
Un fotograma de 'Babygirl'
'Babygirl': Nicole Kidman disfruta el sexo como nunca desafiando la moral contemporánea
La directora Halina Rejin rompe el molde contando el tórrido romance entre una exitosa alta ejecutiva de Manhattan y un becario veinteañero que trabaja en su empresa.
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Un estudio de 2023 realizado por la UCLA, la universidad de Los Angeles, llegó a la conclusión de que los adolescentes americanos preferirían ver menos sexo en la pantalla y más relaciones platónicas. Si en los años 60 y 70 los españolitos cruzaban la frontera a Francia para ver —¡oh, Dios mío!— el seno de una actriz famosa, a los chavales de hoy parece que les molesta.
Según The Economist, las películas de 2023 tenían hasta un 40% menos de sexo que las de principios de milenio. La ola de “puritanismo” parece que ha cambiado los papeles porque ahora es la derecha la que acusa a la izquierda de haberse vuelto meapilas. Según esta versión, los progres habrían pasado de defender el derecho de las mujeres a hacer topless en la playa ante la furia de los conservadores a volver a taparlas en nombre del feminismo para evitar “cosificar” el cuerpo de la mujer sexualizándolo.
En tiempos de polarización azuzada por las redes sociales, las opiniones al respecto suelen ser rotundas y encendidas entre quienes ven un nuevo tiempo woke inquisitorial e histérico y los que celebran el final de siglos de patriarcado. La verdad, como suele ser habitual, es más difusa y menos clara en una cuestión compleja que no puede ocultar una realidad: llevamos no siglos, milenios, en la que la mirada es prácticamente masculina en su totalidad. Y más allá de guerras culturales o luchas partidistas, la realidad también es que los únicos que hablan mal del sexo son aquellos que no lo practican.
Cambio de roles
Probablemente solo una mujer, en este caso la también actriz Halina Reijn, holandesa, podría haberse atrevido a dirigir una película como Babygirl. En ella plantea una situación hoy vista con sospecha: que una mujer, en este caso la madura Romy (Nicole Kidman), se meta en una relación con un jovencito cañón (Harris Dickinson) y, sobre todo —aquí está lo más “controvertido”—, que en esa relación a ella lo que le pone cachonda es ser dominada por él.
En los antiguos carnavales del Siglo de Oro, existía un juego por el cual, durante unas horas, en la plaza del pueblo, los ricos hacían de pobres y los pobres, de ricos. Los primeros se vestían con ropas modestas y complacían a sus sirvientes, mientras los segundos disfrutaban un rato de ocupar el lugar de sus amos.
En este caso, la relación romántica entre Romy y su becario, Samuel, consiste en que en la vida real ella es la dueña de una millonaria empresa de robótica, una ejecutiva de altísimo nivel de Manhattan en la cumbre de su carrera. Y él, recién salido de la universidad, de una familia de provincias modesta, no tiene un duro y comienza a dar sus primeros pasos en el mundo profesional.
O sea, en la vida real, Romy está doscientos escalones por encima de Samuel en la escalera social, pero cuando comienzan a liarse, como en los carnavales del Siglo de Oro, es el chaval quien lleva las riendas de sus juegos eróticos y si le dice que se ponga a cuatro patas, ella duda, pero cuando cede, lo goza.
El romance de Romy y Samuel lo tiene casi todo para que la moral contemporánea la mire con recelo por todas partes, porque vemos a una mujer siendo “sometida” a un hombre y cumpliendo órdenes, porque hay una diferencia de casi 40 años de edad entre ambos y porque ella, para colmo, es su jefa. Debería ser un horror, pero no solo se lo pasan bomba, se iluminan, se transforman y, de alguna manera, resucitan.
La vida también puede ser maravillosa
Con música de George Michael sonando a todo trapo, en un Manhattan cool de rascacielos glamourosos, lo mejor de Babygirl es que es muy divertida en el sentido profundo de la palabra. La directora cuenta con gracia, con ironía, pero también con un emocionante romanticismo, el extraño romance entre dos personas que no parecen destinadas precisamente a enamorarse.
Nicole Kidman está espléndida interpretando a una triunfadora de una pulcritud extrema, con una apariencia de persona hiperprofesional y eficaz, intachable, que detrás de su fachada esconde a una mujer que desea sentirse viva. Y a una ejecutiva de muy alto nivel acostumbrada a mandar y que le hagan la pelota, que desea intensamente que alguien sea capaz de ver la persona vulnerable, insegura e imperfecta que esconde en trajes de Armani y peinados fabulosos.
Por otra parte, ese Samuel al que Dickinson otorga fuerza, una virilidad seductora a la vieja usanza de Brando o James Dean. Es demasiado sencillo resumirlo todo en que la mujer poderosa quiere sentirse un rato un estropajo, entre ambos todo es más complejo, también más bonito, el becario no solo capta ese deseo sexual y emocional agazapado de la millonaria, también la admira y necesita su fortaleza.
Antonio Banderas, sensacional en su papel de marido cornudo despistado, es el tercer vértice de la historia, ese hombre bueno y culto, buen padre, al que Romy sigue amando pero ya no sabe cómo desear. Cuando el drama explota, la película se eleva. Y al final, rememorando ese famoso final de la propia Kidman en Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 2000), “let’s fuck”. Babygirl sube la temperatura.