Image: El viento en las hojas

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Letras

El viento en las hojas

J. A. González Sainz

4 julio, 2014 02:00

J. A. González Sainz

Anagrama, 2014. 144 páginas. 14'90 euros. Ebook: 11'99 euros

De J. A. González Sainz (Valdeavellano de Tera -Soria-, 1956) cabe siempre esperar literatura de calidad, porque es un buen prosista y se halla excelentemente dotado para percibir y plasmar sensaciones físicas y sugerir estados anímicos, a menudo complejos, unidos a ellas. El viento en las hojas no es una excepción, aunque se presente con la forma de siete breves relatos independientes, reducidos casi todos ellos a anécdotas mínimas, donde las acciones sólo importan como factores desencadenantes de ideas, impresiones y visiones casi oníricas que establecen puentes entre la realidad y lo imaginado. El sonido del viento en las hojas de los árboles, presente en distintas proporciones en cada relato, es el acompañante invisible de acciones, pensamientos o temores y sólo adquiere valor representativo en la mente del personaje.

En "La amplitud de la sonrisa", la madre que vigila con atención los movimientos de su hija, que en un descuido podría caer al río, "ni disfrutaba de la espléndida mañana de junio, ni de la alegría de su hija, ni oía tampoco el susurro de las hojas del soto más que como una amenaza o un aviso, y sólo tenía ojos para el peligro que corría su hija" (p. 70). La naturaleza, sintetizada en el viento que mece las hojas, se convierte en testigo mudo de las acciones humanas, y únicamente se integra en el conjunto cuando se le proporciona un significado. En el mismo relato, la mujer observa al marido, que arroja ramitas a la corriente de agua, y "pensaba que aquella dulzura de sus ojos se estaba yendo también corriente abajo como los trozos de madera que él echaba al agua" (p. 72). Las cosas existen cuando son percibidas y verbalizadas y alguien las cuenta, es decir, les otorga un sentido: "Las hojas de los árboles de la calle emitían un sonido extraño y disímil en la noche sofocante justamente porque yo caía en la cuenta de ello. Pero si no lo hubiera hecho, si no me lo hubiera dicho, ¿habría sido sofocante la noche?, ¿habrían emitido las hojas al aire sus extraños sonidos?", reflexiona el personaje de "Durante el breve momento que se tarda en pasar" (p. 86). Y más explícitamente: "Me pregunto si existe [el sonido de la hojas] cuando a mí me pasa desapercibido [...]. Me pregunto si podría existir si no existiera en mi mente" (p. 87).

Claro que la búsqueda de sentido puede también fracasar cuando la naturaleza conserva y mantiene un valor enigmático, como sucede en "Como más tarde tuve ocasión de comprobar", donde la historia en apariencia simple y un tanto unamuniana de Alonso Gómez, el jubilado que pasa todos los días en el café y defiende la teoría de que en el mundo "todo acaba por casar", se llena de hechos misteriosos que no parecen obedecer a ninguna lógica: la actitud del camarero que golpea las mesas, la extraña visita que recibe Alonso, su fallecimiento a consecuencia de un atropello inexplicable. ¿Hubo en la vida del jubilado, como se insinúa, algún punto oscuro que explicaría su idea de que el mundo es siempre una "inacabable partida doble"?

A pesar de su aparente variedad, el carácter homogéneo de estos relatos se deriva de la idea rectora que los preside y que los convierte en un conjunto de lo que podrían considerarse variaciones sobre el mismo tema. Pero, naturalmente, la intensidad de la narración y el acierto en la elección del marco argumental llevan a resultados distintos.

En este sentido habría que destacar algunos cuentos, como "La línea de la nuca" -de desenlace previsible, sin embargo- y, sobre todo, "La ligereza del pecíolo", donde se funden admirablemente, en un conjunto armónico, con excelente economía de medios y con un ritmo perfectamente dosificado, diversos motivos que arrastran una considerable carga literaria, como el desdoblamiento del personaje, el ser humano como homo viator -y su correlato: la vida como viaje-, el paso del tiempo y el camino hacia la "orilla" mítica donde concluye. Aunque sólo fuera por estas escasas veinte páginas -si bien existen otras también excelentes-, la lectura de El viento en las hojas estaría más que justificada para quien busque en la literatura algo más que un mero pasatiempo.