntario de la ejecución por garrote vil de Heinz Ches en Tarragona, el mismo día y a la misma hora que la de Puig Antich, los dos últimos hombres condenados a muerte por el régimen franquista.

Fruto de esta investigación, que incluyó visitas a archivos y documentos de los servicios secretos, sendas entrevistas y viajes por Europa, Carlos Holemans publica ahora Los espías no hablan (arpa), el libro donde le cuenta a su madre, y a sí mismo, quién era realmente el hombre con el que, junto a su hermano, formaban una familia.

Deseos políticos y sociedades secretas

No en vano, el cuadro que se conserva en la pinacoteca española, fechado en 1944, se titula Bruma y parece que habla del momento que atravesaba Karel Holemans cuando lo pintó. "Era difícil dormir tranquilo siendo varias personas a la vez: un artista amigo de los alemanes, para unos; un intelectual que simpatizaba con los aliados, para otros, y secretamente, un templario camuflado –reflexiona su hijo en un momento del libro anterior a este instante–. El insomnio debía acentuarse al llegar a casa y encontrar a Rachel [su primera mujer y militante del Partido Socialista Belga] guardando panfletos clandestinos o a un comunista en la cocina ocultándose de la Gestapo. No debió ser fácil para Karel conciliar el sueño en esos días". Pero, ¿cómo había llegado a aquella situación?

Karel Holemans y Carlos Holemans (1978)

Karel Holemans y Carlos Holemans (1978)

Varios factores contribuyeron a ello. Nacido en Flandes (Bélgica) en 1910, en una familia propietaria de un hotel de Averbode, donde su padre llegó a ser alcalde, Holemans tuvo muy claro desde pequeño que quería pintar cuadros. Obligado a dejar su deseo de matricularse en Bellas Artes para trabajar en una fábrica de productos químicos, en 1931 abandonó aquel trabajo que detestaba para centrarse definitivamente en su arte.

Poco después conoció a Rachel van der Elst, una estudiante de enfermería, simpatizante socialista, con quien contraría matrimonio, y entró en contacto con la Orden de los Templarios, donde fue aceptado como un artista librepensador, algo que iba a tener una influencia definitiva en su vida. "Karel quedó fascinado desde el primer momento por el Temple –rememora su hijo–. Esta orden de caballería, que había nacido con el propósito de ayudar y proteger a los peregrinos de Jerusalén y a toda la cristiandad, había renacido modernizada. Pertenecer a ella era un raro privilegio que solo se ganaba reuniendo méritos suficientes para ser invitado".

Esta orden de caballería, que había nacido con el propósito de ayudar y proteger a los peregrinos de Jerusalén y a toda la cristiandad, había renacido modernizada

Y Holemans parecía haberlo logrado. Bien recibido por los círculos artísticos de Malinas, en 1936 había conquistado Amberes y "la escena artística flamenca le reconocía como uno de los pintores contemporáneos que había que tener en cuenta". En lo ideológico el joven parecía simpatizar con el partido político nacionalista belga de la Unión Nacional Flamenca (VNV), lo que parece que le llevó, un año después, a asistir junto a su cuñado, Robert Pepermans, al mitin que dio Hitler en Berlín el 18 de septiembre de 1937.

"Nunca sabremos si Robert Pepermans militó en el VNV, o si fantaseó alguna vez con un Flandes absorbido por el Reich. Tal vez pensó que Alemania reconocería su singularidad nacional y que la gran familia germánica otorgaría a los flamencos su merecida autodeterminación. Eso provocaría la fractura definitiva del engendro artificial que era Bélgica, una prisión para Flandes. No hay ninguna prueba de que Robert lo creyera, aunque sabemos que Karel sí lo hizo y que también lo hicieron más de medio millón de flamencos que, con mejor o peor intención, pensaron que Hitler era una buena noticia", reflexiona el escritor.

Primer viaje a España

Paradójicamente, mientras Holemans padre acudía a aquel mitin nazi, su mujer, Rachel van der Elst, había viajado hasta España para trabajar como enfermera en un hospital de Onteniente (Alicante) impulsado por el partido socialista belga al que ella pertenecía, con el apoyo de la Internacional Obrera Socialista. Una vez allí, no tardaría en ser señalada como espía socialista por parte del sector comunista lo que provocó una curiosa situación: "Alguien anotó el nombre y la dirección de Karel Holemans, señalándole como la persona con quien Rachel, la espía espiada, se carteaba con más frecuencia –relata el hijo–. Poco podía imaginar mi padre que su nombre se encontraría un día guardado en un fichero de la Internacional Comunista en Moscú".

[Esta es la distopía que alertó sobre el peligro de los algoritmos y del comunismo]

Sea como fuere, el propio Karel viajó por primera vez a España para reunirse con su mujer en lo que su hijo supone que fue un último intento de arreglar las cosas en el matrimonio. Sin embargo, a medida que la República agonizaba, las enfermeras belgas, "mujeres y rojas", tuvieron que decidir si quedarse a pesar de las consecuencias o salir del país. Los Holemans decidieron volver a Bélgica.

Tras su regreso, la profesión artística de Karel vivió su mejor momento. "Durante 1939 y 1940 se vivió una efervescencia del flamenquismo. Los cuadros de Karel se vendían bien, no solo por su temática, un folclorismo idealizado de la vida campesina, sino también porque él mismo era el epítome del artista flamenco de los nuevos tiempos", cuenta Carlos Holemans.

Viviendo en el alambre

De puertas para adentro, los Holemans componían un matrimonio singular. Por los ideales de Rachel, su casa se había convertido en un lugar seguro para amigas y excompañeras judías de la enfermera, así como para los amigos, artistas e intelectuales de izquierdas. "En la primavera de 1941, Rachel comenzó a trabajar para el Front de l'Indépendancess y en la casa se celebraban reuniones clandestinas, se guardaba propaganda antinazi y algunos perseguidos se ocultaban temporalmente", narra el escritor.

