Brigitte Bardot. Foto: Gtres.

Brigitte Bardot. Foto: Gtres.

Cine

Brigitte Bardot, la 'sex symbol' rebelde que acabó siendo una furibunda reaccionaria

La actriz francesa, fallecida a los 91 años, encarnó pioneramente en los años 50, con pasión y carisma, la liberación sexual de las mujeres jóvenes europeas.

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En Vida privada (1962), dirigida por el genial Louis Malle, en la que se interpreta a sí misma como superestrella, queda claro que ser Brigitte Bardot, a pesar de las apariencias, nunca fue fácil.

Porque Brigitte Bardot (París, 1934), la “diosa de Francia”, acabó convirtiéndose en su edad madura en una mujer ultraconservadora y racista, pero en su radiante juventud encarnó con entusiasmo la liberación de la juventud de la época, que ya no quería casarse a los 20 años y parir a los 21, sino bailar en las discotecas, y también la liberación de la sexualidad femenina.

La prensa de la época la adoraba y los fans corrían tras ella como detrás de los Beatles, pero también la machacó al presentarla como una “comedora de hombres” y “ligera de cascos”, una “mujer frívola sin principios”, sistemáticamente criticada por motivos machistas que hoy, afortunadamente, nadie utiliza.

En una escena de Vida privada, una vecina de su edificio le espeta que no ve sus películas porque “es una zorra”. La pobre Bardot, que se interpreta a sí misma huyendo de los paparazzi y teniendo pensamientos profundos en aviones privados, se echa a llorar.

Explosiva, volcánica, Bardot es rubia como Ingrid Bergman, Grace Kelly o Marlene Dietrich. Pero Bardot es una rubia “latina”, sensual, de curvas prodigiosas y caminar sexy, que grita, llora y es criticada por “salvaje” y rebelde.

Se hizo famosísima sobre todo con comedias populares como Y Dios creó a la mujer (1956) o Deshojando la margarita (1956), pero también trabajó a las órdenes de Godard (El desprecio), Clouzot (La verdad), René Clair (Las maniobras del amor) o el propio Louis Malle.

En un momento de esa Vida privada de Malle, en la que vive un romance con el otro gran sex symbol de la época, Marcello Mastroianni, Bardot recuerda con rabia que al principio de su carrera le decían que no era “buena actriz”.

“¡Pero yo nunca quise ser Sarah Bernhardt!”, exclama. ¿Pero fue buena actriz Brigitte Bardot? Desde luego, mala no era. Y tenía algo que no se aprende nunca, ni con los mejores maestros ni con todo el oro del mundo, porque es innato: auténtico carisma de estrella.

La fama y el escándalo la persiguieron siempre. Y Dios creó a la mujer (Roger Vadim, 1956) fue la película que la hizo mundialmente famosa y un icono nacional en Francia.

En el filme, más bien inocente visto desde hoy, Bardot no es ni mucho menos una American sweetheart, casta y buena chica, sino una bomba sexual que tiene escandalizado al pueblito de la Costa Azul en el que vive.

Juliette pasa las noches, para oprobio de los “bienpensantes”, gastando suelas con el twist. Casi se diría que entonces se inventa la propia juventud.

En La chica del bikini (1952), su debut en la pantalla, interpreta a la belleza pura, pero también a una chica de una pequeña isla que conoce “todas las grutas, todos los rincones de la isla”, una mujer que nada, bucea y salva al protagonista masculino de la muerte gracias a sus habilidades físicas y deportivas. Y el protagonista no solo la ama porque es guapísima, sino también porque es original y auténtica, pura vida.

Pionera en lo bueno y en lo malo

Puede decirse que Brigitte Bardot fue pionera en todo. En sus años de esplendor encarnó como nadie en Europa la liberación sexual que transformó la sociedad.

Y en sus años de madurez, cuando no estaba de moda ser “facha”, Brigitte Bardot ya estaba allí. Hija de una familia burguesa de la capital, Bardot primero escandalizó a la sociedad provinciana de los 50 y luego, en su madurez, se dedicó con una vocación algo fanática a defender los derechos de los animales y a ser condenada por tribunales franceses por sus artículos racistas.

