El director de orquesta Gustavo Gimeno. Foto: Nina Stemme

El director de orquesta Gustavo Gimeno. Foto: Nina Stemme

Música

Gustavo Gimeno, director de orquesta: "Mi integración en el Teatro Real está siendo muy orgánica"

El maestro valenciano estrena 'El mandarín maravilloso' y 'El castillo de Barbazul' en el coliseo madrileño, donde acaba de asumir la dirección musical.

Más información: Pablo Heras-Casado: "Dirigir ópera es un salto al vacío. Hay que ser adicto a la adrenalina y lo desconocido"

Publicada

No es propio de Gustavo Gimeno (Valencia, 1976) llegar despistado a una entrevista. ¿La razón? Se ha cortado fregando una taza y la herida no para de sangrar. Lidiar con exigencias domésticas y profesionales a la vez no es habitual para este director que ha sido asistente de Claudio Abbado y Mariss Jansons, ha dirigido la Filarmónica de Luxemburgo durante diez años —hasta 2024— y va de camino de hacer lo mismo con la Sinfónica de Toronto, con la que realizará un tour este año por España y Europa.

Con su familia viviendo en Ámsterdam, cuando viaja por trabajo a Canadá prefiere quedarse en un hotel; en Madrid, en cambio, ha decidido echar raíces. Le gusta España y, de comprarse una casa, tenía que ser aquí.

Así que este programa doble de El castillo de Barbazul y El mandarín maravilloso (del 2 al 10 de noviembre) junto a Christoph Loy va a ser distinto, porque lo hará en la que considera ya su casa, al frente de una nueva familia, que suma a la canadiense como director musical del Teatro Real. Celebrando este triple estreno —de puesto, programa y hogar— El Cultural habla con Gustavo Gimeno sobre los retos que le depara esta nueva etapa.

Pregunta. Acaba de asumir la dirección musical del Teatro Real. ¿Cómo está afrontando este capítulo?

Respuesta. Hemos hecho lo que a mí me gusta, que es ir reconociendo lo que hay, cómo funciona y cuáles son los retos desde que me nombraron, hace dos años. Mi integración ha sido muy orgánica, no lo siento como un comienzo de cero: sé dónde estoy.

P. La maquinaria que hay detrás es muy diferente a la de una orquesta sinfónica.

R. Por eso me interesaba especialmente este trabajo. Un teatro de ópera es un monstruo, una gran maquinaria con departamentos, capas y todo sucediendo a la vez. Algunos retos pueden ser comunes —excelencia, planificación—, pero aquí entender el concepto, la estructura y conocer al equipo es verdaderamente importante.

Gustavo Gimeno durante un concierto. Foto: Marco Borggreve

Gustavo Gimeno durante un concierto. Foto: Marco Borggreve

P. ¿Qué es lo que le atrae de este proyecto?

R. Esta mañana ha habido ensayo. Vas a audiovisuales a trabajar sobre algo pregrabado. Subes y haces un musical con dos cantantes. Trabajas junto al director de escena durante horas, con ballet, con regiduría... Esa sensación de pertenecer a un equipo y aportar liderazgo, ser el contacto entre el escenario y el foso, esa construcción durante semanas es muy interesante. Como director invitado trabajas con el instrumento que tienes delante. Aquí sabes más, hay una estrategia a largo plazo.

P. Al final, está trabajando con personas…

R. Se trata de construir una relación personal durante años. Ellos ya me conocen, saben que me gusta ensayar, trabajar en serio. Pero también que confío en ellos, que pienso en nosotros como un colectivo, y que espero contribuir a que juntos construyamos algo bueno.

P. ¿Cómo es su carácter?

R. A mí no me importa tener que trabajar mucho. Pero la actitud… ahí sí que podría tener problemas. Soy tranquilo, relajado, pero también exigente y honesto, no tengo problema en expresar lo que quiero.

P. Del 2 al 10 de noviembre vuelve a ponerse al frente de la orquesta del Teatro Real para dirigir un programa doble: El mandarín maravilloso y El castillo de Barbazul. ¿Qué es esencial para aproximarse a la música de Bartók? ¿Esa mezcla entre folclore y vanguardia?

R. En El castillo de Barbazul sí. Pero, aunque en la propuesta escénica de Christof Loy ambas se tocan, El castillo tiene raíces románticas tardías, de Strauss y Debussy, y El mandarín maravilloso está más influida por Stravinski, es más virtuosa, extrema y radical. Ambas narran historias oscuras y apasionadas, pasan de lo más lúgubre al máximo esplendor. Unir El castillo de Barbazul, que no se ha representado nunca en el Real, a un ballet tan extraordinario musicalmente pero que casi nunca se ve representado, te da otra perspectiva. Si no la dirigiera, iría a verla.

"Estas dos obras de Bartók son duras, muy físicas, pero, cuando son representadas con inteligencia, suscitan emociones"

P. Escribe Joan Matabosch que el castillo es una construcción mental, una metáfora de la oscuridad y la soledad. ¿Cómo se refleja eso en la partitura?

R. La historia habla de siete puertas. Una esconde sangre; otra, armas; otra, flores y un jardín. Más allá de lo literal, pueden referirse a otras capas de pensamiento. Es una obra expresionista y simbolista, que puede esconder muchos niveles de reflexión. Las relaciones de pareja, el amor, el respeto...

P. En su libro Mujeres que corren con los lobos, Clarissa Pinkola interpreta a Barbazul como a un depredador psicológico y da herramientas para liberarse de él. ¿Lo ve así?

R. Esa es la fascinación de historias como esta, que abren un mundo de posibilidades. A mí, lo que más me resuena es esa idea de que hay zonas de la otra persona que es mejor no conocer. Ni siquiera por amor. Al principio, Judith dice: "He dejado atrás mi familia, pero no me importa, te quiero y solo espero que no me rechaces". Y luego pasa por toda una fase psicológica de querer abrir puertas, de querer saber más. Barbazul intenta controlarla, pero, ante su insistencia, le sigue abriendo su mundo, y ella se horroriza cada vez más hasta que no hay vuelta atrás.

P. Sin estar relacionadas, las dos obras tienen muchos puntos en común.

R. Es fascinante. En ambas, los momentos de mayor incomodidad vienen representados por un semitono. En Barbazul se asocia a la sangre; en El mandarín, con la incomodidad, el abuso, el sometimiento. Son obras duras, muy físicas, pero cuando son representadas con inteligencia y sensibilidad abren zonas difícilmente explicables, suscitan emociones. Tienen lo horrible y lo bello a la vez.

P. Terminamos con tiempo para disfrutar de la tarde. ¿Qué hará cuando nos despidamos?

R. Normalmente no suelo tener una casa en el lugar donde trabajo. En Toronto me quedo en un hotel, y si me dejo la taza, cuando vuelvo está en su sitio. Cuando no estoy ensayando, estudio cuatro o cinco horas, y raro es que me lo salte más de un día, incluso en verano. Pero aquí de repente hago cosas que hace la gente normal, como ir a hacer la compra, organizar la casa… Esta tarde después de estudiar saldré a correr. Tener un hogar en pleno centro de Madrid me hace mucha ilusión. Si me iba a comprar una casa en España, tenía que ser aquí.