Image: Spielberg vuelve a la infancia a lo grande

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Cine

Spielberg vuelve a la infancia a lo grande

8 julio, 2016 02:00

Mark Rilance da vida al 'Gigante bonachón' con ayuda digital

Tras una larga temporada enfrascado en el cine histórico, Steven Spielberg regresa al territorio de la infancia para convocar la magia y la fantasía de los sentimientos nobles. Adaptando un popular cuento de Roal Dahl, Mi amigo el gigante trata de recuperar la emoción de E.T. El extraterreste en su relato de amistad entre una niña y una criatura fantástica.

Cualquiera que haya crecido con las películas sobre la infancia de Steven Spielberg, y por tanto haya quedado marcado por ellas, lo más probable es que considere esos especímenes de su filmografía los más genuinamente "spielbergianos", por muchas "listas de Schlinder", "amistades" o "Munichs" que ruede. Después de cinco años reivindicando su faceta historiadora con los dramas War Horse (2011), Lincoln (2012) y El puente de los espías (2015), de nuevo se adentra en la mirada infantil para poner en escena un cuento sobre los temblores y los asombros de la infancia. Mi amigo el gigante es su personal, encantada y espectacular adaptación de la popular fábula El gran gigante bonachón (1982), que el británico Roald Dahl escribió en su último y más prolífico periodo creativo, después de haber experimentado la inclemencia y el arbitrio de varias tragedias familiares. Lo cierto es que nadie como el autor de E. T. El extraterrestre (1982) se ha abismado con tanta emoción en la curiosidad y el ardor de la infancia. Nadie como él ha hecho recuperar al espectador adulto sensaciones de su niñez que creía perdidas, o que simplemente le producen vergüenza.

"Cuando era niño, frente a la ventana de mi cuarto había un árbol terrorífico, enorme -recordaba el cineasta en el Festival de Cannes, donde presentó la película-. Me quedaba mirándolo mucho tiempo y veía cómo su silueta gigante y negra se metamorfoseaba en seres demoníacos. Cada noche, mi imaginación encontraba algo más a lo que tener miedo". La visión y emoción del gigantismo es el concepto desde el que Spielberg desarrolla su nuevo desafío cinematográfico, que lleva la tecnología CGI (imágenes generadas por ordenador) un paso más allá. El entrañable gigante interpretado por Mark Rylance añade aún mayor hiperrealismo que el conseguido con el Smaug de Benedict Cumberbatch en la trilogía de El Hobbit, con la Neyriti de Zoe Saldana en Avatar o con el simio de Andy Serkis en las últimas entregas de El planeta de los simios.

Las distancias entre realidad y virtualidad quedan mágicamente neutralizadas en un cuento que, según Spielberg, no podría haberse adaptado hace cinco años, "porque la tecnología aún no lo permitía", sin perder la expresividad humana de la colosal criatura. Pero la magia y el ilusionismo infantil no pueden confiarse por entero a los logros técnicos, y pocos autores hay tan conscientes de ello como el rey Midas de Hollywood: "Prácticamente un 95% del trabajo de Rylance está en la pantalla, y eso es porque la tecnología nos ha permitido conservar su alma. Toda la naturaleza de mi propósito consistía en emplear la técnica para apelar al corazón y crear una perfecta transposición entre el genio de Mark [Rylance] y de WETA".

La visión y emoción del gigantismo es el concepto desde el que desarrolla Spielberg su nuevo desafío

Convengamos en que tanto Spielberg como Dahl pertenecen a esa estirpe de autores capaces de impugnar la lógica flaubertiana de que con los buenos sentimientos solo se escriben malas historias. Mi amigo el gigante es una historia de amistad y nobleza entre Sophie (Ruby Barnhill), una niña huérfana de diez años, y el gigante que la secuestra del orfanato para llevarla a conocer El País de los Gigantes, donde se enfrentarán a otros seres tan gigantescos como grotescos que acostumbran a maltratar al gigante bonachón, amigo de los niños y hacedor de sueños. "Lo que realmente me atrajo es que la protaognista sea una niña, y no un niño, y que su coraje infunda valor a una criatura que es seis veces más alta que ella -explica el director-. Cuando leí el libro por primera vez encontré todo tipo de conexiones con El mago de Oz, especialmente con Dorothy y el León Cobarde".

A su modo, El gran gigante bonachón es un tratado sobre la valentía y el espíritu de superación. Lo escribió Dahl -autor de otos clásicos infantiles también adaptados al cine, como Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante y Los Gremlins- varios años después de haber enterrado a su primogénita, una niña de siete años que falleció de encefalitis, y de ver cómo su único hijo varón -tuvo cinco hijos- perdía poco a poco la vista tras sufrir de bebé un accidente que le provocó hidrocefalia. El escritor publicó el libro el mismo año en que las carteleras de todo el mundo convertían a E. T. El extraterrestre en la producción más taquillera de la historia del cine después de clausurar el Festival de Cannes y, cuentan las crónicas, encender la sala durante veinte minutos con la ovación entusiasmada de los asistentes. Como El gran gigante bonachón, el memorable filme relataba la historia de amistad entre un niño solitario y una criatura fantástica probablemente más humana (o humanista) que la mayoría de los mortales.

