Image: Laurent Cantet: La única esperanza de la sociedad son los jóvenes

Image: Laurent Cantet: "La única esperanza de la sociedad son los jóvenes"

Cine

Laurent Cantet: "La única esperanza de la sociedad son los jóvenes"

18 mayo, 2018 02:00

Laurent Cantet. Foto: Íñigo Royo

La creación de una novela colectiva y los vacíos existenciales de la adolescencia, aprovechados por los movimientos radicales, son los ejes de El taller de escritura, la nueva entrega del director galo Laurent Cantet en la que vuelve, con otras variantes, sobre algunos temas de La clase. Encabezan el reparto Marina Foïs y Matthieu Lucc.

Hace diez años, el francés Laurent Cantet (Melle, 1961) ganaba la Palma de Oro en Cannes por la película La clase, un éxito del cine europeo gracias al relato complejo y crudo de las dificultades de un maestro de secundaria para que sus alumnos de un instituto de los suburbios salgan adelante. La clase nos proponía una reflexión sobre la Francia multirracial de los banlieues y el sistema educativo, por lo que es fácil pensar que su nuevo filme, El taller de escritura, es una nueva vuelta de tuerca. Ambos filmes se cruzan en asuntos como la posibilidad de que el conocimiento y la cultura sirvan para encarrilar a los jóvenes marginados, pero mientras La clase era un crudo y a veces divertido retrato del día a día en una escuela de un suburbio, El taller de escritura es la película más refinada de Cantet, un ejercicio de estilo que juega con el morbo y la sexualidad. Su parte final la hubiera podido firmar el mismísimo Ozon.

Con un tono cercano al thriller, El taller de escritura contrapone la personalidad y la vocación pedagógica de una escritora de novelas negras, una sofisticada parisina interpretada por Marina Foïs que se plantea el reto de escribir una novela junto a un grupo de jóvenes de un pueblo costero del sur de Francia. Aquí, como en La clase, hay negros y árabes pero el protagonismo no es coral sino que se centra en el joven Antoine, al que da vida Matthieu Lucci, un adolescente que sueña con ser militar al tiempo que se deja seducir por los cantos de sirena de la ultraderecha. En este filme, Cantet y su coguionista Robin Campillo, al que hace poco hemos conocido como director en 120 pulsaciones por minuto, crean un trabajo en el que el cineasta regresa a la provincia gala y a un tono que en parte recuerda al de sus primeras películas - Recursos humanos (1999) y El empleo del tiempo (2001)-, marcadas por la complejidad moral y la temática social.

Pregunta.- ¿Quería despistar al espectador haciéndole pensar que va a ver una película social para acabar encontrándose con un thriller erótico?
Respuesta.- Hay una lógica en la deriva del filme. Esta lógica es el joven Antoine quien la aporta porque tiene la necesidad de ficción, de confrontar su mirada del mundo con los demás. Los alumnos del taller de escritura están escribiendo una novela criminal y por eso la película se encamina hacia ese lugar. Cuando la violencia surge en esa mesa, el muchacho va a tratar de imponerse. Hay una correlación clara entre lo que sucede alrededor de la mesa con la historia que va a vivir la novelista. Su forma de experimentar la tensión en ese grupo se va a trasladar a su relación con ella. El problema del joven es que no es capaz de vivir sus emociones de una manera no conflictiva.

Existe un camino en la adolescencia que va de la angustia existencial al radicalismo porque te ofrece llenar ese vacío"

P.- En España llaman ‘ninis' a los chavales como Antoine. ¿Quiere mostrar esa juventud sin horizontes?
R.- La falta de perspectiva de esos jóvenes es un asunto que está en primer plano. No saben qué va a pasar y cuál será el futuro. Retratamos ese momento de la adolescencia en el que intentamos retrasar la toma de decisiones. Eso es algo propio de esa época. Además de la procrastinación, me interesa el sentimiento de angustia de la juventud. Recuerdo que cuando yo era joven esa angustia la tenía muy marcada y creo que eso ahora mismo es un problema enorme porque el extremismo político muchas veces surge de allí. Existe un camino que va de la angustia existencial al radicalismo porque éste te ofrece llenar ese vacío. Permite sentirse vivo y activo en la vida. Tanto el extremismo ultraderechista como el islámico se nutren de esa angustia. Cuando el sistema solo les ofrece riquezas materiales como valor alguien lo aprovechará.

