Sartre. Dibujo de Grau Santos

Sartre. Dibujo de Grau Santos

Letras

Lo que queda de Sartre

¿Qué es lo que queda de Sartre? ¿Qué es lo que subsiste, y posiblemente subsistirá, de su obra ingente? El filósofo Eugenio Trías responde

16 junio, 2005 02:00

La filosofía, lo mismo que la poesía, es algo extraño, único, singular. Una filosofía se acredita si es capaz de elaborar una propuesta que requiere tres características necesarias. Dejo la tercera para más adelante. Una: Promover un desplazamiento innovador en relación a la historia de los hábitos de pensamiento. Y dos: alcanzar una ambición suficiente como para que esa propuesta afecte y altere el conjunto de lo que puede ser pensado. Eso sucede raras veces. No suelen abundar propuestas de esa naturaleza.

Hay excelentes innovadores en un ámbito parcial: la teoría de la ciencia por ejemplo (pienso en Popper, o en Kuhn). O bien una nueva manera de enfocar la historia de las ideas (pienso en Foucault). O un excelente modo de acercarse a nuestra percepción, o a la estructura del comportamiento (Merleau-Ponty). Hay magníficos ensayistas que no terminan de culminar sus intuiciones metafísicas a través de una fidedigna elaboración de la propuesta filosófica que anuncian (Ortega). O bien cumplen con creces esos dos requisitos señalados, pero incumplen un tercero que debe añadirse sin dilación. Pues toda filosofía verdadera, en tercer lugar, debe ser también una respuesta posible a la contemporaneidad. Decía Hegel que la filosofía era la elaboración conceptual de la propia época. Una filosofía se debe, por tanto, al reto de modernidad que la época exige. En este sentido, una filosofía como la de Zubiri, tan cuidada en su rigor, tan propicia respecto a los dos primeros caracteres, sucumbe en razón de este tercer rasgo necesario. Quizás sea exigente en modernidad en el dominio de su diálogo con la física cuántica o con la fenomenología. Pero el lastre neo-escolástico de la propuesta, o el “realismo” que le caracteriza, de viejo ascendiente suareziano, frena decisivamente su posible fecundidad.

Sartre fue un filósofo audaz. Pero tuvo demasiado poder. Y descuidó aquel ámbito, el filosófico, en el que poseía verdadera inspiración

¿Qué es lo que queda de Sartre? ¿Qué es lo que subsiste, y posiblemente subsistirá, de su obra ingente? ¿Qué es lo que acusa síntomas de creciente y progresivo deterioro, o de prematura caducidad en su obra? No voy a entrar en una valoración de su literatura. Creo que una novela como La náusea se sostiene todavía hoy como soporte alegórico de una interesante idea alternativa a las emociones primarias que suelen concebirse como desencadenantes de la filosofía. Frente a la admiración platónica, o a la Angst heideggeriana y kierkegaardiana (que el propio Sartre incorpora en L'être et le néant), La náusea expresa la emoción que suscita toda forma cosificada que llega a la conciencia; al pour soi.

La novela, hoy, resulta tediosa. La idea no. Y lo mismo sucede en esa gran proeza filosófica que es El ser y la nada. Los ejemplos han envejecido de forma alarmante: esos ejemplos que hacían las delicias de nuestras lecturas de adolescentes dispuestos a impregnarse de la filosofía entonces en boga: el camarero con conducta automatizada, la muchacha que entregaba, en pura mala fe, su mano, su brazo, pero reservándose una conciencia crítica desdoblada; y algo desgraciada. La misma perla de la corona, el apartado consagrado a la mirada del otro, subsiste como idea, pero se derrumba en su concreción estilística.

Sartre fue un filósofo audaz. Y me atrevería a decir que un escritor coyuntural. Su ambición de homme de lettres, en rivalidad con Paul Valéry, y su deseo por destacar en tantos campos a la vez, el teatro, la novela, la crónica periodística, el panfleto político, la crítica literaria, la filosofía, terminó por generar la más completa confusión en torno suyo. Tuvo demasiado poder. Y descuidó aquel ámbito, el filosófico, en el que poseía verdadera inspiración. Y tengo plena conciencia de que digo justamente lo que no suele decirse de Sartre.

Y es que El ser y la nada fue una gran obra de filosofía. De filosofía de verdad. Una obra que, aislada, separada de todo el cúmulo de iniciativas de todo orden que componen el fenómeno Sartre, se mantendría como una de las grandes piezas de filosofía de este siglo, por su originalidad y por su carácter innovador. Aparentemente no es así. De hecho, el tributo que en la obra se paga a la filosofía de la existencia de Heidegger es mayúsculo. Me atrevería a decir que, quizás, innecesario. Está claro que la filosofía que se propone en El ser y la nada es radicalmente distinta que la que nos propone Heidegger en Ser y tiempo. Ambos proceden del mismo tronco común, que es Husserl. Pero mientras Heidegger, desde la primera línea de su obra, enmienda la plana al maestro, o concibe los grandes temas de la fenomenología a través de un radical desplazamiento, Sartre no. Sartre es, en algún sentido, mucho más radicalmente husserliano.

