Image: Los estragos del tiempo

Image: Los estragos del tiempo

Cine

Los estragos del tiempo

20 mayo, 2015 02:00

Mountains May Depart de Jia Zhang-ke

Tanto Jia Zhang-ke como Paolo Sorrentino reflexionan sobre el paso del tiempo en sus trabajos a concurso en el Festival de Cannes, pero mientras el chino nos conmueve y nos ilumina con Mountains May Depart, el italiano naufraga en el vacío y la ostentación de Youth.

El cineasta chino Jia Zhang-ke, ganador del León de Oro en Venecia, ha recuperado su mejor forma después de la notable Touch of Sin. Cronista de su tiempo y las transformaciones sociales y sentimentales que éste ha ejercido sobre su país, el autor de The World ha entregado el séptimo del día festival uno de sus mejores trabajos (claro aspirante a la Palma de Oro), que a pesar de sus irregularidades adquiere la forma de una conmovedora reflexión sobre los estragos del tiempo, bajo los ropajes del clasicismo y la modernidad (señalados por tres formatos de imagen distintos), que sin embargo encuentran un mismo espacio melodramático, un mismo propósito vital y un mismo diapasón emocional. Mountains May Depart es sin duda la obra de un maestro.

El autor de Unkown Pleasures nos cuenta en esencia una saga familiar que sigue las vidas de tres personajes -una mujer y dos hombres- a lo largo de las décadas, desde la entrada del siglo XXI en China hasta un futurible 2025 en Australia. La épica y la intimidad hondamente confabuladas. En el arco histórico que recorre la evolución existencial de una amistad entre dos hombres rota por el amor de una mujer, se impone poco a poco el telón de fondo, el implacable retrato de la progresiva deshumanización y la metástasis del capitalismo, puntuada magistralmente, en el arranque y la clausura, con dos memorables secuencias de baile al ritmo de la visionaria Go West de The Pet Shop Boys.

El filme arranca en la obviedad del estereotipo (una historia de hombre rico, hombre pobre) para acabar seduciéndonos con una personalidad singular, abierta a múltiples ramificaciones, en la que caben tanto el registro brechtiano del distanciamento como la cercanía emocional con los personajes y sus destinos. La mutación del formato cuadro (4:3), que encierra a los personajes en cierta burbuja vital, hacia el scope (16:9) de la tercera parte, la más débil pero también la más audaz, va revelando las incertezas de un cuarto de siglo -el segundo bloque transcurre en 2014, protagonizado por la musa del cineasta Zhao Tao- que dio la bienvenida a la euforia del progreso para avanzar hacia la parálisis y la pérdida de identidad, tanto individual como colectiva. Sin pretextos simbólicos ni alegorías crípticas, con algunas fugas hacia el extrañamiento tan propias del autor de Platform, el glorioso plano final del filme nos coloca frente a una película iluminada por la emoción y la sabiduría.

Youth de Paolo Sorrentino

Si la implacable verdad de Mountains May Depart pertenece a este tipo de filmes capaces de remover sentimientos profundos en el espectador, el artificioso trabajo de Paolo Sorrentino Youth, otra reflexión sobre los estragos del tiempo y los sinsabores de la senectud, apenas nos ha perturbado. Los elementos pueden estar ahí, pero el italiano desaprovecha catastróficamente el potencial de su segunda producción rodada en inglés (la primera fue la insultante Un lugar donde quedarse), con actores de la talla de Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weicz, Paul Dano y Jane Fonda. En un balneario suizo que nos recuerda a La montaña mágica de Thomas Mann, los octogenarios y consuegros Fred y Mick, célebres artistas a los que unen sesenta años de amistad, afrontan el final de sus vidas haciendo balance de sus carreras, conquistas y decepciones.

El prestigioso compositor Fred (Caine) no tiene intención de retomar su carrera musical, como deja claro en la primera secuencia del filme al rechazar la invitación de un emisario de la Reina de Inglaterra para ofrecer un recital en el Buckingham Palace, mientras que Mick (Keitel) se ha encerrado en el edénico hotel con un equipo de guionistas para escribir el que será su testamento fílmico. A su alrededor pululan una serie de personajes irrelevantes -un actor del Método, una parodia de Maradona, una exuberante Miss Universo, una musa del cine que se ha pasado a la televisión, etc.- que Sorrentino emplea apenas como herramientas para poner en escena determinados gags y excentricidades visuales. La estética publicitaria cae a plomo sobre el trazado dramático del filme, con todo su artificio, y cualquier intento de extraer algo de verdad poética es devorada por la insistente presencia de un director determinado a demostrar su supuesto (in)genio en cada plano.

La energía visual, el lirismo felliniano, el desencanto y el cinismo, así como la orgánica fragmentación dramática de La gran belleza están completamente ausentes de Youth y su supuesta celebración de la belleza de la juventud a través los ojos de la vejez. Los momentos en los que dos animales de la interpretación como Caine y Keitel comparten plano y pensamientos, con algunas notas de humor blanco, son acaso lo más rescatable de la película, si bien los contrastes entre la calma y la histeria de las imágenes abocan el relato, incapaz de remontar el vuelo, a un callejón sin salida. Casi todo es falso en este filme, que parece hecho de cara a la galería de espectadores sensibles a los hechizos de la pomposidad arty y el vacío ostentoso. En sus anteriores películas, la excentricidad de Sorrentino a veces nos ha fascinado y a veces nos ha irritado, pero Youth se parece bastante a la película de un farsante.