Image: En el país de los gigantes

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Cine

En el país de los gigantes

14 mayo, 2016 02:00

Imagen de Mi amigo el gigante de Steven Spielberg

Steven Spielberg trae a Cannes el espectáculo de la imaginación infantil con la pequeña y encantadora Mi amigo el gigante, mientras que Pablo Larraín presenta Neruda en la Quincena de Realizadores, inventivo y lúcido relato de los años clandestinos del poeta, que cuenta con participación española.

Probablemente era el único candidato posible para llevar a la pantalla la popular obra de Roald Dahl, El gran gigante bonachón, a la que llegó el escritor británico tras enterrar a su primogénita de apenas siete años de edad y contemplar cómo su hijo más pequeño perdía la vista tras un accidente. Steven Spielberg encuentra en el cuento sobre Sofía (Ruby Barnhill) y el gigante amigo de los niños (Mark Rylance) un espejo de los intereses cinematográficos que le han convertido en el Rey Midas de Hollywood. La infancia ensoñadora y heroica, en perpetua busca de la armonía familiar, la encarna una niña huérfana que descubrirá de dónde vienen los sueños y que no todos los gigantes devoran a los niños. El enternecedor cuento de dos almas solitarias adquiere una dimensión cinematográfica extraordinaria en manos del director de ET: El extraterrestre, cuya guionista Melissa Mathison escribe también esta adaptación a la pantalla producida por Walt Disney, y que supone un paso más en las ilimitadas posibilidades del fotorrealismo digital en la pantalla, rompiendo de nuevo la distancia entre la realidad y la virtualidad.

Mi amigo el gigante, que se ha presentado fuera de concurso en esta cuarta jornada de Cannes, da forma entre el encantamiento y el realismo al demostrado talento de Spielberg para combinar lo fantástico y lo terrorífico, especialmente en el arranque de la historia, que poco a poco va endulzándose y cargándose de humor. Como ocurre en los mejores cuentos infantiles, como aquel que hechizó para siempre al pequeño Spielberg, Blancanieves y los siete enanitos, se parte del terror para llegar a la ternura y la alegría. La secuencia de recepción del gigante en el Buckingham Palace, donde asoma el fantasma de Gulliver, es un extraordinario momento de comedia, mientras que el tramo en el que la colosal criatura recolecta los sueños en tarros de cristal y los prepara en su estudio emana como una hermosísima metáfora del oficio del cineasta y del arte del cine como eminente fábrica de los sueños.

Spielberg no permite que la tecnología aniquile la calidez y el humanismo de la historia, ni tampoco que su película se cargue de interminables secuencias de acción llenas de histerismo, como confirma el moderado y preciso desenlace con la intervención del ejército británico en el País de los Gigantes. Spielberg busca el calor y los valores humanos más nobles para contar su historia, y el papel de los actores ocupa el primer plano. La pequeña Ruby canaliza la imaginación y el entusiasmo de su edad, y su relación en la pantalla con el gigante interpretado por el gran Mark Rylance es como una historia de amor entre abuelo y nieta, pero la gran sorpresa del filme es el personaje de la Reina de Inglaterra, interpretada por Penelope Wilton (Downton Abbey), que inyecta humor y afecto a su trasunto cinematográfico de la Reina Isabel.

Luis Gnecco es Neruda en la película de Pablo Larraín

Otra clase de gigante, el poeta Pablo Neruda, fue uno de los protagonistas de ayer en la Croisette. Se presentaba en la Quincena, y por tanto también fuera de concurso, Neruda del chileno Pablo Larraín (No, El club). En el arranque del filme entra Neruda en un baño público que hace las veces del Senado de la República de Chile y le preguntan si está en calidad de poeta o de político. Durante gran parte del metraje nos hacemos esa pregunta y al final de Neruda la respuesta desaparece porque ha sido sustituida por una pregunta más interesante: ¿es el autor o el personaje de su propia vida? La película se centra en los años clandestinos del premio Nobel chileno bajo la presidencia de Gabriel González Videla, el "traidor" que ordenó su persecución y asesinato.

Interpretado con convicción de carácter por Luis Gnecco, Neruda será en el guion escrito por Guillermo Calderón el fugitivo vanidoso y el comunista que solo puede vivir como un burgués, el putero hedonista y el proletario del verso, el artista genuino y el impostor de su arte. Pero será sobre todo -y ahí reside la alquimia dramática del relato- el personaje de una ficción que se destripa y desentraña a sí misma, para convertir en escritura cinematográfica un discurso literario, político, histórico. Se centra el relato en los años en los que Neruda vivió peligrosamente, echando mano de elementos de la serie negra y, en su extraordinario tramo final, del western nevado. La metáfora va envuelta en palabras, muchas palabras, pero también en imágenes. El deleite verbal y la alquimia plástica trabajan conjuntamente para construir un anecdotario de la leyenda del poeta, aunque no tanto para indagar en el fondo de sus demonios.

Lo primero que hay que aplaudir es la inteligencia narrativa del filme, que no pretende en ningún caso ser un canto general a la relevancia artística del poeta, aunque busque por sugestión su canción desesperada, sino que planea por el anecdotario para aproximarse a la esencia. Y después hay que aplaudir algunos soplos de belleza resonante, aunque no arrebatadora. Neruda no es, desde luego, un biopic al uso. Ni siquiera es una película biográfica. Resuelve con imaginación y con inteligencia el escollo cinematográfico de hacer una película sobre un poeta, y no por ello deja de ser una película sobre la poesía. De la poesía como alarido revolucionario y como susurro pasional, de la poesía como un arma de mutación política, de la poesía como caudal de belleza y pensamiento.

En verdad, y a pesar de la contradicción, puede que el protagonista de Neruda no sea ni tan siquiera el autor de Residencia en la tierra. Como dice la esposa del poeta en un momento dado, en esta ficción todos giran alrededor del héroe, aunque puede que el héroe no sea el poeta sino su perseguidor. Esa es la ambición confesa de un personaje que se resiste a ser el secundario de la historia que él mismo nos está contando. Son las meditaciones en off del policía Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), de hecho, las que conducen el discurso narrativo, las que propulsan el flujo de una película que suma enteros precisamente cuando desenmascara su estrategia metanarrativa. El resultado es una película audaz, imaginativa, brillante, aunque no sea la película de un poeta.

@carlosreviriego