La soprano Sondra Radvanovsky. Foto: Cedric Angeles

La soprano Sondra Radvanovsky. Foto: Cedric Angeles

Música

Sondra Radvanovsky, pérdidas y amores en su ruta veraniega por España

La soprano canadiense llega a los festivales de Úbeda y de Granada con su espectáculo 'From Loss to Love', en el que se lucirá con piezas de Purcell, Haendel, Rajmáninov, Strauss...

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Las tierras andaluzas están de enhorabuena lírica: estos días podrán disfrutar de una de las voces de mujer más importantes de los últimos tiempos, que actuará este sábado 28 en el Festival de Úbeda y, dos días después, en el de Granada. Se trata de la canadiense Sondra Radvanovsky (1969), conocida ya de muchos otros públicos peninsulares y que no ha mucho cantó en el Real de Madrid el Attila de Verdi, poniendo de manifiesto que, sobrepasada con creces la cincuentena, todavía da gusto oírla. Aunque la parte de Odabella no sea la más idónea para su carácter vocal y su actuación fuera mejorable.

El timbre, de soprano spinto o, si se quiere, lírico-spinto, es atractivo y el arrojo reconocible. Sucede que la emisión, brusca y tempestuosa en ocasiones, no está siempre controlada y el sonido puede llegar a desparramarse y salir a borbotones, aunque estos defectos han sido mitigados en gran parte en los últimos tiempos. La voz, esmaltada, rica en reflejos áureos, extensa, de buen volumen, se adapta a lo que canta, habitualmente bien escogido. Practica, cada vez en mayor medida, abundantes reguladores y medias voces.

La técnica le permite plegar la emisión y realizar, cuando la ocasión lo pide, excelentes filados, pianísimos muy bien regulados. Es una de las pocas en cantar hoy, como mandan los cánones, las famosas tres Reinas de Donizetti. Cuenta sin duda con un caudal envidiable, una potencia indudable, una amplitud imponente. Sabe controlar habitualmente una cierta tendencia a perder el norte de la emisión, a veces brusca, que puede llegar a producir una cierta destemplanza.

Va a ofrecer, en las dos ciudades mencionadas, el mismo y variado programa enmarcado en la expresión From Loss to Love (De la pérdida al amor). Estará acompañada por su habitual pianista Anthony Manoli, un diestro colaborador, que se pliega como un guante a sus tempi, a sus retenciones y gran sentido del rubato. Aspectos que sin duda pondrá de manifiesto a lo largo de una sesión que viene inaugurada por el célebre Lamento de Dido de la ópera de Purcell Dido y Eneas. Una página sobrecogedora en la que el compositor hace un maravilloso trabajo sobre un ritmo de passacaglia. Máxima expresividad se demanda a la soprano (o mezzo en otros casos).

Otra pieza de envergadura es el aria de Cleopatra Piangerò la sorte mia del Giulio Cesare in Egitto de Haendel, que requiere de la voz una laxa expresividad. Damos un salto en el tiempo y nos vamos a finales del siglo XIX y principios del XX con Rajmáninov, de quien se ofrecen tres Romanzas regadas con la rutilante inspiración melódica del músico ruso: la Nº 4 de la op. 4 (tan exigente con la media voz); la Nº 7 de la op. 21 y la Nº 1 de la op. 14. Música envolvente y calurosa.

La voz de Radvanovsky, esmaltada, rica en reflejos de buen volumen, se adapta a lo que canta, habitualmente bien escogido

Seguimos con Richard Strauss y su postromanticismo de altos vuelos y expresividad a flor de piel. Radvanovsky se lucirá entonando cuatro lieder: Allerseelen, Befreit, el famoso Morgen! y Heimliche Aufforderung. La segunda parte del concierto se abre con fuerza: Tres sonetos de Petrarca de Liszt, música volandera, de amplias volutas y cálida melodía con peligrosos ascensos al agudo.

Las dos últimas páginas son muy disímiles: If I Had Known del norteamericano actual Jake Heggie y, como colofón, La mamma morta de Andrea Chénier de Umberto Giordano, adecuado fin de fiesta, propinas aparte, por su dolorida expresividad, su línea melódica y su memorable amplitud. Son todas ellas páginas que la soprano ha venido barajando en sus últimos recitales en nuestro país.