Image: Madama Butterfly, verismo oriental

Image: Madama Butterfly, verismo oriental

Música

Madama Butterfly, verismo oriental

23 junio, 2017 02:00

La soprano albanesa Ermonela Jaho en el papel de Cio-Cio-San. Madama Butterfly, Teatro Real. Foto: Javier del Real

El Teatro Real repone a partir de este martes la versión de la ópera pucciniana firmada por Mario Gas, donde lo cinematográfico se engarza con lo teatral. El vigoroso Marco Armiliato toma la batuta en el foso. El viernes 30 será retransmitida de manera gratuita online, en TVE y en plazas y auditorios de toda España en el marco de la Semana de la Ópera.

Desembarca este martes, por tercera vez en el Real, el original montaje ideado por Mario Gas en torno a la famosa ópera de Puccini Madama Butterfly, obra rechazada en su momento, aunque rápidamente adoptada por todo los públicos como estandarte del amor imposible y como representación del eterno femenino. Hoy se considera machista. A despecho de su delicadeza de trazo, de su episódico acuarelismo, de ciertos toques impresionistas, Madama Butterfly entra de lleno en la estética verista, aunque el verismo de Puccini fuera, por decirlo así, bastante menos agresivo y sórdido que el de otros autores. Diversas variantes de esa estética podrán verse en la exposición que le dedica el Thyssen hasta el 27 de agosto.

Tras escucharla en Viena, a poco de su estreno milanés, Busoni la calificó de "indecente"; lo que para Rubens Tedeschi, ya en 1978, no había de extrañar considerando su "lacrimógeno patetismo". El mismo Puccini renegó de esta ópera -claro que también de las demás debidas a su pluma- cuando manifestó mientras componía su última e inacabada partitura escénica, Turandot: "Toda la música que he hecho hasta ahora me parece una simple farsa en comparación con la que tengo entre manos".

Imágenes de Madama Butterfly en el Teatro Real

Puccini evidenció su habilidad para construir atmósferas, para edificar un espacio dramático ad hoc, el preciso para describir unos seres y unos comportamientos. De esta manera, como por un arte mágico, los personajes quedan atrapados en una tupida red de acontecimientos perfectamente subrayados por la música. Aun aceptando que Cio-Cio-San se identifica las más de las veces con su exótico entorno y que es su propia presencia la que crea atmósfera, lo innegable es que el crecimiento de su figura femenina está casi plenamente conseguido y subrayado de manera magistral por la partitura, de una riqueza impresionante; más allá de lo que de fácil pueda ser el orientalismo o de que sea consecuencia de una moda determinada; de lo que de cargadas puedan estar las tintas; de lo sensiblero o ridículo de algunas de las situaciones; de lo decorativo o efectista de ciertos pasajes musicales o teatrales.

En la puesta en escena de Gas se dan cita tres perspectivas simultáneas a través de las cuales vivir el drama: la ópera en sí, la grabación cinematográfica que se hace de la misma y su reproducción en blanco y negro en una gran pantalla. Tres planos bien engarzados que juegan a favor de la vistosidad y que, he ahí el peligro, pueden sacarnos del meollo trágico que, en todo caso, permanece en la formidable música, a la que dará forma la vigorosa batuta de Marco Armiliato, buen constructor y conocedor de la vocalidad del autor.

Jaho, exquisita soprano

En escena tenemos cantantes muy adecuados y de reconocida valía. La albanesa Ermonela Jaho y la china Hui He se reparten el papel de Cio-Cio-San. Más sensible y exquisita, más recogida y sufriente la primera, una estupenda Violetta hace un par de años; más amplia, contundente, dramática la segunda, de medios vocales bien asentados. A Pinkerton lo encarnan tres tenores. El primero Jorge de León, lírico-spinto de virulentos y sonoros agudos, emitidos con gran aplomo, se reveló al mundo en aquella Andrea Chénier madrileña tras sustituir a un enfadado Marcelo Álvarez. Los otros dos son italianos: el menos oscuro pero bien templado Andrea Carè y el más engolado y menos expresivo Vincenzo Constanzo (cantó hace años en Madrid Luisa Miller). Otros tres competentes barítonos se alternan en el cónsul Sharpless: los españoles Ángel Ódena, tremolante, autoritario, sólido, y Luis Cansino, sobrio, de buen metal, y el veterano cantante ruso Vladimir Stoyanov, de emisión pasajeramente nasal.