Image: El gran gigante bonachón
Roald Dahl tiene el difícil mérito de hacer lectores y, al mismo tiempo, de satisfacer a los lectores juveniles más exigentes. Su estilo es similar al de su principal ilustrador: Quetin Blake. Su prosa es espontánea y capta lo esencial de cada cosa, de un modo intenso y sencillo. Así, transmite manchas de alegría o de tristeza, consigue crear apasionantes secuencias de aventura con un par de líneas, emplea el claro oscuro para presentar atmósferas hostiles o plasma la vida psíquica de sus personajes con un gesto.
El gran gigante bonachón, o como algunos preferimos llamarla el GGB, es una de sus obras menos conocidas por los lectores españoles, que a menudo recuerdan Charly y la fábrica de chocolate o Matilda (incluidas en la publicada Bilioteca Roald Dahl). Sin embargo, es una de las más tiernas, inteligentes e ingeniosas, donde podemos apreciar cómo Dalh consigue el punto de encuentro entre la tradición y la innovación, entre el humor y el suspense, entre el relato fantástico y la realidad. Por eso, lograr llegarle tanto al reticente a la lectura como al más crítico. Cabe destacar cómo, al cabo del tiempo, estas historias mantienen su vitalidad y frescura.
El gran gigante bonachón, o como algunos preferimos llamarla el GGB, es una de sus obras menos conocidas por los lectores españoles, que a menudo recuerdan Charly y la fábrica de chocolate o Matilda (incluidas en la publicada Bilioteca Roald Dahl). Sin embargo, es una de las más tiernas, inteligentes e ingeniosas, donde podemos apreciar cómo Dalh consigue el punto de encuentro entre la tradición y la innovación, entre el humor y el suspense, entre el relato fantástico y la realidad. Por eso, lograr llegarle tanto al reticente a la lectura como al más crítico. Cabe destacar cómo, al cabo del tiempo, estas historias mantienen su vitalidad y frescura.