Image: Andrés Trapiello: Todos los juegos están ya en Cervantes. Yo sólo me he divertido con ellos

Image: Andrés Trapiello: "Todos los juegos están ya en Cervantes. Yo sólo me he divertido con ellos"

Letras

Andrés Trapiello: "Todos los juegos están ya en Cervantes. Yo sólo me he divertido con ellos"

El escritor expande una vez más el universo de Don Quijote en El final de Sancho Panza y otras suertes

12 noviembre, 2014 01:00

Andrés Trapiello. Foto: Luis Serrano

Resulta que el innominado borrico de Sancho Panza sí tiene nombre: Almanzor. ¿Por qué no lo bautizó Cervantes? Probablemente, se barrunta el buen escudero, porque su primer autor, Cide Hamete, era moro, y no era menester molestar a la morería dando a un burro el nombre de uno de sus grandes caudillos. A lomos de Almanzor deja Sancho la aldea de Don Quijote tras su muerte acompañado del bachiller Sansón Carrasco, a caballo de un Rocinante cada vez más consumido, su mujer Antonia Melgar, sobrina de don Quijote y encinta, y Quiteria Romero, ama del Caballero de la Triste Figura. En la aldea las cosas no van bien, envidian su fama y el grupo decide abandonarla. ¿Su destino? Las Indias.

Arranca así El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino, 2014), novela en la que Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) acelera la expansión del universo cervantino que ya se atrevió a continuar en Al morir don Quijote (2004). Entonces fijó los personajes, dio nombre a quien no lo tenía e iluminó unas existencias ensombrecidas por la fama del hidalgo caballero. Ahora toca que el cuarteto se lance a la aventura en cervantina peripecia. Ahora la ambición y la imaginación de Trapiello compiten a toda velocidad y multiplican el juego de espejos entre la ficción y la realidad dando entrada, salida, vuelta y vuelta y media a los personajes e historias de Cervantes con torrencial intensidad. Hasta el punto de que cuando el periodista llega a casa de Trapiello, empapado por la lluvia fría que emborrona esa mañana los perfiles de Madrid, teme encontrarse al escritor con la lanza recién hurtada al astillero, el seso sorbido por tanto leído y a punto de lanzarse a la aventura. Pero lo recibe un hombre sosegado y sonriente tan sólo algo inquieto por conocer su opinión de la novela. Y la conversación entra rápidamente en calor.

Pregunta.- Ha pasado una década desde Al morir don Quijote, publicado en 2004, un año antes de la celebración del cuarto centenario de la primera parte de Cervantes.Y ahora, un año antes del centenario de la segunda parte, llega El final de Sancho Panza. ¿Se sentía obligado a continuar?
Respuesta.- No, en realidad no me sentía obligado. Cuando terminé Al morir Don Quijote, quedaba claro allí que los personajes marchaban a América. Desde el principio concebí este proyecto en dos partes, sabía que aquella novela tendría una continuación.

P.- ¿Y también sabía ya entonces la historia que quería contar?
R.- Sabía que iban a viajar a América, como homenaje al Cervantes que intentó el mismo viaje y no lo logró. También es verdad que si hubiera ido a América probablemente no hubiera escrito el Quijote... Culmino aquí un trabajo de diez años que en realidad son trece o catorce si contamos la novela anterior. Durante todo este tiempo, he leído muchísima literatura de la época, sobre todo de las Indias, que a lo mejor luego no me servía para nada: botánica, procesos de la inquisición en América, las obras de Bartolomé de las Casas y de casi todos los cronistas y, yo que soy de tierra adentro, de mar, de barcos, muchísimas cartas. En fin, ese ha sido el trabajo. Por tanto, sí sabía que iban a ir a América, sí conocía su final, y por qué querían ir a América, porque España era un país muy cerrado y necesitaban buscar una patria fuera, sí me interesaba traerlo a nuestro tiempo. Hay constantes alusiones veladas al momento actual, a la patria, la libertad o lo que ocurre en Cataluña.

