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Letras

Fragmentos de un libro futuro

Melancolía, búsqueda del corazón de la allendidad, pero siempre con sobriedad, sin la menor concesión al sentimentalismo. Un libro de muy indudable valor lírico. Probablemente, un testamento

6 diciembre, 2000 01:00

José Ángel Valente

Círculo de Lectores. Barcelona, 2000. 108 páginas, 2.100 pesetas. 423 páginas, 2.500 pesetas

Aún me sigue extrañando cuando leo a Valente (y he sido buen lector suyo) la intemperancia del hombre frente a la sublimidad, al descarnamiento de su poesía última, entendiendo por tal la que el autor abrió con su libro Material memoria (1979), es decir, el inicio de lo que se ha llamado su etapa metafísica. El mal talante y el orgullo siempre herido (y heridor) de Valente se hubiera entendido más en una poesía realista o meditativa, digamos en el Cernuda de Desolación de la Quimera, o en el A. E. Houssman de sus poemas últimos (Last poems, 1922), mejor que en un poeta cuyo propósito confeso en el poema es desligarse, la mayor parte de las veces, del mundo como peso frente a la búsqueda de luz o hacia el adentro de la sombra...

Pero José ángel Valente murió hace unos meses (1929-2000) y aparece ahora su último libro —su proyecto de libro— como primer texto póstumo. La obra sigue aquí, y no podemos leer este Fragmentos de un libro futuro, a propósito construido como un diario —como una serie de apuntes— y como un proyecto (los títulos entre paréntesis, al final del poema, cual en duda) sin una notable dosis de melancolía. Porque Fragmentos de un libro futuro está lleno de acabamiento, desmaterialización y otoño. Hay muchos poemas con luz y hojas de otoño y esa sería una de las palabras clave de este libro: “El amarillo, el verde, el encendido/ rojo sólo para morir/bajo el tendido velo del otoño”.

En esa luz de natural crepúsculo Valente pasa y repasa (a menudo con suave y controlada intensidad) temas que le son habituales y a propósito: la pura indagación metafísica, sentida como inminencia (el vacío, la nada, “el rayo de tiniebla”) y también los muertos queridos que se acercan o a los que busca, en el camino de aquella magnífica elegía al hijo muerto publicada en No amanece el cantor (1992). Aunque quizá lo que pueda llamar más la atención del lector sea la propia reflexión o iluminación de Valente ante su acabamiento, el seguro presentimiento del fin e incluso la visión del deterioro físico de la enfermedad, como aparece en el poema “Espejo”: “Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído/por todos los rincones más oscuros/del alma...”.

Un Valente en continua y viva —y serena— intuición del morir que se prepara un epitafio (poema publicado y reproducido el día de su muerte) o que, más adelante, pide ser acogido por la materia como madre, o que la muerte, vieja conocida, le dé la mano para “entrar contigo/en el dorado reino de las sombras”. Melancolía, tristeza, otoño, búsqueda del corazón de la allendidad, pero siempre con sobriedad, sin la menor concesión al sentimentalismo. Y siempre intentando desnudar la palabra —siempre en la esencialista búsqueda metafísica— aunque sin desdeñar, en varias ocasiones, algún poema (más cercano a su primera época, nunca abolida por entero) de tono realista-meditativo, como en el casi social, en recuerdo de Lorca y su significado — “Víznar”, 1988— o en el que describe un cuadro de Ucello, o la hermosa elegía a Cernuda —“A Luis Cernuda, con unas siemprevivas”— donde lo invoca, atinadamente, como “señor de la distancia y lo imposible”...

Engañosamente fragmentario (o fragmentario sólo en cuanto proyecto de un libro que se acabaría únicamente con su autor) Fragmentos de un libro futuro es una obra final de un poeta hondo, enamorado de las lejanías, y con todo, añorante y saudadoso (no falta tampoco una invocación a Rosalía) de lo que la vida tiene de luz, de amor, de carnal belleza, pese a todos los apetitos sombríos. El libro se abre con citas muy coherentes de Juan Ramón Jiménez —el último Juan Ramón— y del trovador Arnaut Daniel, que se autodefine, en célebre canción, como quien amontona el viento y nada contra corriente, cual el propio Valente quiso. Un libro de muy indudable valor lírico. Probablemente, un testamento.

Al cuidado de Nuria Fernández Quesada, Pre-Textos acaba también de publicar un libro de y sobre José ángel Valente: Anatomía de la palabra. Un estudio prologal, una antología general de su poesía (donde no se olvida su breve incursión en el gallego) y luego una amistosa antología de una entrevista y varios textos críticos sobre el poeta (“Siete locuras y una carta”) donde están los nombres, entre otros, de Lezama Lima, Juan Goytisolo o Sánchez Robayna, fieles valentianos, los dos últimos. La obra de Nuria Fernández Quesada (útil para el estudioso pero también para quien quiera iniciarse en la obra de Valente) se cierra con una cuidada bibliografía del poeta y sobre el poeta, concluyendo en las reseñas aparecidas con motivo de su muerte, el 18 de julio de este mismo año, en Ginebra.

No quiero concluir este recuerdo y vigencia del poeta Valente sin aludir a uno de sus últimos poemas —fechado 17, II, 2000— y uno de sus mejores brotes lírico-heterodoxos, al evocar en el romano “Campo dei Fiori”, la hoguera en la que murió por hereje el gran Giordano Bruno, en 1600. Un hermoso y corto poema en el que las llamas del salvaje incendio se vuelven contra “los jueces tributarios de sombra”, quedando el filósofo que amó también lo lejano, héroe solo: “Pero tú aún ardes luminoso”. Sin duda, José ángel Valente -arisco y puro- se deseó suerte igual a sí propio.