Sartre expresa la última filosofía francesa. Quizás tras él ya no ha habido filosofía propiamente dicha en Francia

La conciencia trascendental subsiste, camuflada a través de la negatividad del pour soi. A esa conciencia husserliana le insufla Sartre su segunda poderosa influencia: Hegel, a través de la enseñanza de Kojève. Sartre se toma radicalmente en serio la idea de Hegel de que el sujeto es pura negatividad. La nada es nada que introduce el sujeto en el mundo. La conciencia trascendental husserliana nihiliza cuanto intuye y percibe: llena de agujeros el dominio obsesivo, compacto, cerrado en sí del en soi. El ser asume de nuevo caracteres parmenídicos. Y su comprensión provoca el sentimiento nauseabundo que anuncia la negatividad de la conciencia y del sujeto.

En cierto modo Sartre es el último cartesiano. De hecho ya Husserl quiso reinventar la modernidad en sus Meditaciones cartesianas. Pero en Sartre su reencuentro inconsciente con Descartes es genético; es una hermandad nacional, espiritual. Sartre pudo ser el filósofo universal que fue porque, ante todo, revivió del mejor modo las principales esencias de su nación: la filosofía cartesiana. En un excelente libro Joaquín Maristany desarrolló esta idea. El dualismo sartreano de la res cogitans y de la res extensa revive en el dualismo cartesiano del pour soi y del en soi.

En este sentido Sartre expresa la última filosofía francesa. Quizás tras él ya no ha habido filosofía propiamente dicha en Francia. Pues con todo su valor los muy alabados (en ocasiones contra Sartre) Merleau-Ponty, Foucault, Deleuze, no dejan de ser pensadores algo parciales. Mucho menos originales. Con mucho menor calado filosófico. De Sartre quizás resulta sobrante, y hasta cargante, todo el lastre de papel impreso que determinó su impresionante poder y gloria. Pocas veces un pensador ha gozado de tal plataforma de dominio en su país y en el escenario internacional. Sartre fue, para mi generación, el necesario chivo expiatorio que toda juventud necesita para su propia auto-afirmación. Su concepción del engagement literario, artístico, filosófico, comenzó a parecer monstruoso. Sus tan alabadas críticas literarias revelaban un lamentable cruce de sociologismo vulgar, ahíto de categorías marxistas poco elaboradas, con un “psicoanálisis existencial” que aguaba los mejores logros del freudismo.

Hoy la lectura de ensayos como su Baudelaire, o su Mallarmé, resulta sencillamente desoladora: no se aguantan; no se soportan; provocan una inmediata irritación. Su filosofía tampoco parece resistir: me refiero a la que prosigue y prolonga El ser y la nada. Quizás la razón es la siguiente: Sartre, después de culminar esa pieza maestra, o se callaba, o aclaraba una y otra vez cuestiones internas a esa obra, o cambiaba de registro filosófico. Eso es lo que hizo. Y el resultado fue un verdadero fracaso: un híbrido monstruoso de razón dialéctica marxista y de sus propias ideas existencialistas. Me refiero a la Crítica de la razón dialéctica.

Pero da igual. Queda para siempre El ser y la nada, en la que del mejor modo se entona un magnífico canto del cisne de la filosofía francesa, acaso de la cultura de Francia (pues la filosofía es siempre el sancta sanctorum de toda verdadera cultura). Francia ya no daba más de sí. Pero tuvo un final magnífico. Sartre fue, en cierto modo, el Proclo, o el Damascio, de la filosofía francesa: el último representante de una magnífica tradición que había tenido en Descartes su punto de partida. Si éste había inaugurado la modernidad, Sartre la clausuraba. Después de él la cultura francesa no ha logrado una construcción filosófica comparable. Todavía Sartre fue capaz de una concepción ontológica en la cual brillaba con luz propia la filosofía primera, de manera que a través de una poderosa idea unitaria podía proyectarse luz sobre nuestra condición, sobre una posible ética, incluso sobre una posible concepción ético-política modulada sobre el concepto de libertad y responsabilidad.

Queda, pues, El ser y la nada. Pero en su grandeza y verdad se puede y debe, hoy, constatar lo que en ella falta. Su necesaria insuficiencia. En Sartre, como en el Heidegger de Ser y tiempo, aunque por distintos motivos, puede hallarse su mayor deficiencia en algo común a toda filosofía de la existencia. Ésta lo es siempre en relación a un fundamento en falta de naturaleza matricial. En mi libro La razón fronteriza evoqué estas categorías. Heidegger y Sartre parecen situar el comienzo en una existencia que carece de matriz.

Heidegger y Sartre, de distinto modo, constituyen el cul de sac de la modernidad, que de Descartes hasta ellos se ha caracterizado (con la ambigua excepción de Schelling) por esa omisión del fundamento matricial. En Sartre esa supresión se produce de ortodoxo modo cartesiano, sólo que en registro hegeliano: a través de una conciencia que se auto-funda en su capacidad de negación. Heidegger concibe esa existencia en estado de apertura, posibilitando, con la comprensión (y con los estados de ánimo), la hermenéutica (lingöística) de ésta. Pero a ambos les falta esa remisión a la matriz. Quizás por eso no supieron dar forma filosófica al asombro que el hecho de existir, nativo, natalicio, provoca. Por el contrario es la negatividad del fin, la muerte, lo que en ambos casos prevalece. O es en Sartre ese sentimiento de náusea que todo ser solado sobre sí le produce.