Image: El teatro albertiano en perspectiva

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Letras

El teatro albertiano en perspectiva

12 diciembre, 2002 01:00

Alberti, junto a Buero Vallejo y Tierno Galván

No es la teatral la faceta más conocida ni valorada de Alberti, a pesar de que su proyecto dramático se desarrolla en todas sus etapas artísticas. "Si hubiera estrenado con regularidad -confesó- habría hecho teatro constantemente. Me gusta y veía posibilidades de satisfacer todas las vocaciones que yo tengo".

No es la teatral la faceta más conocida ni valorada de Alberti, a pesar de que su proyecto dramático se desarrolla en todas sus etapas artísticas. "Si hubiera estrenado con regularidad", confesó, "habría hecho teatro constantemente. Me gusta y veía posibilidades de satisfacer todas las vocaciones que yo tengo". Sobre sus vocaciones principales, poesía y pintura, y uniendo su interés por la música, edificará Alberti la arquitectura de sus primeras piezas, eslabón imprescindible en la renovación del teatro español del siglo XX. La pájara pinta y El colorín colorado son las únicas obras que nos han quedado de los años 20. La radicalidad teatral y madurez vanguardista de estos espectáculos en los que debían participar compositores como los Halffter o Esplá, y pintores como B. Palencia o Maruja Mallo, dan fe de la importancia del programa teatral albertiano, junto al de Lorca el más importante de su generación.

Alberti propone una reactualización de los géneros primitivos del teatro español desde la perspectiva del teatro de arte de la vanguardia, situándose más cerca de las experiencias de Falla y Picasso con los Ballets Rusos que del rancio naturalismo y la revista de su época. Este ciclo, que dura hasta finales de los 20 con Santa Casilda, demuestra la actitud moderna que Alberti presenta frente al teatro, entendido como hecho escénico más que como pura literatura, lo que hace de él un dramaturgo preocupado en potenciar los factores paratextuales del teatro.

La otra constante es el afán de renovación del teatro español , al que denominó "teatro de mesa camilla". De esa lucha quedan El hombre deshabitado y Fermín Galán. Los gritos de Alberti al finalizar la primera representación de su Auto sacramental sin sacramento en febrero de 1931, "¡Viva el exterminio!¡Abajo la podredumbre del teatro español actual!", son el síntoma de la tarea que se impone como renovador, y pocas piezas teatrales de la época fueron capaces de expresar, con tan ajustadas metáforas como El hombre deshabitado, el malestar de toda una cultura. Un teatro político y revolucionario en Fermín Galán, que vuelve la vista al referente humilde del teatro más popular que señalaría el nuevo camino escénico de Alberti durante los 30.

El viaje que durante 1931 y 1932 realizará por Francia, Alemania y Rusia confirmará para Alberti el nuevo rumbo de su obra dramática, cuyo primer resultado serán las Dos farsas revolucionarias de 1934, teatro de agitación que encuentra en los recursos primarios del más respondón guiñol popular la fórmula para dirigirse a un público nuevo. Pero será la Guerra civil la gran encrucijada que permita contemplar en toda su dimensión de hombre de teatro a Alberti. Se convierte en uno de los principales artífices de un "teatro de circunstancias" que supo acompasar la voz de los intelectuales con el latido histórico de su tiempo. De 1936 data Los salvadores de España, farsa satírica entroncada en la tradición contestataria de las primarias formas escénicas populares, lo mismo que Radio Sevilla, de dos años después. Pero aquella apuesta no era sólo por un Teatro de Propaganda; lo era también por un Teatro de Arte. Entre 1936-39 hay otra vertiente que representa su Cantata de los héroes y la fraternidad de los pueblos y su adaptación de la Numancia cervantina.

El final de la contienda impide a Rafael Alberti concluir su única pieza naturalista, De un momento a otro, aún pendiente de estreno, algo insólito tratándose de uno de los dramas más importantes sobre la tragedia fratricida. El exilio otorga mayor personalidad a su voz dramática, que alcanza su plenitud con la trilogía del exilio: El adefesio, El trébol florido y La Gallarda, de un realismo transfigurado poéticamente, y con una temática común: teatro de la víctima, en el que se escenifica la muerte de una cierta España. Un teatro del dolor y la nostalgia, una dramaturgia de la revuelta que no renuncia a ser obra de arte, resuelta por Alberti magistralmente en la obra que culmina su carrera dramática: Noche de guerra en el Museo del Prado.

El exilio no apaga tampoco su incesante afán innovador, y seguirá buscando en los límites de lo teatral en su adaptación del mamotreto renacentista del padre Delicado La lozana andaluza, o en sus cantatas de apoyatura musical, una de las cuales, Cantar de Mío Cid, permaneció inacabada e inédita hasta hoy:
RECITANTE 2: De los sus ojos el Cid, tan fuertemente llorando
vuelve hacia atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
RECITANTE 1: Y habló, como siempre habla, tan justo y tan mesurado.
CID: ¡ Adiós, halcón de mi casa ! ¡Adiós azores mudados!
¡ Estancias vacías ! ¡ Puertas, abiertas, sin candados!
¡ Bendito seas, Señor, Padre que estás en lo alto !
Contra mí tramaron estos mis enemigos malvados.

La pieza será editada por Ricard Salvat en las Obras Completas dirigidas por Gimferrer. No será la única sorpresa, pero acaso la mayor resulte descubrir a uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX español.