Un libro que trabaja

Ahora ya no se entiende bien pero cuando publiqué Al morir don Quijote, estaba muerto de miedo"

P.- ¿Y hasta qué punto le ha quitado el sueño "escribir como Cervantes"?
R.- Estaba más tranquilo con esta segunda parte que al escribir la primera. Ahora quizás ya no se entienda bien pero cuando publiqué Al morir don Quijote, estaba muerto de miedo. No le dije nada a nadie salvo a mi mujer, ni al editor ni a mis amigos, a nadie, hasta que ya la tuve lista, porque es muy difícil explicar, sin parecer un idiota, que vas a escribir la continuación del Quijote. Primero, ¿tú quién eres?, ¿quién te crees que eres? Y segundo: ¿tú quién piensas que somos los demás que nos vamos a comer esto?

P.- ¿Y cómo resultó finalmente la recepción de aquel libro?
R.- Extraordinariamente cordial. A ver, fue un entusiasmo, que diría Ortega, pero no indescriptible. La novela la acogieron muy bien, con mucho respeto y advirtieron que no era una broma, sino el resultado de un duro trabajo de muchos años. No trataba de hacer una secuela del Quijote de una manera oportunista, por el centenario, sino de una idea mía muy anterior. He escrito muchísimas cosas sobre Cervantes, incluso una biografía suya. Para mí era algo muy serio. Lo advirtieron primero los críticos y luego los lectores. La novela se vendió mucho y, lo que más me alegró, muchos de esos lectores volvieron después a leer el Quijote aunque no sé con qué resultados… Pero entendieron que, además de un homenaje, me proponía extender el mundo cervantino, prolongarlo, eso que llaman los filósofos "probar que es un libro que trabaja".

P.- Un libro tremendamente productivo.
R.- Por eso el Quijote sigue fascinando, no sólo por su preciosa lengua, que también, sino porque aborda todo tipo de cuestiones. Como dijo Azaña: "El Quijote es la Biblia de los españoles". Es donde encuentran, lo lean o no, su ADN moral y estético. Se identifican inmediatamente con su protagonista, un personaje muy simpático. No hay ningún español que no se sienta a sí mismo un poco Quijote y no hay ninguno tampoco que no se sienta un poco Sancho. Sobre todo al final, porque Cervantes en la segunda parte logra milagros como el de quijotizar a Sancho Panza.

Hechos y sólo hechos

Los hechos tienen la misma validez que la ficción, si la ficción está bien hecha, es enteramente verdadera"

P.- La cita dickensiana que abre el libro anuncia "hechos y sólo hechos". Esto lo pone el autor para tomarle el pelo al lector, ¿no?
R.- No, no, no.

P.- Pero el realismo fanático de Thomas Gradgrind, el personaje de Dickens en Tiempos difíciles, "en cuya cabeza no cabe una idea fantástica", parece la antítesis perfecta del espíritu quijotesco.
R.- Claro, es una ironía. Cuando la ficción está bien hecha y bien traída, no se diferencia de la realidad. Y por eso, cuando se publica el Quijote mucha gente comienza a proyectar: "Ese es un Quijote", "ese es un Sancho". La ficción tiene la posibilidad de cristalizar hechos ficticios en reales, hacer real lo que es ficción. Situar al principio de la novela esa ironía de "hechos, sólo hechos" advierte que los hechos tienen la misma validez que la ficción, que si la ficción está bien hecha, es enteramente verdadera. Don Quijote y Sancho tiene mucha más corporeidad y realidad que el propio Cervantes de quien tan poco conocemos.

P.- Sancho descubre aterrado que no viajan a Sevilla sino a Las Indias y el bachiller le reprocha su cobardía y le advierte que «de la misma manera que ya hubo quien escribió su historia mientras sirvió a Don Quijote, no es descabellado imaginar que otro estaría haciendo lo propio con todos ellos». Es tremendo ese autor vigilante que inventa Cervantes tras el que usted se ampara.
R.- Sí, a mí los mimbres me los da Cervantes.

