Nicolas Grospierre: 'Library', 2006. Galería Alarcón Criado (Sevilla)

Nicolas Grospierre: 'Library', 2006. Galería Alarcón Criado (Sevilla)

Letras

Siete escritores celebran el Día Internacional de las Bibliotecas

En el Día Internacional de las Bibliotecas, siete autores recuerdan el momento más literario, sorprendente y feliz que han vivido entre sus paredes

24 octubre, 2019 09:20

Instituido como homenaje a la Biblioteca de Sarajevo, arrasada durante la última guerra de los Balcanes, hoy 24 de octubre es el Día Internacional de estos refugios de la palabra y la memoria que fueron, para Borges, lo más parecido al Paraíso. Siete escritores lo celebran recordando el momento más literario, sorprendente y feliz que han vivido entre las paredes de una biblioteca.

La magia de las palabras LUIS LANDERO

Una vez, en la Universidad de Virginia, en Charlottesville, me hicieron el honor de dejarme a solas con los tres manuscritos que elegí, entre otros muchos que me ofrecieron. El primero era un grueso taco de folios sueltos y escritos con una letra pulcra, casi dibujada, y un tanto críptica, como si fuesen jeroglíficos. Se trataba de “Luz de agosto”, mi novela preferida de Faulkner. Solo me atreví a mirar los primeros folios, con la mente llena de imágenes del autor y de sus criaturas de ficción. El segundo era un cuento de Borges, “El muerto”, escrito en un cuaderno escolar con letra también escolar, de tan clara y aplicada que era. Leí varias veces la frase: “…la travesía es tormentosa y crujiente”. En mi primera lectura, el segundo adjetivo me produjo un estremecimiento estético que aún recuerdo como si me acabase de ocurrir. El último era una carta de Poe. Letra grande y apasionada, casi furiosa en sus trazos enérgicos. Solo en aquella sala, plena de silencio, sentí por unos instantes la poderosa magia de las palabras, tal como aparecen en los textos sagrados, donde los dioses nombran la cosa y la cosa todavía innominada aparece ante nosotros, creada por el ensalmo de la música omnipotente del lenguaje.

El poder de la literatura CARE SANTOS

Dentro de una edición antigua y medio ajada de “La dama de blanco” de Wilkie Collins -que fue la primera novela que leí del autor, y culpable de mi amor incondicional por él-, encontré una nota manuscrita del anterior lector que había tomado el libro prestado de la biblioteca. En aquel momento -debía de ser en los primeros 80- los libros en préstamo venían con una ficha que se adhería a la tapa posterior, donde figuraba los nombres de los sucesivos lectores que se lo habían llevado. Imaginé que era el último, pero en realidad la carta no traía firma. Del último préstamo de aquel libro hacía más de diez años. La carta solo decía que quienquiera que fuera le agradecía a Collins el haber contado aquella historia que tanto se parecía a la suya en lo trágico y en lo incomprendida. Creo que hablaba también de amores imposibles y de hijos ilegítimos, o algo igual de novelesco y victoriano, que no sé si me he inventado o he olvidado. El caso es que dejé la carta donde estaba y la devolví junto con el ejemplar a la biblioteca. Durante mucho tiempo me arrepentí mucho tiempo de no habérmela quedado. Hasta que decidí regresar, pedir de nuevo la novela )en dos volúmenes) y buscarla, pero ya no estaba allí. Sea como sea, aquella carta hablaba de muchas cosas, pero también del poder de la literatura. Y fue decisiva para mi vocación de escritora.

Vestidores de sueños ANDRÉS TRAPIELLO

Poco y de poco valor es lo que yo puedo aportar a este asunto, porque nunca he frecuentado las bibliotecas, como no sea la mía propia, muy deficiente e incompleta como se puede imaginar cualquiera. Para mí la biblioteca es básicamente un lugar de trabajo, y el mío está en mi propia casa. He contado con la ventaja de interesarme por asuntos, autores y libros poco solicitados o a trasmano, de modo que me ha resultado más sencillo comprar los libros en el Rastro o en las librerías de viejo, mucho más visitadas por mí que las de nuevo, y por las mismas razones. Por lo general muchos de los libros que me interesan hubo un tiempo en que ni siquiera estaban en las bibliotecas, de modo que hubiera sido otra vez más una pérdida de tiempo ir a buscarlos allí. Pero hay otra razón para no frecuentar en mi caso las bibliotecas: me distraigo mucho. En general me gustan más las gentes que los libros, y aunque espero menos de las gentes que de los libros, estoy convencido de que en una biblioteca me pasaría todo el rato mirando a esta y aquella, al vecino, al bedel. Yo para leer, si no es el periódico, necesito estar solo, y aún así tampoco soy de mucho leer. A mi edad es cosa sabida que somos más de releer, y esos libros ya los tiene uno a mano. Un día fui a una biblioteca a dar una conferencia y la bibliotecaria por ser amable me sacó unos ejemplares de unos libros míos para que los dedicara; algunos estaban tremendos, sucios, rotos, pegajosos, no se cómo nadie  podía leer en ellos, y me di cuenta entonces de los pocos medios que tienen las bibliotecas y de que los lectores se merecen más respeto, y que los libros son como la ropa, visten un sueño y no los podemos tener hechos un andrajo.

