Antonio Gala, en una fotografía facilitada por su fundación.

Antonio Gala, en una fotografía facilitada por su fundación.

Letras

Antonio Gala, resplandecientes penumbras de un icono de su tiempo

Famoso, famosísimo, de éxito seguro, el mundo literario, desde Brines a Javier Marías o Fernando Savater, tenía escasísimo aprecio por el escritor

28 mayo, 2023 18:01

Antonio Gala tuvo un enorme talento literario, difícil es dudarlo. El dilema comienza cuando se dirime si él usó bien o regular tales talentos. Puedo empezar por su afamada y real ironía, su capacidad singular para la réplica como dardo aguzado, a la abeja semejante. Se luce mucho más en sus entrevistas y en la charla en círculos más o menos amistosos (fui bastantes veces testigo cercano) que en su obra escrita, donde no pocas ocasiones —sobre todo al final— buscaba una sentimentalidad melodramática, mucho más cercana al gran público, que fue categóricamente y sin discusión el suyo.

Creo que ya no hay laberínticas colas —por largas— como las que tuvo Antonio en la Feria del Libro, mayores que las que poco antes había tenido José Luis Martín Vigil. Pero Gala era inmensamente más vistoso o lucido. Le preguntan: "¿La sociedad actual no adora sin más al becerro de oro?". Respuesta súbita y brillante: "No, ahora adora el oro del becerro…".

Famoso, famosísimo, de éxito seguro (debió ganar bastante dinero, pero en ese aspecto era siempre discreto) el mundo literario en el que yo me movía, desde Brines a Javier Marías o Fernando Savater, tenía escasísimo aprecio por el escritor. Se hubiera podido decir: fulgor de mayorías, lejanas minorías. Pero Marías o Savater tuvieron éxito y prestigio, aunque muy otros que los de Antonio Gala. Sólo Terenci Moix, un tiempo muy amigo, puede compararse con Gala, pero a Terenci —lo lograra o no— jamás se le olvidaba la importancia del prestigio letrado. Hicieron juntos un viaje a Egipto, que resultó uno de sus más célebres enfados.

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Durante sus años más jóvenes en Córdoba, Antonio pareció el benjamín del Grupo Cántico, poetas a los que admiró y quizás de donde parte el poeta, pero Gala nunca formó con ellos. Como tantos escritores —sería curioso estudiarlo—, Gala empieza como poeta, y será la poesía (lo repetirá a menudo) el fondo nutricio de su obra.

Su primer libro notable —cuenta entre lo que prefiero suyo— es un poemario, Enemigo íntimo, accésit del premio Adonáis (que ganó Brines) en 1959. Tardó bastante en volver a publicar poesía, si no era en minoritarios cuadernitos. Los Sonetos de la Zubia —poemas de amor a un amado muerto— los publicó en una selección su entonces muy amigo José Infante, en una bella plaquette de Málaga. En la presentación (años 80) oí a Antonio recitar con teatro y hondura algunos de esos sonetos. Lo hacía muy bien, como actor consumado. Y hasta arrancó las lágrimas de algunas damas.

Se trata de sonetos muy bien hechos (como es un gran poema largo Meditación en Queronea) pero los críticos no han decidido aún si en esa, mucho tiempo casi secreta, obra lírica, hay eso que suele llamarse "voz" o sello propio. La calidad está, sin duda. Parte de su obra poética se editó en Planeta en 1997 con el título Poemas de amor. Le hice una amplia entrevista en su casa de El Viso, cuando el libro salió, obvio es decirlo, con grande éxito. ("Ni el nombre sé yo ya de quien amaba / desmemoriado y terco en la aventura / de que quien me mató me dé la vida").

Antonio Gala, en una foto distribuida por la Editorial Planeta.

Antonio Gala, en una foto distribuida por la Editorial Planeta.

Pero si la poesía es el fecundo subsuelo, los grandes y mayores éxitos de Gala serán el teatro y la novela después, acaso cuando el teatro entra en una especial crisis, de la que no me atrevo a decir si ha salido. El primer gran éxito de Gala, que hasta ese momento había vivido con estrecheces (iba a veces a comer a casa de Pepe Hierro que así, discretamente, lo ayudaba) fue en 1962 Los verdes campos del Edén. Las primeras obras dramáticas de Gala (El sol en el hormiguero, Noviembre y un poco de yerba) son obras de renovación y de estilo, acaso en la senda, pero a su modo, de lo que hacía Tennessee Williams.

Poco después, Gala, haciendo brillantes series televisivas (Si las piedras hablaran, Paisaje con figuras, joyas en comparación a lo de hoy), elige el camino del éxito que se le venía a las manos. ¿Cómo no recordar Anillos para una dama, 1974? Historia, cultura, sentimentalidad, amor —supuestamente el gran tema dulce de Gala, tan buen respondón—... Esa y otras obras hasta Petra regalada (1980), al menos, dan al público una honda sensación de altura, de alta cultura, que se servía en bandeja fácil. Los críticos comenzaron (no todos) a valorar menos ese fértil y exitoso teatro de Gala.

Se podría decir, Antonio Gala no es un autor, es un fenómeno mediático y sentimental. A todo esto, se unen sus artículos semanales en grandes periódicos —Charlas con Troylo, Cuadernos de la Dama de Otoño, Las troneras— y su continua presencia en los medios, pues es bien sabido que una amplia entrevista con Gala es un éxito garantizado.

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Sigue siendo plenamente él —descocado y tierno— cuando su teatro (pienso en El hotelito, por ejemplo, tan flojo) da sus últimas bocanadas, finales años 80, para ver surgir en 1990 —premio Planeta— al Gala novelista con El manuscrito carmesí, acaso su novela más cuidada, sobre la Granada nazarita. Otras novelas se harán más fáciles, subiendo así éxito y tirada. Por ejemplo, Más allá del jardín, sentimental y plena de desdichas amorosas… Igual puede decirse de la más tórrida, La pasión turca, ambas llevadas al cine con esperable éxito.

A Gala le atrae el éxito, que conoce muy bien, y en su ara, voluntario o no, deja mucho de ese prestigio (literario, jamás popular) que según algunos le faltaba. Tan o más famoso que ellos, Gala no fue —como escritor— ni Cela ni Umbral, por citar "personajes".

Homosexual que nunca se ocultó ni exhibió en exceso, ¿cómo no decir que Antonio fue un fabuloso icono escritural de su tiempo? Todo un emblema, que ha dejado una Fundación cordobesa para jóvenes. Estos —los que lo conocieron ya tarde— naturalmente lo adoran. Desde luego, un creador de sí propio.

Antonio Gala, en una foto distribuida por la Editorial Planeta.

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