P.- Pero los lleva al paroxismo.
R.- ¡Sí, pero no tanto! En realidad no hago otra cosa que la que hace él. Por ejemplo, cuando coge la ficción de su enemigo, Avellaneda, y obtiene de ella un personaje maravilloso. La existencia real de Don Quijote ya había quedado probada al principio de la Segunda Parte, cuando el bachiller Sansón Carrasco le da el tomo primero con sus aventuras. Al paroxismo lo lleva todo Cervantes cuando coge otro libro real, que es el de Avellaneda, saca de ahí un personaje de ficción, que es Álvaro Tarfe, y lo hace personaje real al encontrarlo con don Quijote cuya existencia ya ha quedado acreditada. Todos los juegos posibles ya están en Cervantes. Lo que yo he hecho es divertirme con ellos. Advierten a Sancho que alguien puede estar escribiendo lo que habla. ¡Pero no soy yo! ¿Quién es? ¿El propio bachiller Sansón Carrasco al que vemos tomando notas durante toda mi novela? No sabemos qué escribe... No está claro. En Las Meninas, Velázquez se muestra a sí mismo pintando un cuadro que no sabemos cuál es pero que es probablemente Las Meninas. Debería estar pintando a los reyes que se reflejan en el espejo de atrás pero no hay ningún cuadro conservado de los reyes pintado por Velázquez de ese tamaño. El único cuadro de Velázquez del tamaño de ese caballete son Las Meninas. Tal es el juego: alguien que pinta el cuadro que está pintando, alguien que escribe la novela que está escribiendo.

P.- Ata los cabos entre realidad y ficción con apasionada pero también un tanto obsesiva atención.
R.- Pero fíjese que se cierran muchas cosas y se abren otras tantas. Es verdad que son personajes que yo retomo del Quijote como el primo, y que doy nombre a muchos a los que Cervantes no se lo dio. Pero no sabemos qué pasa con el Primo ni, por ejemplo, con el capitán inglés.

Ilustración de Guillermo Trapiello para El final de Sancho Panza

P.- Por cierto que el capitán corsario inglés es un personaje que le sirve para conectar a Cervantes con Shakespeare.
R.- ¡Pero eso es que está probado! Todo lo que cuento al respecto es cierto. No es como dice Luis Astrana Marín, que imagina un encuentro entre Shakespeare y Cervantes en Valladolid cuando el inglés llega allí en la comitiva de un noble. Eso es poco probable. Pero lo que sí está probado y acreditado es que Shakespeare escribió una obra que se ha perdido que se llamaba El Cardenio, basada en el Cardenio de Don Quijote.

P.- ¿Shakespeare leyó a Cervantes?
R.- Había leído, si no el Quijote completo sí toda la historia de Cardenio que es una novela interpolada en el Quijote. Una novela que le llegó..., pues como todo le llegaba a Shakespeare. No sabemos quién fue Shakespeare, si fueron uno, dos o tres, pero sí sabemos que muchas de sus obras están copiadas de una especie de Reader Digest de la época, resúmenes mitológicos o de asuntos generales de los que se nutría. Él no poseía una gran cultura pero, de pronto, escribía una gran tragedia con Julio César.

Venganza contra Avellaneda

P.- Prosigue la venganza contra Avellaneda con un increíble encuentro en la Academia de Sevilla entre el grupo del Sancho real y los falsos Quijote y Sancho de Avellaneda. ¿Avellaneda se merecía aún mayor escarnio?
R.- ¡Sí! El Quijote de Avellaneda no es un libro desdeñable desde el punto de vista histórico pero a los que nos gusta el verdadero, y es lo que más le molestó a Cervantes, los personajes de Avellaneda nos parecen una parodia de los auténticos. No solamente Avellaneda es un enemigo de Cervantes sino que sus personajes son enemigos declarados de los verdaderos personajes y así los muestro. Lo de Avellaneda es una parodia ridícula, dos personajes estúpidos que hablan y actúan como estúpidos. Cuando publiqué Al morir Don Quijote siempre había algún envidioso que me preguntaba si yo no era en realidad otro Avellaneda como el maltratado por Cervantes. Y se equivocaban de medio a medio porque la diferencia que los buenos lectores supieron ver en mi novela es que se trataba de una extensión del Quijote, es decir, a favor de Cervantes y a favor de Don Quijote y de Sancho, como lo estuvo la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno o las ficciones de Azorín. No soy el primero en inventarme estas extensiones de la novela.