Pero mientras su mujer se había convertido en toda una activista de la Resistencia, el propio Karel confraternizaba con los alemanes, algo que de algún modo acabó haciendo mella en la pareja. Sin embargo, aquellas simpatías contribuyeron a la mejora de su posición artística. "Durante esos años –recoge su hijo–, los periódicos flamencos dieron cuenta de hasta doce exposiciones o actos culturales a los que Karel acudió y en los que presentó su trabajo. De puertas afuera vivía días de gloria. Otra cosa era lo que habitaba su cabeza cuando apagaba la luz por la noche y se quedaba a solas con sus miedos", elucubra.

Sin embargo, los equilibrios que Holemans supo mantener muy hábilmente para que la política nunca le salpicara en contra, cambiaron cuando en junio de 1943 se firmó una orden de perseguir a todas las órdenes de masones, templarios y otras sociedades secretas. "De todas las militancias de Karel Holemans, que no fueron pocas, prevaleció, por encima de todas, su fidelidad al Temple. Eso lo define como un patriota belga y un monárquico, dos fes que puedo atestiguar que profesó, pues así lo escuché de su boca frecuentemente", afirma el escritor.

Martha Holemans, Madeleine Holemans, Clement Holemans y Karel Holemans (1932)

Martha Holemans, Madeleine Holemans, Clement Holemans y Karel Holemans (1932)

Fue entonces cuando Holemans se ofreció voluntario para trasladar de Bélgica a Portugal los archivos históricos de la Orden del Temple y evitar que cayeran en manos de la Gestapo. Para entender la importancia de aquel gesto, señala su hijo, "lo que hacía que esas crujientes hojas de papel mecanografiado resultaran radioactivas para su poseedor era que tenían, por un lado, el poder de preservar la memoria de la orden y evitar su desmembramiento cuando la guerra terminara; por el otro, constituían una segura sentencia de muerte para las doscientas treinta y ocho personas que figuraban en ellas, si caían en manos nazis".

Un gran caballero

Ahora bien, ¿cómo atravesar Europa hasta llegar a Portugal? "Por fortuna, su profesión de pintor era una coartada perfecta para justificar su deseo de marchar a España –escribe su hijo–. La realidad era otra: Karel necesitaba que lo enviaran a España para poder llegar a Portugal, y hacerlo con una misión secreta de los alemanes le proporcionaría los salvoconductos necesarios para salir de Bélgica, atravesar la Francia ocupada y cruzar los Pirineos sin que nadie hiciera demasiadas preguntas".

En 1943 viajó él solo a España. Su heroica acción, para la que además se ofreció como correo de la Resistencia gala, para tener otro salvavidas, tuvo además otra recompensa. "De todos los príncipes, duques, marqueses, militares, diplomáticos y empresarios de la renacida Orden del Temple, Dom Antonio asignó a mi padre el número tres. Agradecido en el alma por su hazaña, le nombró además Caballero de la Gran Cruz, la más alta distinción que el Temple otorga a un caballero".

Aquella hazaña le granjeó además las simpatías de los templarios en Madrid, muchos de ellos militares del ejército de Franco, lo que en más de una ocasión supo utilizar a su favor. "Salvar a la Orden le reportó un honor que aún perdura y un reconocimiento personal que, durante las dos décadas de influencia de los templarios en el primer franquismo, le fue de constante ayuda".

Condenado a muerte, en busca y captura

Sin embargo, y tras su vuelta a Madrid, la situación empezó a complicarse para Holemans, cuando el amante de su todavía mujer, Louis Delgrange, un torturador y espía nazi, tomó la decisión de vender a Karel para asegurar su supervivencia, y de paso casarse él mismo con la propia Rachel, a través de la cual pensaba obtener la nacionalidad belga. Acusado de colaboracionista y espía, en 1947 fue puesto en busca y captura, condenado a la pena capital y a la pérdida de su nacionalidad. Nunca más pudo regresar a Bélgica.

Los espías no hablan 

Carlos Holemans 

Arpa Ediciones, 2023. 368 páginas. 21,90 €

En sus últimos años, y ante la imposibilidad de retornar a su país de origen, Karel Holemans echó raíces en España. En 1957 conoció a Teresa Mestres, madre soltera e hija de un respetado empresario del champán, Josep Mestres, con quien acabó formando una familia y de cuyo fruto nació el propio Carlos, a pesar de la oposición de su suegra, quien llegó incluso a denunciarles por bigamia, ya que el divorcio no era legal en España.

Traductor oficial de la capitanía general de la capital de Terragona, en 1974 le fue asignado el caso de Heinz Ches, condenado a morir por garrote vil por el franquismo. "Tardé en comprender la conmoción que el juicio le provocaba –recuerda su hijo en su biografía–. Si la policía belga le hubiera echado el guante a finales de los 40, él mismo habría estado sentado frente a un consejo de guerra como aquel".

"Solo hubiera podido esperar la muerte o la cadena perpetua. Lo mismo que le aguardaba a Heinz Ches, cuyas palabras mi padre iba a traducir y poner a los pies de los jueces militares –razona Carlos–. Con el corazón encogido, Karel, que se había pasado la vida huyendo del pelotón, sintió que él y Ches eran las dos caras de una moneda lanzada al aire”. En su caso salió cara y no fue hasta algunos años después, en el verano de 1979, cuando murió de muerte natural llevándose a la tumba un buen puñado de secretos que su hijo ha tardado más de una década en desenterrar.