Fotograma de 'Sueños y pan' con Javier de Luis  y George Steane.

Fotograma de 'Sueños y pan' con Javier de Luis y George Steane.

Cine

'Sueños y pan', el regreso del cine quinqui como símbolo de una generación quemada

La ópera prima de Luis Soto Muñoz, ganadora del premio a Mejor Película Nacional en el Atlántida Film Fest 2023, utiliza los códigos de este género cinematográfico para configurar un retrato generacional. 

19 agosto, 2023 01:30

“Vivir en un ambiente es bonito cuando el alma está en otra parte. En la ciudad, cuando se sueña en el campo, y en el campo, cuando se sueña en la ciudad. En todas partes, cuando se sueña es en el mar”. Con una cita de Pavese comienza la ópera prima de Luis Soto Muñoz, ganadora del premio a Mejor Película Nacional en el Atlántida Film Fest 2023. 

Como ocurre en Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998), el mar se convierte en ese lugar inalcanzable que imaginan y buscan sin descanso aquellos que están atrapados en el hormigón. Su ausencia lo convierte en obsesión; en un lugar tan vasto e ingobernable que para los protagonistas de Sueños y pan, Javi (Javier de Luis) y Dani (George Steane), es lo más parecido a la libertad. Estos jóvenes del extrarradio de Madrid vagan por las calles sin rumbo, roban un cuadro y sueñan con hacer una película.  

El filme de Soto tiene los componentes necesarios para ser catalogado dentro del subgénero del cine quinqui: juventud, descampados, delincuencia, drogas, pobreza. Pero también los mismos para salirse de él. Una estética cuidada, actores profesionales, delicadeza en sus planos y un blanco y negro bressioniano, que poco o nada tiene que ver con el color saturado y sucio del cine de Eloy de la Iglesia y sus Navajeros o José Antonio de la Loma y su Vaquilla. 

Fotograma de 'Sueños y pan'.

Fotograma de 'Sueños y pan'.

Tampoco encaja dentro de la estética hiperrealista del neoquinqui, que inició Carlos Salgado con Criando ratas (2016), y que abrió puertas a una nueva forma de entender el género. Tampoco lo pretende. El cineasta baenense ofrece una actualización y revitalización de la estética quinqui, adaptándola a la contemporaneidad y mostrando abiertamente sus referentes: Los olvidados (1950) de Buñuel, Surcos (1950) de José Antonio Nieves Conde y Los golfos (1963) de Carlos Saura, quien aunque siempre será recordado en este género por Deprisa, Deprisa (1981), anticipó con su ópera prima toda la corriente del cine quinqui que vendría después. 

En Los golfos Saura retrató la juventud de mitad del siglo pasado bajo la represión franquista. Ellos también querían irse lejos, salir de pobres, convertirse en alguien. Todo ha cambiado mucho, aunque a veces parece que no tanto. Soto utiliza el mismo costumbrismo neorrealista que utilizó Saura para moverse por el Madrid de ahora, porque aunque sitúa la historia en el año 2000, utilizando alguna que otra referencia a la Guerra de Irak para contextualizar, la imagen que transmite se asemeja mucho a la de la actualidad. 

El género quinqui se ha revalorizado en los últimos años con éxitos como el de Las leyes de la frontera (Daniel Monzón, 2021)una adaptación de la novela de Javier Cercas ambientada en los años 80 en el barrio chino de Barcelona y que cosechó cinco estauillas en los Goya de 2022, con Hasta el cielo (2020) de Daniel Carpasoro o Mi soledad tiene alas, el debut de Mario Casas como director que se estrenará el próximo 25 de agosto. 

También con series como Cardo (2021) de Ana Rujas y Claudia Costafreda, que configuran un retrato de la generación millenial a través de las vivencias de una joven que debe enfrentarse a todas las crisis existenciales y laborales posibles con un castizo Madrid de fondo y unos códigos que la acercan a lo quinqui, pero que como en el caso de Soto, es otra cosa. 

Esta nueva ola ha traído de nuevo la estigmatización en los barrios más desfavorecidos donde se ruedan dichas películas, como los de La Mina de la ciudad condal, al realizar recreaciones estereotipadas que condenan a esos barrios a vivir en el recuerdo de lo que un día fueron, pero también la pregunta de si lo quinqui ha vuelto para convertirse en una simple estética o, por el contrario, una forma de canalizar el hastío y los problemas generacionales. 

Porque, como cuenta Azahara Palomeque en Vivir peor que nuestros padres (Anagrama, 2021), esta es “la generación más estéril y mejor preparada de la historia, coleccionista primero de expectativas y luego de frustraciones, que habita viviendas prestadas o se desuella la carne en alquileres abusivos, eternamente infantilizada aunque ya peinemos canas”. 

Fotograma de 'Sueños y pan'.

Fotograma de 'Sueños y pan'.

No es de extrañar entonces que Luis Soto Muñoz haya optado por este género cinematográfico para contar la historia de unos chavales cuyos sueños y ellos mismos parecen estar enlatados en un lugar que sienten cada vez menos propio. En un momento en el que el éxodo inverso, aunque todavía queda lejos de ser una realidad, se vislumbra en el horizonte como una posibilidad para esos jóvenes que siguen navegando sin un rumbo claro y soñando con ese mar a veces inalcanzable.