P.- La mayoría de los académicos del encuentro que relata, son por cierto avellanistas y se van con los personajes falsos. ...
R.- Porque en España dos discuten, uno tiene razón y otro no y le dan la razón al que no la tiene. Lo que yo quería señalar era cómo los poderes siempre apoyan lo falso, lo vulgar, lo mediocre, y además lo acreditan. En el fondo hay un resentimiento hacia la originalidad y hacia la autenticidad.

P.- ¿Cómo se escribe una novela así? Por ejemplo, el vastísimo vocabulario. Escribe en Miseria y compañía, el último de sus diarios publicados, que coincide por cierto con el año 2004 en el que publicó Al morir don Quijote, que le gustan mucho las palabras "porque cuando menos lo esperas, resucitan delante de ti". ¿Aprovecha entonces para darles caza?
R.- En Al morir don Quijote el principal escollo fue la verosimilitud. No puedes continuar una obra en un lenguaje que no le corresponde. Si yo hubiera escrito, como se ha hecho muchas veces, un pastiche del Cervantes, resultaría insufrible. En esos pastiches leemos un casticismo que no es natural. Mi lengua está a medio camino de la de Cervantes pero a la vez Cervantes no la podría reconocer, porque es una lengua moderna, contemporánea. Pero sí hay muchos términos que han desaparecido. Viajo ahora a Sevilla a recorrer los lugares cervantinos de mi novela, ando mirando los mapas y todo ha desaparecido. Las ciudades son como un palimpsesto: se van escribiendo sobre sí mismas. Y lo mismo pasa con la lengua.

P.- ¿Pero cuál fue su "arca de las palabras"?
R.- El problema para alguien que escribe cuatro siglos después es que la mitad de las palabras ya no existen o no las entendemos. Por tanto, lo más difícil es elegir el tipo de libro o literatura que te remita primero al habla porque el habla está más viva que lo que se escribe. Hace muchos años, Rafael Sánchez Ferlosio fue la primera persona que me habló de unas Cartas escritas por indianos de América a España, lo que era muy frecuente, recopiladas por el hispanista Enrique Otte. Fue un libro decisivo. Lo importante para mí estos diez años era leer ese tipo de literatura y contextualizar cada palabra en un lenguaje de uso inmediato. Las palabras hay que ponerlas en circulación y yo creo que he puesto algunas. A las palabras hay que darles una segunda oportunidad. Cuando Cervantes escribe, la lengua aún es muy joven, se está inventando y refleja un mundo muy diverso. No hay una gran tradición de explicar los sentimientos y los autores se toman la molestia de contar claramente eso que les sucede, en el amor, en la muerte. Son momentos aurorales de la lengua. Incluso los gramáticos andaban aún tan cerca de la realidad que no se habían pervertido todavía.

Aventuras y paralelismos

Ya me he despreocupado de la lengua y he escrito una novela de aventuras con todas sus consecuencias"

P.- Hay aquí toda una novela de aventuras. ¿Es lo que más ha disfrutado?
R.- Ha sido lo más divertido. Salvando todas las distancias, sin pretender pasar por gilipollas comparándome con Cervantes, existe un cierto paralelismo entre la primera parte del Quijote y la primera parte de mi libro y entre la segunda parte del Quijote y mi segunda parte. Al morir don Quijote estaba muy encorsetada, porque los personajes están, salvo un par salidas, todo el tiempo en el pueblo. Y la primera parte del Quijote también es una novela muy agarrotada. Si le quitas las obras interpoladas que paran mucho la acción, la de El cautivo, El curioso impertinente o la de Cardenio, la cosa se queda en apenas cuatro o cinco aventuras.. En cambio, la segunda parte del Quijote de Cervantes está llena de aventuras. Mi segunda parte también es una novela de aventuras porque ya me he despreocupado de la lengua, siento que la he cogido y, entonces, lo mínimo que puedo hacer es escribir una novela de aventuras con todas sus consecuencias.