Aprendizajes inesperados RAQUEL LANSEROS

Me encontraba en la zona infantil de una Biblioteca Pública, muy colorida y acogedora. De pronto, reparé en un niño de unos cinco años que leía solo en una de las mesas con banquetas. Me acerqué a él, al ver que el libro entre sus manos era Himbu,el pequeño pintor, un álbum ilustrado publicado por Edelvives en mayo de 2019, del que yo soy autora de los poemas y Christian Inaraja de las ilustraciones. El niño en cuestión, muy locuaz y despierto, no sólo me explicó su personal lectura, sino que me indicó las partes que le habían gustado más y me compartió lo que sentía por el protagonista, un elefantito llamado Himbu. Hasta llegó a darme detalles de lo que le gustaría que sucediera después del final del libro, sin sospechar en ningún momento quién era yo. Tras animarlo a seguir leyendo, me quedé tan impactada como feliz del inesperado aprendizaje que la vida acababa de regalarme. Y es que los libros pertenecen sobre todo a sus lectores.

El concierto de Elliott MurphyALBA CARBALLAL

Cuando vivía en París fui a un concierto de Elliott Murphy en la biblioteca Buffon. Elliott Murphy es un fenómeno del rock’n’roll y la biblioteca Buffon no es una biblioteca monumental, sino un equipamiento de barrio, donde los chavales estudian para los exámenes del instituto y con una planta plagada de opositores. He visto a Murphy un montón de veces, pero ninguna fue tan intensa ni tan envolvente como aquélla: estábamos a centímetros de distancia del artista, el espectáculo mezcló música con literatura y el formato acústico permitió un juego con los asistentes que otros espacios, por su propia naturaleza, no admiten. Y todo gratis. Me consta que esto se hacía con asiduidad en las bibliotecas parisinas pequeñas. No me importaría que se exportase el formato: ojalá Sabina recitando a Gil de Biedma en una biblioteca de Carabanchel, o Drexler improvisando en una sala de estudio de Usera sobre un cuento de Ana María Matute.

Me ocurrió en una biblioteca... MERCEDES CEBRIÁN

Voy de excursión a la biblioteca de Princeton, que posee documentos personales de más de sesenta escritores latinoamericanos. Antes de consultar las cajas pedidas el personal te insta a lavarte las manos en un diminuto lavabo situado cerca de la entrada. La ocasión lo merece: voy a consultar los cuadernos de notas de José Donoso, que le servían para pensar sus novelas, reformularlas y enfadarse consigo mismo al respecto: “Iowa, 2 de febrero. Estoy completamente deprimido con la idea total del Pájaro. Creo que me estoy pegando a algo inmenso, sin pies ni cabeza, que no voy a poder terminar nunca porque no sé lo que es.”

Está muerto de miedo Donoso en el proceso de escritura de El obsceno pájaro de la noche y yo lo observo desde este agujerito del tiempo que me permite acercarme a sus diarios. ¿Alguien querrá comprar nuestros correos electrónicos algún día?, me pregunto al salir física y mentalmente de ese pasado donde he permanecido largo rato.

Una tarde con Martín Gaite IRENE GRACIA

Una tarde de otoño llegué con Jesús Ferrero a la biblioteca del Círculo de Bellas Artes, donde nos encontramos con la escritora Carmen Martín Gaite. No era la primera vez que la veíamos allí y nos acercamos a ella para saludarla. Carmen nos besó y nos dijo que la biblioteca del Círculo era su segunda casa. Luego desvió la mirada y musitó:
-Desde hace tiempo, padezco dos enfermedades que no me dejan vivir: la claustrofobia y la agorafobia. En mi casa no puedo estar, pues se me cae encima y aviva recuerdos que preferiría evitar, pero tampoco puedo estar en la calle, pues me perturban los espacios abiertos, el ruido de las máquinas y los cuerpos, la agitación sin sentido. De modo que paso buena parte del día en esta biblioteca. Para mí las bibliotecas son lugares intermedios entre el espacio privado y el espacio público. Ni son mi casa, ni son la calle, y en ellas es posible, además de una cierta intimidad, la compañía abstracta y circunstancial de los demás lectores. Aquí encuentro la paz de espíritu, entre libros que no son míos y sombras que me ignoran.