Image: José Emilio Pacheco, fin y principio

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Letras

José Emilio Pacheco, fin y principio

27 enero, 2014 01:00

José Emilio Pacheco ha muerto a los 74 años. Foto: Archivo

Vivía en una casa abarrotada de libros, a los que, ávida hiedra de tinta, iba entregando cada centímetro. Así era su hogar en el barrio de La Condesa, muy cerca de la que fue residencia de Alfonso Reyes (hoy Capilla Alfonsina) y también de donde vivió hasta hace un par de semanas su amigo Juan Gelman, a quien ha dedicado su último artículo justo antes de irse él también desde aquella colonia al "otro barrio". José Emilio Pacheco ha muerto esta madrugada en la Ciudad de México, pero sus obras -novelas, ensayos y sobre todo su poesía- están disponibles -o aventuro que a punto de agotarse- en las vecinas librerías de El Péndulo y la más impresionante de todas las de aquella megalópolis, la Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica. Y se van a seguir vendiendo y, sobre todo, leyendo durante mucho tiempo, pues habita en ellos una riqueza extraordinaria.

En sus últimos años, idos otros y él siempre creciendo, era el mayor poeta de nuestra lengua. Este juicio sopesado y en absoluto dictado por la prisa o la circunstancia luctuosa, se basa en una combinación cuyos elementos podríamos señalar: hondura, ironía, reflexión, más una clara distinción entre verso y prosa (a diferencia de otros, él cuidaba mucho la forma y la prosodia), aunque ambas puedan servir a una misma señora, la poesía. Pacheco tiene excelente poemas en prosa, como los que se asomaban a su inicial Los elementos de la noche (1963) o copan su último libro, La edad de las tinieblas (2009). También se caracteriza su lírica por tornarse épica: la arrastra una preocupación constante por la historia y las circunstancias de su patria, que ha cristalizado en su poema más leído (Alta traición) y la estremecedora secuencia dantesca sobre el seísmo de México del año 85, Miro la tierra, o las ácidas imágenes de esa urbe monstruosa: "La ciudad en estos años creció tanto / que ya no es mi ciudad".

A lo anterior se une algo fundamental para un poeta, un manantial que acrecentó el río de Cernuda (a quien conoció y estudió ejemplarmente) como el suyo propio: la traducción, que es un ejercicio que pone al límite la capacidad expresiva y descubre territorios y afinidades. Justo este mes de enero la revista Letras Libres ha publicado su versión anotada de East Coker, segunda parte de los Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot. "La tarea de la traducción se ha hecho inseparable de mi propio trabajo en verso", ha escrito Pacheco. El texto metafísico eliotiano se cierra con este eneasílabo que puede aplicarse a sí mismo el mexicano, sobre el cual estos días se escribirán tantas páginas como si hubiera vuelto a ganar el Cervantes: "En mi fin está mi principio". Más de cincuenta años de creación y catorce títulos se apiñan entre las tapas de Tarde o temprano, la recopilación de sus poemas. La poesía se codea con la paradoja: la muerte del hombre hará que muchos se acerquen a leerlo por vez primera o enésima.