P.- ¿Se cierran aquí sus tratos con el Quijote?
R.- Sí, yo aquí cierro ya mis extensiones.

P.- ¿Y le importaría que alguien hiciera nuevas extensiones no ya del Quijote sino de las suyas propias?
R.- No me importaría en absoluto... si es a favor. Si lo hacen a la contra no porque la literatura no se hace en contra. Hay una frase de Nietzsche que he citado muchas veces porque me entusiasma: "Por muy mal que la vida me haya tratado, jamás levantaré un falso testimonio contra la vida".

P.- Uno de los personajes de Cervantes, el Primo, irrumpe aquí como El Gran Lesmes y lo acusa de haber plagiado y «españolizado» Don Quixot de la Garriga, del gran Miquel Servent, en lo que apunta a la falsificación como motor del nacionalismo. Por cierto que el sábado habló en Cáceres en nombre de Libres e iguales. ¿Cómo ha vivido un fin de semana tan movido?
R.- Estoy contentísimo de haber ido a Cáceres, no tan contento de que acudieran sólo trece personas pero sí de que lo hicieran por defender algo que tendrían que defender todos los demócratas: la Constitución, regirnos por unas reglas que nos hemos dado todos. Por un lado los nacionalistas catalanes y, por otro, el gobierno que ha pensado que esto no va con él, han conseguido hacer creer o que sólo es una cuestión de los catalanes o que se arreglará solo. Dicen que Libres e iguales es de derechas. Félix Ovejero explicaba muy bien que él es de Libres e iguales y que le encantaría que esto lo hubiera movido también "gente sedicentemente de izquierdas". Y algún día contaremos cómo personas sedicentemente de izquierdas como José Bono, después de todo tipo de piropos, cuando se les va a pedir la firma, se niegan. El problema lo señalaba muy bien Cayetana Álvarez de Toledo: este país no se arreglará hasta que los políticos digan en público lo que dicen en privado. El manifiesto de Libres e iguales que leí yo en Cáceres lo había redactado Fernando Savater. Apenas son tres frases y es que van a misa. El que vulnera la ley, da igual que sean uno o diez millones, tiene que habérselas con la justicia. Los nacionalistas han conseguido hacer creer que esto es una cosa de derechas y la izquierda ha decidido hacer caso omiso. Ni libres ni iguales.

P.- Si mis cuentas no fallan, el próximo año toca volumen de memorias de su Salón de Pasos Perdidos.
R.- En primavera llega, sí. Se titulará Mundo es, que es una frase de la Celestina, un libro que por cierto no me gusta mucho. Lo leo, pero en el fondo tiene algo de lo que hablábamos antes, algo de falso testimonio contra la vida. Y me ronda algún otro proyecto del que espero poder hablar pronto.

P.- ¿Los diarios del salón y su muy activo blog se llegarán a pegar en algún momento?
R.- No, diría que el primer fragmento al modo del diario del blog fue el que publiqué el domingo. El resto no tienen nada que ver. La escritura que realmente importa, a mi modo de ver, es el relato de la intimidad, pero de la intimidad en todo. Hay que hablar con intimidad de un libro, una película, un amigo, poner tu alma al desnudo. El blog es un almanaque que a mí también me gusta como género, pero es un registro diferente. Tampoco sabes en realidad para quién escribes... Alguien escribió una vez que todos mis libros se podrían incluir en el diario como parte del diario. No lo haré nunca pero sería lo más parecido a mi vida.

P.- ¿Para la posteridad?
R.- Mi posteridad no me importa, sí la de la gente que quiero. En cambio, porque yo he vivido de la posteridad de Unamuno o de Cervantes, si mis libros contribuyen espiritualmente a una mejor posteridad de otros... pues bien estará..