Fernando Colomo, en 'Las delicias del jardín'

Fernando Colomo, en 'Las delicias del jardín'

Cine

Fernando Colomo: "Nadie se atreve a decir que hay obras de arte que son una mierda"

Es uno de nuestros maestros de la comedia. Ahora cierra una suerte de trilogía biográfica disfrazada de ficción con 'Las delicias del jardín', donde interpreta a un pintor en el ocaso de su carrera.

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“Me cuesta encontrar películas que me gusten”, comenta con cierta perplejidad Fernando Colomo (Navalcarnero, 1946) en la terraza de un bar situado frente a los Cines Paz de la madrileña calle Fuencarral. “Antes, iba a un cine como este los viernes y hacía sesión doble, pero ahora ni se me ocurre. No sé si es problema mío, que me he quedado atrás, o que hay un problema de creatividad”.

Esta misma obsolescencia es la que atraviesa en Las delicias del jardín Fermín, personaje interpretado por el propio Colomo, un pintor en el ocaso de su carrera al que le cuesta entender el panorama del arte contemporáneo y encontrar en él un sitio, aunque sea al lado de la puerta de salida. “Ambientar la película en el mundo del arte me ha permitido hablar del cine de manera simbólica”, explica el director.

Colomo no solo le otorga al personaje su rostro, también su afición al CBD (“Me fumo un cigarro de esta sustancia legal antes de dormir, es la metadona de los porros, te deja un poquito así atontado”), su temblor de manos, sus problemas con el fisco y hasta a su propio hijo, Pablo Colomo, con el que ha escrito el guion y que debuta también delante de la cámara.

En la película, Fermín y Pablo, asediados por las deudas, se recluyen en el garaje-estudio del padre para alumbrar una reinterpretación de El jardín de las delicias de El Bosco en busca de ganar un concurso con un importante premio económico.

Pregunta. ¿Cuál es su relación con la pintura?

Respuesta. Suelo decir que la pintura fue mi primer amor; la arquitectura, de la que soy licenciado y a lo que me dediqué cinco años, mi primera mujer; y el cine, mi compañera final. Pero a partir de los cuarenta volví a la pintura al óleo y llegué a hacer una exposición en la Galería Kreisler. Es una afición totalmente absorbente, se te olvida hasta comer. Lo que pasa es que ahora solo puedo pintar por el temblor con la mano derecha, y soy zurdo.

Un mundo corrompido

P. ¿Qué diferencias y similitudes ve entre el mundo del arte y el cine actual?

R. El mundo del arte contemporáneo es totalmente manipulable, y nadie se atreve a decir que hay obras que son una mierda. Esto en el Renacimiento o el Barroco no pasaba. Y todo depende de las relaciones, de cómo te sepas mover, de cómo te muestres en las redes, de los padrinos que tengas… Es un arte corrompido. En el cine hay bastante de eso, pero todavía es necesario que el público pague la entrada.

P. ¿Podríamos entender la película como una insospechada secuela de El sol del membrillo (Víctor Erice, 1992) por el cameo que realiza el pintor realista Antonio López?

R. Sí, ya me gustaría a mí [Risas]. Él decía que Erice le había hecho repetir mucho en El sol del membrillo, y que se ponía muy nervioso. Pero aquí lo hizo fenomenal, solo grabamos dos tomas. Fue muy generoso.

P. ¿Cuál es el origen de esta historia?

R. Quería indagar en la relación entre dos generaciones distintas. Son un padre y un hijo que, a pesar de que se tienen un gran cariño, difieren en todo. Ahora en esta nueva generación hay muchos que llaman liberales, pero que tiran para la ultraderecha y nos llaman izquierda caviar.

Carmen Machi, Fernando Colomo y Pablo Colomo en 'Las delicias del jardín'

Carmen Machi, Fernando Colomo y Pablo Colomo en 'Las delicias del jardín'

P. Antes era al contrario: padre conservador e hijo de izquierdas, ¿no?

R. Sí, sí. Es curioso. Mi padre era militar, imagínate. Le parecía que Franco era un gran benefactor de España, se lo creía realmente. No podía discutir con él.

P. ¿Ahora se discute mejor?

R. No. Ahora es mejor no discutir porque se llega a un momento en el que si sigues es para separarte. Y, claro, te puedes separar de tu mujer o de tus amigos, pero tu hijo es como para siempre.

P. Esta pulsión autobiográfica, así como la producción independiente y la ligereza en el tono, conecta esta película con La línea del cielo (1983) e Isla bonita (2015), con las que podría conformar una suerte de trilogía. ¿No cree?

R. Las tres están realizadas con mucha libertad y, en ellas, yo soy el personaje principal, aunque en La línea del cielo me interpreta Antonio Resines. Son películas basadas directamente en mis experiencias personales, pero evidentemente no las puedo hacer continuamente, acabarían siendo un rollo.

P. ¿Le ha costado financiar estos proyectos?

R. La verdad es que son muy complicados de explicar a un productor, porque tú mismo no sabes cómo va a acabar siendo la película. La línea del cielo la rodamos en Nueva York en el año 83 con cuatro perras y cinco personas en el equipo, en plan terrorista.

»En Isla bonita no quise entrar en ningún juego de subvenciones ni ayudas para poder hacerla con libertad y placer. Las empezamos sin saber cómo iban a terminar, rodando cronológicamente y viendo a dónde nos llevaban.

P. ¿Y cómo ha financiado Las delicias del jardín?

R. Para esta sí hemos intentado tener ayudas del Ministerio de Cultura, pero no estuvimos ni cerca de conseguirlas. La hemos hecho gracias a Amazon, a Vértice y al apoyo de los distribuidores.

P. ¿Tiene algún reproche para el Ministerio de Cultura?

R. La verdad es que sí. El actual sistema de subvenciones sirve a unos privilegiados desde hace más de una década. En ese momento, los productores que tenían una buena trayectoria en los cuatro años anteriores salieron muy reforzados y han sido los que han podido hacer cine en condiciones estos años.

»El Ministerio de Cultura nos ha dicho varias veces que iba a cambiar esto, que iba a valorar la trayectoria del productor como persona física y no como empresa o que iba a hacer una nueva Ley del Cine para corregir estas cosas, pero hay un inmovilismo total.

Pablo Colomo y Brais Efe, en 'Las delicias del jardín'

Pablo Colomo y Brais Efe, en 'Las delicias del jardín'

P. En la película se ve la influencia que tiene en su mirada la nouvelle vague y el cine de Woody Allen…

R. La nouvelle vague me marcó. Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959) fue una revelación en mi adolescencia porque el protagonista no era un cowboy sino un chaval con el que te podías identificar. Era algo distinto y, a partir de ahí, me interesa Godard, Rohmer… Y aparece la posibilidad de hacer cine con poco dinero y mucha libertad, abandonando los estudios y rodando en la calle o en casa, con actores no profesionales que hacen un poco de ellos mismos…

»Y Woody Allen es un creador brutal, un caso insólito que ha hecho 50 películas. Y tiene por lo menos seis obras maestras y otras diez interesantísimas. Incluso una mala suya es mejor que una buena de muchos directores.

P. ¿Qué experiencia espera que tenga el público con esta película?

R. Mi ilusión es que el público se lo pase bien. No entiendo las películas que juegan a aburrir.