Image: Pablo Larraín: Los chilenos no fuimos capaces de juzgar a Pinochet

Image: Pablo Larraín: "Los chilenos no fuimos capaces de juzgar a Pinochet"

Cine

Pablo Larraín: "Los chilenos no fuimos capaces de juzgar a Pinochet"

8 febrero, 2013 01:00

Pablo Larraín

Si todo es pasado, Pablo Larraín ha interrogado el presente en 'NO', una original y fiel recreación del plebiscito de 1988 en el que el dictador Augusto Pinochet fue derrotado. Candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera, está protagonizada por Gael García Bernal.

El 5 de octubre de 1988, Pinochet se enfrentó a su pasado en las urnas. Y perdió. Convencido de que el pueblo chileno respaldaría su dictadura, el régimen había convocado un plebiscito para legitimarse y, contra todo pronóstico, salió humillado y derrotado.

La historia de cómo Chile perdió el miedo y dio un paso al frente es justamente la historia de NO, la tercera película de Pablo Larraín, candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera, y la más luminosa de la trilogía que Larraín ha dedicado a radiografiar las heridas de un país en el que, pese a todo, siguen habitando los fantasmas de los muertos, el dolor y los crímenes. "Todo el mundo conoce cómo llegó Pinochet al poder, todo el mundo conoce el golpe de Estado de 1973, la muerte de Allende, el bombardeo de la Moneda, pero muy poca gente sabe cómo perdió el poder. Y es una historia que contiene una épica propia, no inventada por un guionista, sino por el propio pueblo chileno, que se movilizó para sacar del poder a un dictador. Y eso es lo llamativo de la historia, porque los dictadores normalmente no salen del poder por procesos democráticos", explica Larraín a El Cultural.

Protagonizada por Gael García Bernal, y basada en la obra de teatro El Plebiscito, de Antonio Skármeta, cuenta la historia de la caída de Pinochet desde un punto de vista inédito: el del equipo de publicistas encargados de diseñar la campaña televisiva con la que la oposición a la dictadura pelearía por derrocar al gobierno, en su primera ocasión desde el golpe de estado de aparecer con voz propia en televisión. Rodada con una cámara de vídeo UMATIC del año 1983, un formato en total desuso, la película establece un diálogo entre las imágenes de archivo y las de la ficción, prácticamente indistinguibles, que se unen en una especie de presente continuo que apunta a la pervivencia en el presente chileno de fantasmas todavía no resueltos de su historia.

"Hicimos muchos tests -explica el director- y nos dimos cuenta de que era imposible conseguir el resultado que queríamos filmando en HD y luego modificándolo en postproducción. Por tanto, era necesario hacerlo en un formato de la época, para que el material de archivo se integrara perfectamente en el relato y no hubiera una ruptura. Así, el material documental pasa a ser ficción y la ficción se acerca al documental". Y añade: "Cuando me preguntan estas cosas me doy cuenta de que la película funciona, porque todo el material de archivo es real, no hay nada refilmado para la película. Todos los anuncios son reales". La película, que en su superficie es un relato épico de la caída de un tirano, contiene algunas bombas de relojería que pueden detonar en la cara de los espectadores más despistados. La más estremecedora es la demostración de cómo las mismas imágenes pueden servir para contar (y vender) una cosa y la contraria. Porque eso es justamente lo que hicieron los responsables de la campaña pro Pinochet: replicar los anuncios antigubernamentales dotándolos del contenido opuesto. Nada que no haya demostrado cualquier filme de remontaje y found footage. Frente al primer discurso que puede leerse en la película, el de las imágenes como vehículo de cambio, NO contiene otro menos militante, pero más perturbador: el de las imágenes como vehículo de manipulación y mentira, cuerpos vacíos que son capaces de albergar cualquier contenido. ¿La victoria de la publicidad por encima del mensaje político?

Paisaje tras la dictadura

"Las razones que tiene el protagonista para no politizar el mensaje", explica Larraín, "es que todo comentario político en aquel momento iba a generar más miedo y probablemente una reacción más violenta. Por eso decidieron hablar de cosas agradables, y prometer un país luminoso, que se iba a levantar después de una dictadura. Más que vaciar el discurso político lo llenaron de ideas positivas, de un optimismo que en Chile no existía. Cuando la campaña salió al aire fue muy impactante por lo original, fresco y novedoso. Nadie se había esperado una iniciativa así. Pero no creo que hubiera un vaciado, sino que llenaron el discurso político de cosas que tenían más que ver con la vida, la memoria, la esperanza, antes que con ideas puramente políticas. De lo que se trataba era de decir: ‘Saquemos a este señor y luego ya veremos'. Eso es la alegría. Y lograron acabar con el miedo".

Como en otras películas de Larraín, el protagonista es un personaje algo despegado de la realidad que le rodea, un militante algo cínico y desencantado: "Es un personaje con poca implicación, pero quiere echar a Pinochet. Eso es lo que le mueve. Lo interesante es que repite su discurso tanto para sacar a Pinochet como para vender un producto publicitario. Y eso tiene que ver con que en Chile nosotros expulsamos a Pinochet pero también negociamos con él, nos quedamos con su modelo económico, abusamos de él, no fuimos capaces de juzgarlo. Pinochet murió libre y millonario, por eso cuando finalmente ganan siente una desazón muy grande".

Larraín implicó en el rodaje de la película a algunos de los políticos protagonistas reales de la historia, que aparecen interpretándose a sí mismos, creando una extraña continuidad espacio-temporal entre el pasado y el presente, entre el documental y la ficción, entre el archivo y la recreación, con un salto de veinticinco años.

"Me pareció interesante hacer un ejercicio de memoria a través de esas personas también -matiza Larraín-. Tuvimos que rodar de nuevo cosas que ya habían sido filmadas. Lo que hacemos es volver a pensar lo pensado, a soñar lo soñado... En la película aparecen con la misma ropa que usaron entonces. Sólo cambian sus cuerpos, que son veinticinco años más viejos. Ese ejercicio era una de las cosas que más quería hacer". El gran cineasta chileno de la memoria, Patricio Guzmán, que en 1996 volvió a Chile para mostrar su película sobre el gobierno de Allende, La batalla de Chile, filmó las reacciones del público ante ese pasado casi desconocido, veinte años después, creando una nueva película, La memoria obstinada (1997) que reflexiona sobre la pervivencia del pasado en la actualidad. NO también se plantea la posibilidad de que el pasado no sea más que una capa del presente, algo escondida por el polvo de lo cotidiano. "El propio Guzmán, en su última película, Nostalgia de la luz (2010), plantea una tesis fascinante: que todo es pasado, lo que nos obliga a revisarlo bien, a mirarlo con claridad y con foco. Las películas que miran atrás no sólo son necesarias sino que son revitalizadoras", sentencia Larraín.