Fotograma de 'The Rocky Horror Picture Show',

Fotograma de 'The Rocky Horror Picture Show',

Cine

La gran fiesta de 'The Rocky Horror Picture Show' cumple 50 años: la relectura rock del mito de Frankenstein

Un documental estrenado en Filmin repasa el origen y el impacto cultural del musical convertido en película de culto.

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The Rocky Horror Picture Show no es solo una película. Es un acontecimiento y un estilo de vida. Una identidad embutida en medias de rejilla que sigue tan viva, radiante y desquiciadamente libre como el primer día.

Un rito colectivo que reinventó la forma de ver cine, que abrió puertas para hablar de género y sexualidad sin filtros conformando una comunidad global dedicada en cuerpo, alma y corsé a la celebración de lo diferente.

Todo empezó en un modesto teatro del West End londinense con aspiraciones más bien mínimas: una relectura trash, rockera y queer del mito de Frankenstein, aliñada con canciones icónicas, letras pegadizas y un espíritu de “hagámoslo todo al revés”.

Lo que podría haber sido un capricho local se convirtió en un terremoto escénico global que todavía hoy, cincuenta años después, mueve a miles de fieles a las sesiones de medianoche, esas liturgias donde el público canta, grita, baila y tira arroz con devoción casi religiosa. Una tómbola sonora de libertad, picardía y puro desenfreno creativo.

El documental The Rocky Horror Picture Show: El extraño viaje, dirigido por Linus O’Brien —hijo del creador Richard O’Brien— y disponible en Filmin desde el 28 de noviembre, vuelve a abrir las puertas del castillo más glam de la historia para repasar cómo un musical raro, pequeñito y gamberro acabó convertido en un fenómeno cultural que atraviesa generaciones.

Travesti Superstar

Aquel engendro exquisito salió de la cabeza de Richard O’Brien, un actor neozelandés a la deriva por el Londres de finales de los 60, que escribió un pequeño musical inspirado en tres de sus obsesiones vitales: el terror de serie B, el glam más festivo y decadente y la ciencia ficción barata que se colaba en los cines de barrio.

Se lo enseñó a Jim Sharman, director de Jesucristo Superstar, quien respiró aliviado al comprobar que no era otro musical religioso. Este le pidió algunas páginas más, unas cuantas canciones adicionales… y sin saberlo, ambos acababan de invocar el más maravilloso de los monstruos culturales.

Cuando se sumaron al proyecto Brian Thompson a la escenografía, Richard Hartley para redondear las canciones y Sue Blane diseñando el vestuario más delirantemente icónico e influyente de los 70, la criatura comenzó a caminar sola.

Fotograma del documental 'The Rocky Horror Picture Show'.

Fotograma del documental 'The Rocky Horror Picture Show'.

Entonces apareció Tim Curry. Con un acento alemán improvisado, unas plataformas imposibles y una presencia escénica que rozaba lo sobrenatural, dio vida al Dr. Frank-N-Furter, icono absoluto del descaro sexual y el glamour desobediente. O’Brien, por su parte, creó a Riff Raff inspirándose en el Nosferatu más demacrado. El resultado: pura electricidad teatral.

En el pequeño teatro original —60 butacas y muchas ganas de desmadre— no cabía ni la orquesta, así que decidieron colocar a los músicos detrás de una pantalla de cine y subieron andamios por todas partes para que los actores pudieran situarse en torno al público.

De tal manera que Jim Sharman, con su amor por el cabaret de Weimar, lo convirtió todo en una experiencia inmersiva donde el público casi podía oler la laca. Y entonces llegó el estreno en una noche lluviosa que cambió la cultura pop.

El debut en el Royal Court Theatre fue una explosión instantánea. Las tres semanas previstas se agotaron de inmediato. Su tono irreverente, divertido y trágico conquistó al público, que cayó rendido ante el magnetismo de Curry y la torpeza de la ingenua pareja formada por Brad y Janet.

El posterior traslado al King’s Road Theatre confirmó la sospecha: The Rocky Horror no era un espectáculo, era toda una revelación y cada noche, cuando Curry se quitaba la capa y dejaba ver corsé, ligas y medias de rejilla, Londres entero parecía tambalearse.

Había nacido un mito transgresor, sexy y magnético, tal y como describe el mismo actor en el documental, "Frank-N-Furter es un monstruo auténtico, obsesionado con la apariencia”, y asegurando que interpretarlo en medio del público le otorgaba “un poder inmenso”.

Película de culto

El productor norteamericano Lou Adler se enamoró del irreverente espectáculo y rápidamente llevó la obra a Los Ángeles, donde arrasó cada noche en el mítico Roxy Theatre. El siguiente paso era inevitable: llevarla a la gran pantalla.

La productora Twentieth Century Fox dio luz verde a la versión cinematográfica en formato de bajo presupuesto (menos de un millón de dólares), pero eso sí, manteniendo el espíritu de la obra original en todo momento, así como su casting original, a pesar de que figuras como David Bowie, Mick Jagger y Lou Reed estaban muy interesados en protagonizarlo.

La película comenzó a rodarse en el legendario castillo de Oakley Court, con su aroma a terror clásico y escenario habitual de producciones de la Hammer, y en los cercanos Bray Studios, famosos por sus condiciones tan precarias como carismáticas.

Tim Curry como el protagonista de 'The Rocky Horror Picture Show'.

Tim Curry como el protagonista de 'The Rocky Horror Picture Show'.

Durante seis semanas el equipo se dejó la piel en un rodaje agotador que no podía pasarse del presupuesto y con los actores principales alojados en pisos de amigos y familiares londinenses.

Un proceso duro y extenuante pero también profundamente divertido, producto de un entusiasmo y una entrega del que sabe que está haciendo algo completamente diferente, fuera de las normas.

La subversión de la forma fue deliberada en todo momento. Para ello utilizaron efectos especiales de baja calidad así como la elección de los extras que bailaban en las escenas, que no eran precisamente bailarines sincronizados de Broadway. Añadir al músico Meat Loaf, que no encajaba precisamente en el look de la película, también se reveló como una decisión acertada.

Todo para mantener el espíritu descarado e informal de la obra teatral.

La película también supuso el primer papel protagonista de una joven Susan Sarandon que sigue recordando a la ingenua Janet como “una sátira de todas las ingenuas que he interpretado en diferentes películas, alguien dulce con los ojos muy abiertos, pero que en el fondo es una zorra que solo está esperando ser liberada”. Y Rocky Horror, en esencia, va de eso: de liberarse.

Nace la 'midnight movie'

El filme, que podría haber sido una rareza más de aquella maravillosa década, se fue transformando poco a poco en un fenómeno global interactivo y único donde el público lanzaba arroz, abría paraguas, gritaba frases e improvisaba coreografías con gran entusiasmo mientras creaba un nuevo tipo de cine participativo.

Y en esa liturgia nocturna de los fines de semana nació la midnight movie definitiva. No una película que se ve: una película que se vive. Un rito colectivo inmersivo que mezcla arte, desmadre y compañía y que cincuenta años después (con más de 200 millones de dólares recaudados a nivel mundial) sigue siendo un fenómeno imparable.

Porque The Rocky Horror Picture Show sigue hoy tan viva como el primer día. En cada sesión de medianoche, en cada proyección regada de participaciones, gritos y medias de rejilla, late el espíritu irreverente que lo convirtió en un clásico total: libre, diverso, travieso y profundamente divertido.

Rocky Horror no envejece: se regenera, se reinterpreta, se multiplica. Como todo buen monstruo. Y como toda gran fiesta que no quiere terminar jamás.