La chica del bikini (Willy Rozier, 1951) marcaría el tono. Hoy podría ser el título de una comedia romántica de Disney Plus, pero en los 50 el bikini fue una verdadera “arma de destrucción masiva”. Porque con esa sencilla prenda también comenzaron el Mayo del 68 y el festival de Woodstock, dos acontecimientos que cambiaron el mundo por completo. El mundo que tenemos hoy.

Los años 50, marcados por el trauma de la II Guerra Mundial y la transformación de las costumbres sociales en Europa, fueron suyos.

De alguna manera, sus películas de esa época, incluida Y Dios creó a la mujer, se parecen un poco al “destape” español, con la diferencia de que las mujeres —ella misma— tienen mucho más recorrido.

Son títulos como Un médico en la marina (1955), en la que BB da vida a una cantante de cabaret despampanante, o Deshojando la margarita (1956), donde ofrece una versión más tierna de la “mujer rebelde” al interpretar a una escritora de una novela “escandalosa” que acaba haciendo striptease a su pesar.

Con Vadim rodó hasta seis películas en papeles protagonistas, en una fórmula que arrasaba. Ahí están, además de Y Dios creó a la mujer, títulos como Solamente por amor (1961), sobre una modelo frívola celosa de un novio infiel, o la última, Si Don Juan fuese mujer (1973), en la que el mito masculino de la seducción se encarna en Bardot.

Cartel de la película 'Solamente por amor' (1961).

Cartel de la película 'Solamente por amor' (1961).



Fue Y Dios creó a la mujer la que fijó su imagen para siempre. Y es la de una joven que reclama con furia, con pasión incluso, su sexualidad, su derecho al disfrute de su propio cuerpo y al control de su deseo.

Bardot no se molesta porque todos los hombres la deseen: lo sabe, lo disfruta y también piensa sacar provecho de ello. Y luego, además, aunque le guste jugar, es “buena chica”.

Por si el título deja alguna duda, las primeras imágenes de la película presentan un retrato al detalle del cuerpo prodigioso de Bardot… desnudo, tomando el sol en una terraza.

A pesar de lo que pudiera intuirse, en ese filme y en otros en los que repitió un personaje similar, Bardot no hacía de “rubia tonta” ni de mero objeto sexual como las “suecas” del destape español.

Estaba para ser adorada, sin duda, como se diría ahora, “sexualizada”, pero su personaje —y ella misma— es siempre lo más interesante.

“La chica yeyé” la llamó Concha Velasco, más recatada en el vestir, como correspondía a la España franquista. En Y Dios creó a la mujer…, ambientada en Cannes —un Cannes de pescadores y gentes modestas a punto de convertirse en lo que hoy es—, sus padres adoptivos (es huérfana) la mandan de vuelta al orfelinato porque la consideran indecente.

El director, Vadim, se coloca totalmente del lado de Bardot al presentarla no como una mujer “ligera de cascos” que solo piensa en bailar, sino como la fuerza revolucionaria que pone en jaque el puritanismo hipócrita y provinciano de quienes la detestan.


Malle y Godard

Dos directores de enorme prestigio cimentaron también la fama y la reputación de Bardot como “actriz seria”. La verdad, de Henri-Georges Clouzot, rodada en 1960, propone una versión dramática e incluso trágica del rechazo social que provocaba la rebeldía del personaje de Bardot.

Interpreta a una mujer acusada de matar a su novio, juzgada con severidad por salir por las noches hasta la madrugada. Es un filme solemne y riguroso, en el que Clouzot ofrece una visión más siniestra y dura de esa represión social sobre las mujeres jóvenes.

El desprecio (1963) es una de las mejores y más populares películas de Godard. Basada en una novela de Alberto Moravia, trata sobre un guionista desesperado (Michel Piccoli) que poco menos que “vende” a su mujer (Bardot) a un riquísimo productor de cine americano a cambio de un contrato.

Feroz sátira de las relaciones de poder entre distintas clases sociales, la actriz se luce mostrando la abisal tristeza que le produce la conducta de su ávido marido.

La Bardot anciana, que parecía siempre enfadada y disgustada con una Francia que veía al borde del colapso por la inmigración, y con esa dedicación algo inquietante en su radicalidad a la causa de los animales, no debe ensombrecer la luz de una estrella que, con su carisma, belleza y talento, dio color a la durísima posguerra europea, transformando la sociedad al agitar la bandera del derecho de las mujeres a disfrutar de su sexualidad y de los jóvenes a divertirse. No es poco.