Image: La higuera de los bastardos: El asesino rampante

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Cine

La higuera de los bastardos: El asesino rampante

24 noviembre, 2017 01:00

Karra Elejalde convierte La higuera de los bastardos en un one man show

Ana Murugarren adapta una novela de Ramiro Pinilla sobre la redención y los males de España en tono de tragicomedia con tintes surrealistas. Destaca la enérgica interpretación de Karra Elejalde.

El escritor Italo Calvino describió de esta manera el asunto de su célebre novela El barón rampante: "Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería el mismo ni para sí ni para los otros". Tal resumen sería perfectamente válido para explicar el asunto central de La higuera de los bastardos, película que adapta una novela de Ramiro Pinilla sobre un falangista arrepentido que trata de expiar su culpa el resto de su vida convirtiéndose en un ermitaño. Un filme sobre la redención y los males de España dirigido por Ana Murugarren en tono de tragicomedia con tintes surrealistas en el que destaca la enérgica interpretación de Karra Elejalde y que se sigue con cierto interés y gracia pero lastrado por una realización en exceso plana y televisiva.

La higuera de los bastardos arranca con una escena brutal. En plena guerra civil española, en Getxo, en el País Vasco, un comando falangista se acerca en plena noche a la casa de un maestro acusado de ser comunista y después de secuestrar al padre y al hijo de 16 años los ejecuta en el bosque. Observa la escena el hijo menor, de unos seis años, que después del asesinato planta una higuera en el lugar del crimen. Obsesionado con que el chaval al crecer lo matará en venganza, uno de los falangistas, Elejalde, decide pasar el resto de su vida cuidando esa higuera con el ánimo de redimir así sus culpas y salvarse de la venganza del crío.

Con una personalidad expansiva, es inevitable que el filme se convierta en un one man show de Elejalde, al que el papel de eremita fuera de sus casillas le viene como anillo al dedo. La renuencia de ese ermitaño a abandonar su guarida se convierte al mismo tiempo en un acto heroico y absurdo que sirve, de paso, como siniestro recordatorio para sus cómplices de los crímenes perpetrados por el bando nacional y ganador de la guerra. El tiempo pasa y en un país que quiere olvidar Elejalde deviene en molesto y angustioso rémora de un pasado que todo el mundo quiere dejar atrás. Murugarren logra entretener pero no convencer (¡esas cortinillas que parecen de teleserie barata!) en una película que no consigue dar la dimensión épica, ni mucho menos espiritual, de la odisea de ese asesino rampante.

@juansarda