Carlos Zanón, autor de 'Love Song' (Salamandra). Foto: Felipe Huertas

Carlos Zanón, autor de 'Love Song' (Salamandra). Foto: Felipe Huertas

Letras

Carlos Zanón: “La ficción es mi excusa para contar que nunca he encajado”

El escritor barcelonés presenta su nueva novela, Love Song, la historia de un viaje por la costa mediterránea de tres músicos extraviados que solo versionan canciones de 1985

13 enero, 2022 02:31

Cronista de lo urbano y especialista en la psicología de los personajes, esta vez Carlos Zanón (Barcelona, 1966) arriesga en la exploración de nuevos territorios para su narrativa. El autor de Tarde mal y nunca o No llames a casa ha mostrado siempre una obstinación muy particular por desentrañar la idiosincrasia de Barcelona, nunca desde una mirada patrimonial, sino ahondando en determinadas carencias de tipo afectivo.

En Love Song (Salamandra) la ciudad condal queda atrás en las primeras páginas y la novela se convierte en “itinerante”, según reconoce el propio autor en una entrevista con El Cultural. Como siempre en sus novelas, los personajes presentan un contorno muy marcado. En este caso, los protagonistas son dos varones y una chica, músicos, que huyen de la ciudad para sumergirse en los campings y restaurantes de la costa mediterránea durante el verano. Un trayecto que apunta a Tarifa como destino final y donde el único objetivo es “tocar por tocar”.

Sería un plan magnífico si entre ellos no se hubiera creado una suerte de triángulo amoroso marcado por los traumas del pasado y la enfermedad del presente. El planteamiento, inspirado en la relación a trío que mantuvo el cantautor norteamericano Townes Van Zandt, no es más que un punto de partida para profundizar en la complejidad de las relaciones humanas.

Pregunta. Hay en esta novela una ruptura evidente con el género negro y con Barcelona, donde han arraigado tantas historias en sus novelas. Sin embargo, permanece la impronta del realismo sucio.

Respuesta. Sí, reconozco la influencia carveriana. No es más que una manera de ver, unas gafas con las que mirar la realidad. En el fondo, a veces es el género el que elige al autor. No sabes bien qué estás manejando, pero tienes una mirada determinada.

P. Jim, Eileen y Cowboy son, de nuevo, personajes a la orilla de la sociedad. ¿Por qué siempre hay una tendencia a construir sujetos inadaptados?

R. La literatura funciona hacia afuera, en el sentido en que intentas conectar con gente que ni siquiera conoces, pero también hay un proceso de excavación. La ficción siempre es la excusa para hablar de los temas que te obsesionan. En mi caso es la sensación de no encajar nunca en determinados sitios. Siempre he tenido esa sensación de extrañeza y, a la hora de representar los personajes, intento encontrar respuestas.

P. Hace cinco años dijo en una entrevista para El Cultural: “Me gustaría cambiar. Escribo para controlarme. Fracaso en cada libro. Cada vez ando más desquiciado”. ¿Ha logrado revertirlo?

R. Creo que seguimos en las mismas (risas). Escribir es tratar de ordenarse y encontrar en la creación la armonía que en la vida no tienes. Intentas crear con un orden, aunque siempre salen mundos desquiciados.

P. En sus dos últimas novelas aparecen un taxista y unos músicos. Sabemos que con el gremio del taxi tenía una vinculación familiar. ¿Y con la música? En Taxi todos los capítulos se titulaban como canciones de The Clash.

R. Hay una relación intensa desde el principio. Cuando era niño empecé a escribir y traducía las canciones de la radio que sonaban en inglés. Me ponía a escribir un poema pensando en lo que quería transmitir la canción. Buscaba en la literatura esa conexión que se crea con la música. Por otro lado, la literatura es música. Nos gusta la manera de escribir de un autor porque nos gusta cómo suena, cómo ha elegido las palabras, cómo respira, el tempo… La música pop fue parte de mi educación sentimental y hoy me sigue entusiasmando. Cada uno tiene su manera de descifrar la realidad, y esta fue la mía.

El arte, un consuelo trascendental

P. Subyace a lo largo de la novela la idea del arte como redención. En este caso, la creación musical. ¿Cuál es su punto de vista? ¿El arte puede salvarnos?

R. El arte es lo único que sobrevive a la muerte, lo único que trasciende. Nos pasamos la vida leyendo y escuchando canciones de gente que ya no existe. Conseguimos recordarlos a través del arte. No recordamos a los políticos ni a los fontaneros de otra época, pero sí a los artistas. El arte siempre aspira a construir, a veces con escombros, un tipo de belleza. Nos consuela con algo que vale la pena. Nos lo da con mucha generosidad, no solo como creadores, sino también como espectadores. Películas, libros o pinturas que nos han llevado a sitios muy especiales. Es un refugio.

P. ¿Qué importancia tiene 1985, año en que usted cumplió 19 años?

R. Esa época fue un festín de descubrir cosas. Muy excitante. Podría haber sido otro año, pero en 1985 se grabó el disco Steve McQueen, de Prefab Sprout, mi favorito. Sería divertido fingir que alguno de los personajes estuviera escribiendo ese disco. La idea era reivindicar lo analógico, dejando atrás la violencia de la tecnología. También es un homenaje a una época donde había mucha gente haciendo cosas muy interesantes.

El tío de Zanón murió a los 23 años en un accidente de tráfico. Era un lector empedernido y no pudo terminar Chacal, de Frederick Forsith. En aquella época, el autor de Taxi pasó mucho tiempo en casa de sus abuelos y terminó adquiriendo su biblioteca. No es descabellado pensar que determinados episodios del pasado condicionaran la perspectiva de Love Song, un texto crudo, por momentos violentísimo en sus descripciones de seres arrasados, como en el capítulo “Cowboy compra”. Más que narrar, Zanón escupe frases e intercala diálogos, habilidosa fórmula que se traduce en un estilo magnético para el lector, que asiste a una prosa con reminiscencias de Chirbes, por el tono existencial tan descarnado.

El trágico final de Jackeline du Pré, concertista de violonchelo, fue otro acontecimiento inspirador para la escritura de Love Song. En sus últimos recitales, la intérprete no pudo desarrollar las habilidades por las que fue reconocida, debido a que perdió la autonomía de sus manos. Con una escena análoga comienza la historia de Zanón. La descripción del momento en que se fugan de la mano izquierda de Eileen sus cinco dedos bien podría pasar por el arranque de una novela de ciencia ficción. El desconcierto que genera es, obviamente, deliberado, y constituye un pasaje magnífico.

P. Es interesante la manera en que expone cómo la enfermedad modifica los planteamientos de quien la padece. ¿Qué peso pretendía atribuirle a esto en la novela?

R. Tiene un peso fundamental. No quería que acabase todo con los sentimientos de los personajes, porque hay algo que es más bestia: la vida. Cada uno tiene una forma de romper los vínculos. La enfermedad es un recordatorio de lo pequeñitos que somos. Quería escribir un personaje fuerte que lo afrontara a su manera. Eileen quiere elegir cuándo se va y no quiere ser un lastre. También para darle a la novela algo más. En un momento se alude a Susan Sontag: hay una parte de tu vida en que viajas con el pasaporte bueno (cuando estás sano) y otra con el pasaporte malo: la enfermedad.