P.- La película sucede en un pueblo cercano a Marsella en el que la globalización ha arrasado su economía. ¿Quería retratar a esos obreros castigados por las deslocalizaciones?
R.- Es importante no ser didáctico. El guionista Robin Campillo y yo tenemos tendencia a situar nuestras historias en microcosmos que sirven como reflejo de la sociedad. Pero no queremos llegar a ninguna conclusión preestablecida ni que sea una caricatura. Nuestro método de trabajo consiste en que cuando comenzamos a escribir no sabemos hasta dónde vamos a llegar. No queremos hacer un tratado de sociología por mucho que esté en el contexto sino que nos centramos en la narrativa. Hay algo de eso en Antoine pero también algo distinto, inesperado, que tiene que ver con sus sentimientos y su manera de vivir la vida.

El taller de escritura

P.- Como en La clase, hay una reflexión sobre la posibilidad de crear una lengua común que sirva como vehículo de entendimiento. ¿Será ese el papel de la cultura? ¿Nos salvará?
R.- Eso espero. La idea del filme es que la cultura y la confrontación de ideas crean la inteligencia porque eso nutre la vida. En todas mis películas tengo la sensación de que las he filmado dándole la misma importancia a la palabra que a la acción física. Me pregunto cómo se filman los diálogos, cuál es la distancia correcta entre los personajes o a qué distancia de los personajes debo colocar la cámara. Son cuestiones que me interesan muchísimo. En este caso, son el sentido del filme. En el momento en que Antoine es capaz de expresar con palabras su rabia esa violencia comienza a ser sublimada. La palabra es lo que nos permitirá luchar eficazmente contra los problemas que tenemos.

Muchos radicales musulmanes son de cuarta generación. El drama es cuando el país que sienten como suyo les rechaza"

P.- ¿Por qué desde hace unos años la identidad ha adquirido una dimensión tan febril y peligrosa?
R.- La crisis ha agudizado la confrontación social y el extremismo. Muchos de esos radicales musulmanes que han atentado en Francia son de tercera o cuarta generación, se consideraban plenamente franceses. El drama llega cuando el país que ellos sienten como suyo les rechaza. Al mismo tiempo, vemos que la identidad se pone en cuestión cuando se enfrenta a la integración. Cobra protagonismo esa gente que reniega de la diversidad y trata de decir qué significa ser francés. Para ellos, es comer de una manera o pensar de otra. Buscan esa homogeneidad en la identidad. Y cuanto más sienten atacada esa identidad, más la refuerzan. Además, en el caso de Francia, como también sucede en España, hay un problema muy fuerte entre el norte y el sur. Cuando estábamos preparando la película me topé con un personaje como Alain Soral, un predicardor de ultraderecha, que tiene millones de seguidores en el sur del país. Y la mayoría de ellos no tiene ni 20 años.

P.- ¿Cuál es el papel del erotismo en la película?
R.- Me interesaba mostrar el deseo entre ellos, su relación de atracción y repulsión. Es una manera de oponer dos mundos. Una viene de París, sale por la tele, gana dinero… El otro es un anónimo joven de la periferia. En el caso de Antoine hay un deseo de ir hacia lo que ella representa pero al mismo tiempo hay un rechazo porque ella es todo aquello que él no es y no será nunca. Al mismo tiempo ella se queda fascinada con su juventud pero también siente miedo. Esa doble relación entre ellos nos parecía muy rica.

P.- ¿Concluiría que la película es un canto optimista al futuro?
R.- Creo que de ella surge un optimismo que le da un sentido diferente al que podría haber tenido con otro planteamiento. La única esperanza de la sociedad actual son los jóvenes.

@juansarda