Steven Spielberg y Ruby Barnhill en el rodaje de Mi amigo el gigante

No se detienen ahí las concomitancias de la obra más popular de Spielberg con la de Dahl. Ambos guiones cinematográficos los firma Melissa Mathison, quien fuera la novia de Harrison Ford cuando Spielberg le encargó el guion del amigo alienígena y que falleció en noviembre de 2015, poco después de entregarle el libreto de Mi amigo el gigante al cineasta norteamericano. En la rueda de prensa de Cannes, por supuesto, Spielberg tuvo unas palabras para ella, a quien le dedica la película: "Donde quiera que esté, estoy seguro de que está muy feliz ahora que, 35 años después, regresa aquí con otro de sus guiones". La extraordinaria dimensión cinematográfica que cobra el cuento del británico en manos de Spielberg también se la debemos sin duda a un ambicioso guion capaz de inyectar la febril magia del espectáculo nonstop -al que ningún blockbuster puede ya darle la espalda- sin menoscabo de la intimidad y la alquimia que se producen entre Sophie y el gigante.

Visiones de infancia

No hay duda de que Spielberg y su amigo Lucas fueron los causantes principales de la irreversible infantilización del cine de masas contemporáneo. Cuando La guerra de las galaxias (1977) y ET señalaron a Hollywood el camino para sobrevivir, abrieron una caja de pandora que transformó la industria para siempre. El cine para niños y el cine para adultos dejaron de ser productos incompatibles, hasta el punto de que hoy son del todo punto vinculantes para las grandes producciones. Pero al contrario de lo que pueda pensarse, la infancia ensoñadora y heroica de las obras de Spielberg, siempre en busca de la armonía familiar, no es ni plana ni constante en su filmografía. Con la ballardiana El imperio del sol (1987) introdujo algo parecido a la melancolía y la derrota en la visión de la infancia. "Lo que me impresionó de la novela es que mostraba a un niño viendo el mundo desde los ojos de un adulto", señaló entonces Spielberg, y que ese modo de mirar transformó también el suyo. Es probable que encontrara también algo de ello en la mirada de la pequeña Sophie de El gran gigante bonachón, personaje inspirado en la nieta de Dahl, una niña que precisamente porque conoce los terrores de la orfandad puede llegar no solo a amar a un ser terrorífico, sino a domesticarle y estimular su coraje.

"Lo que me atrajo es que la protagonista sea una niña, y que su valor infunda coraje a una criatura gigante", dice Spielberg
El mito de Peter Pan, por tanto, tiene sus pliegues en la fantasía universal de Spielberg, como bien demostró su adaptación del mito de James M. Barrie en Hook (1991), donde precisamente neutralizaba la afirmación con la que arranca y se sustenta el cuento: "Todos los niños crecen excepto uno...".

Terror y asombro El Peter Pan de Spielberg sí crecía, sí se hacía adulto, al contrario del niño robot de A. I. Inteligencia Artificial (2001), concebido para no hacerlo, apropiándose esta vez del mito de Pinocho. Lo cierto es que el terror siempre ha ido de la mano del asombro en los ojos de los niños de Spielberg: el primer plano dilatado, y generalmente en travelling de acercamiento, de un niño (o un adulto) mirando asombrado lo que queda fuera de plano se ha convertido en una seña identitaria del autor de Parque Jurásico (1993), que llevó hasta el terror absoluto con los ojos de Dakota Fanning en La guerra de los mundos (2005). El primer encuentro entre el gigante y Sophie, en el dickensiano prólogo, parte de las coordenadas atmosféricas del terror para ir mutando a la comedia y el ternurismo del cine familiar.

La secuencia de recepción del gigante en el Buckingham Palace, donde asoma el fantasma de Gulliver, es un extraordinario momento de comedia, mientras que el tramo en el que el gigantón recolecta los sueños en tarros de cristal y los prepara en su estudio emana como una hermosísima metáfora del oficio del cineasta y del arte del cine como eminente fábrica de los sueños. Spielberg no permite que su película se cargue de interminables secuencias de acción histérica, como confirma el moderado y preciso desenlace. El cinesta persigue la calidez para contar su historia, y el papel de los actores ocupa el primer plano. La pequeña Ruby canaliza el entusiasmo de su edad, y su relación en la pantalla con el gigante es como una historia de amor entre abuelo y nieta, pero la gran sorpresa es el personaje de la Reina de Inglaterra, interpretada por Penelope Wilton (Downton Abbey), que inocula humor y afecto. Los que defienden la idea de que Spielberg es el cine, porque sus películas concentran toda la emoción y el espectáculo del séptimo arte, encontrarán sin duda motivos para reafirmarse.

@carlosreviriego