
El compositor y director de orquesta Matthias Pintscher. Foto: Franck Ferville
Matthias Pintscher y la OCNE traen un homenaje a las víctimas de la Covid al Auditorio Nacional
El director alemán, que hasta hace poco era conocido como compositor, pondrá en atriles las 'Danzas sinfónicas' de Rajmáninov, además de un trabajo de su propia autoría.
Más información: Katharina Wagner estrena 'Lohengrin': "Me haría feliz despertar otra mirada sobre el universo wagneriano"
Este fin de semana (28, 29 y 30 de marzo) la Orquesta Nacional recibe a un artista que hasta hace poco era conocido como compositor y que ahora luce las galas de director, frecuentemente con obras de su cosecha en atriles: Matthias Pintscher (Marl, 1971). En su juventud tuvo contactos con Hans Werner Henze, parte de cuya técnica absorbió. Completó su formación con otro original creador, Manfred Trojahn.
En marzo de 2018 tuvimos ocasión de escuchar en el Auditorio Nacional su bien labrada música, entonces dirigida por Christoph Eschenbach. Se trataba de Herodiade, escena dramática para soprano y orquesta sobre un texto de Mallarmé.
Pudimos apreciar entonces las cualidades compositivas del músico, muy hábil en el manejo de un lenguaje atonal lleno de acusados contrastes, de dinámicas pronunciadas, con tremebundos acordes disonantes, expansiones líricas arrebatadas, saltos interválicos, sorprendentes y evanescentes episodios.
En esta oportunidad pone en atriles Neharot (en hebreo, “ríos” y también “lágrimas”), una especie de tombeau por las víctimas de la Covid. Aparece construida por arcos sonoros que establecen una suerte de flujo, una especie de soporte constituido por el espectro de dos arpas. Interesante.
Podremos apreciar además las calidades directoriales de Pintscher cuando se enfrente a una composición nada fácil, caudalosa, compacta, con ecos chaikovskianos y particularmente heredados de Rimski-Kórsakov: las Danzas sinfónicas de Rajmáninov, una partitura poderosa, magníficamente orquestada, caracterizada por un trabajo contrapuntístico y rítmico del altos vuelos, aunque en ella se aprecien, como en casi toda la escritura del compositor, pasajeras insuficiencias constructivas, borrosidades instrumentales o repeticiones excesivas de células poco significativas.
Claro que hay que resaltar el pulso sinfónico, que se advierte nada más empezar el primer movimiento o danza, Non Allegro, abierto con una célula arpegiada de tres notas sobre un fondo rítmico que va tomando fuerza hasta alcanzar una enorme energía en la exposición de un tema voluntarioso y afirmativo, especialmente acentuado, muy reforzado por la percusión.
En todo caso, la escucha de esta partitura tan amplia y a veces virulenta, con pasajeras zonas de ese, en ocasiones, almibarado lirismo del autor, es siempre reconfortante. Veremos qué nos ofrece Pintscher en su versión con la OCNE. Antes, habrá acompañado al excelente violinista que es Augustin Hadelich en el gozoso Concierto para violín de Mendelssohn.