Navid Mohammadzadeh en un momento del filme

Navid Mohammadzadeh en un momento del filme

Cine

'La ley de Teherán', un potente 'thriller' entre Hollywood y la tradición iraní

El prometedor cineasta Saeed Roustayi aborda uno de los grandes problemas sociales del país: el implacable aumento de la adicción al crack

25 junio, 2022 03:18

Saeed Roustayi (Teherán, 1989) es la nueva sensación del cine iraní. Acaba de presentar en la sección oficial de Cannes su tercer filme, Leila’s Brothers, un drama familiar que revela el profundo machismo de la sociedad de su país, con el que ha conquistado uno de los premios de la crítica internacional del certamen francés. Pero de esta película ya hablaremos en profundidad cuando se estrene en España. Ahora toca adentrarse en las oscuras imágenes de su anterior trabajo, La ley de Teherán, que llega este viernes a las salas españolas.

Presentado en Venecia en 2019, la pandemia frenó su distribución internacional, pero en Irán se convirtió en apenas tres meses en la película más taquillera de la historia del país y, posteriormente, rompió todos los récords en el mercado doméstico y de streaming. Arrasó en 2021 en el Festival de Reims, dedicado en exclusiva al noir, y este mismo año fue nominada como mejor película internacional en los Premios César. La prensa especializada se ha apresurado a presentar al director como el nuevo Asghar Farhadi o Mohammad Rasoulof, ya que como ellos Roustayi desarrolla un cine social pasado por el prisma del género, en una atinada combinación entre el estilo hollywoodense y la tradición iraní, que trata de convertir lo local en historias universales.

Enérgica y compleja

La ley de Teherán es un enérgico y complejo thriller que trata de abordar todas las caras de uno de los mayores problemas del Irán contemporáneo: en unos pocos años el número de adictos al crack se ha disparado, pasando de un millón de personas a más de seis millones. El filme apunta hacía la dureza de las sentencias por posesión de drogas, ya que tanto si llevas 30 gramos como 50 kilos el delito conlleva la pena de muerte, por lo que los narcotraficantes prefieren jugar a lo grande.

La película arranca con una tensa secuencia, rodada con gran pulso y sentido del espectáculo, que bien podría haber firmado en Hollywood cualquiera de los popes del thriller policial. En ella, vemos cómo la unidad antidrogas dirigida por Samad (Payman Maadi, protagonista de la obra clave de Farhadi, Nader y Simin. Una separación, 2011) realiza una redada en una casa de Teherán. Aunque en un principio el inmueble parece vacío, Hamid (Hooman Kiaie) descubre en la sombra que proyecta el edificio en el suelo a un hombre moviéndose sigilosamente en el tejado. Cuando este salta a la calle y trata de huir, se produce una vertiginosa persecución a pie que recuerda por su agónica fisicidad a las del fantástico filme coreano The Chaser (Na Hong-jin, 2008).

El final de este camello de poca monta, que acabará sepultado por toneladas de arena en una obra sin que nadie lo perciba, nos muestra lo absurda y fatal que es la rueda del narcotráfico en Irán. Pero la importancia de esta escena no radica solamente en su espectacularidad, sino que Roustayi es capaz de establecer de manera visual el trabajo al que se enfrentan estos policías: Samad tendrá que derribar hasta seis puertas para entrar en una casa en la que no encontrará nada.

A partir de aquí, la película acompaña a estos dos policías en la caza del narcotraficante Nasser Khakzad (Navid Mohammadzadeh), que arranca con otra compleja e impresionante escena en un vertedero en el que se hacinan decenas de drogodependientes, interpretados por adictos reales. No es una decisión caprichosa, ya que al enfocar sus rostros ajados y fantasmales el director consigue transmitir veraz y rotundamente al espectador los devastadores efectos que produce el crack.

Un momento del filme

Un momento del filme

La película, poco a poco, se va acomodando en las oficinas y pasillos de la comisaría, desde donde Samad irá escalando peldaños en el entramado del narcotráfico para llegar al pez gordo. El sabueso se muestra implacable y autoritario con cada uno de los detenidos, en secuencias de interrogatorio fantásticamente interpretadas por Maadi, presionándolos para que le proporcionen el siguiente nombre en la cadena de mando.
Si hasta su ecuador el filme es un riguroso policíaco, todo cambia cuando el capo es arrestado en su despampanante ático. A partir de aquí el foco se desplaza hacia su figura, pasando a ser un filme que denuncia tanto la penosa situación de los reclusos en las cárceles iraníes (las escenas en una masificada celda son escalofriantes) como el funcionamiento de la burocracia y el sistema legal.

Un interesante paralelismo

Quizá la película pierde algo de fuerza en esta segunda parte, que se mantiene interesante gracias sobre todo a la sutil interpretación de Mohammadzadeh. A pesar del bajón, el director consigue establecer un interesante paralelismo entre sus dos personajes principales, que no parecen estar en lados opuestos de la ley, sino que son simples peones de un sistema defectuoso. Se percibe sobre todo en cómo los policías están siempre haciendo equilibrismos para no ser ellos mismos procesados por defectos en sus investigaciones, a veces por la pérdida de droga o por acusaciones de corrupción difícilmente demostrables. Roustayi, eso sí, presenta a sus policías como hombres honestos, aunque siempre al límite, pero resulta curioso que el personaje que desprende mayor humanidad sea el del narcotraficante.

En definitiva, un thriller técnicamente irreprochable, con dos secuencias excelsas (el arranque y la redada en el vertedero), y dos actores estupendos que, como los mejores noir, sabe reflexionar sobre las principales fallas de una sociedad enferma.