Image: Paul Thomas Anderson: Trabajo para seguir rodando, no para la historia del cine

Image: Paul Thomas Anderson: "Trabajo para seguir rodando, no para la historia del cine"

Cine

Paul Thomas Anderson: "Trabajo para seguir rodando, no para la historia del cine"

4 enero, 2013 01:00

Paul Thomas Anderson durante su presentación de The master en el pasado Festival de Venecia

Dicen que es el nuevo mesías del cine estadounidense. Y puede que lo sea un creador que tiene en su currículum películas como 'Boogie Nights', 'Magnolia' y 'Punch-Drunk Love' y que se siente parte de una lista de directores integrada por Tarantino, Linklater, Wes Anderson, Spike Jonze, Aronofski o David O. Russell. Ahora llega a la cartelera española con The master, un raro prodigio de belleza y profundidad pocas veces contemplado en una pantalla.


Decía el escritor Kurt Vonnegut que uno puede acabar siendo lo que finge ser. "Por eso hay que tener tanto cuidado con las apariencias", añadía. Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, 1970), por ejemplo, hace tiempo que aparenta ser el mesías de ese raro invento llamado cine. Y puede que, si no pone la atención necesaria, acabe por serlo. The master, su último trabajo, desde luego, no ayuda a despejar prejuicios. Desde el primer minuto es un raro prodigio de una belleza y profundidad pocas veces contemplado.

Basada, más o menos, en la vida de L. Ron Hubbard, el creador de la cienciología ("No es un ataque. Lejos de mi intención insultar a amigos como Tom Cruise, al que se la enseñé después de acabada", puntualiza), la cinta cumple un preciso e iluminado recorrido por la vida de dos hombres arrojados a la titánica y desesperada tarea de encontrar y dar sentido. Philip Seymour Hoffman y un recuperado Joaquin Phoenix, tras cuatro años de desesperación y locura ("Nunca dudé de él. Sabía lo que estaba haciendo"), son los encargados de animar este encendido y magistral viaje al fondo de las cosas con fondo.

Una vida fracturada

Y así, siguiendo el hilo de su obra anterior, otra vez un hombre es abandonado al quizá fútil empeño de reconstruir una vida fracturada; de nuevo son puestas en cuestión todas las palabras que legitiman y dotan de significado a cada uno de los actos; de forma recurrente la figura del mentor (padre, familia, Dios o patrón) es aniquilada por la absoluta certeza de la más profunda de las incertidumbres... Y todo ello, que también cuenta, con la nitidez del formato casi olvidado de los 70 milímetros ("No tiene que ser patrimonio de David Lean y las películas de romanos. Te hace sentir la imagen de manera distinta y por eso ayuda a comprender con nitidez el drama").

Sea como sea, Anderson nos recibe en el hotel Bristol de París recién levantado. Se encuentra allí a medio camino de casi todo: entre la temporada de premios en EEUU y Europa, entre las vacaciones y el trabajo, entre la vigilia y el sueño, entre los oficios de padre y cineasta... "La verdad es que mis críos [tiene tres] se lo están pasando como nunca. Otros años pasamos las Navidades en Nueva York y tras unos días ya se quieren volver. Ahora, justo lo contrario". Y así, claro, uno pierde de vista que está delante del que dicen que es el nuevo mesías.

-La primera película suya que tuvo repercusión fue Boogie nights, una particular aproximación al mundo del porno antes de la irrupción del vídeo; usted vive en el valle de San Fernando, la capital del porno. Le supongo un experto en la materia pues. ¿Está a favor de la obligación de usar condones en las películas porno?
-Buen arranque [rompe a reír]. Todo empezó por unos cuantos casos de Sida. Hubo un intento de forzar que los actores se autorregularan, que la gente del porno hiciera de policía de sí mismos y, como no funcionó, se impuso la obligación de usar condones. Lo que sí puedo decir es que está siendo un desastre para la industria local. Las películas se siguen haciendo, pero en otros estados fuera de California.

-Tendrá que rodar una segunda parte de Boogie nights.
- [Se ríe] Quizá la haga en algún momento.

Relaciones paternofiliales

-Vayamos a The master. De nuevo en su cine vemos otra vez un análisis pormenorizado de la relación entre un padre y un hijo. ¿Por qué esa obsesión?
-En este caso, no es exactamente eso. En ciertos aspectos, es como si los dos personajes principales estuvieran casados y a la vez establecieran entre ellos la misma relación de un hijo con su madre, en el sentido judío del término. Muy intensa, siempre conectados. Por otro lado, existe una especie de relación entre amo y sirviente. O entre hermanos, incluso. Bueno, la pregunta era por todas las veces que he repetido este mismo esquema. La verdad, no encuentro una manera apropiada de responder. Creo que es algo completamente casual, no hay nada intencionado.

-Me va a permitir que haga de psicoanalista. ¿Qué clase de relación tuvo con su padre?
-[Se ríe] Fue una relación muy buena [era actor y murió cuando Anderson contaba con 12 años]. Nada torturada. Quizá ahí está la explicación que anda buscando. Tal vez en mis películas busque el conflicto que, desde luego, no ha existido en mi vida. El conflicto, de alguna manera, lo tuve con mi madre. A mi padre le idolatraba, que, en realidad, también es una forma no normal de relacionarse con un padre. Durante muchísimos años, me negué a ver algo negativo en él. Y eso ciertamente es enfermizo. Cuando creces y tú mismo llegas a ser padre, te das cuenta de eso.

-Se necesita, acaso, odiar, matar al padre...
-No diría tanto, pero sí aceptar como algo necesario un cierto enfrentamiento. Está claro que esa relación de absoluta adoración que yo mantuve con el mío no es normal. A determinada edad, uno tiene que rebelarse contra la figura paterna.

-¿El primer impulso para llegar a ser director se podría entender en esta situación que está contando con sus padres?
-Fue algo muy personal. Digamos que vino de mí. Probablemente, y al hilo de lo que estaba contando, fue mi madre la que más me animó a dedicarme al cine. Recuerdo que tras ver Rocky le dije, para su disgusto, que quería ser boxeador. Y ella me dijo algo muy inteligente: "Ten en cuenta que Rocky también rodó la película [en realidad fue John Avildsen el que dirigió la primera. Stallone rodó y protagonizó las siguientes]". Lo recuerdo perfectamente. Con la misma claridad con la que me acuerdo cómo Stallone se desayunaba los huevos crudos justo antes de salir a correr por las mañanas.

- ¿Y cómo fue el proceso desde Rocky hasta la decisión de rodar una película?
- Estoy convencido de que aunque hubiese nacido en Madrid en lugar de en Los Ángeles hubiera acabado igual. De hecho, mis padres estaban bastantes asustados conmigo porque desde los siete años ya tenía clara mi vocación de cineasta. Nada más. Nunca he tenido plan B. Por mi parte, creo que era algo psicótico incluso. No es que fuera lo único que quisiera hacer, es que, en realidad, no hubiera podido hacer nada más.

La gran mitología americana

-Otro de los asuntos de su cine es la construcción de la gran mitología americana. En este caso es Hubbard, el profeta de una nueva religión; en su película anterior fue Daniel Plainview, el constructor de un imperio petrolífero. ¿Cuánto le preocupa crear en el cine eso que los escritores llaman la gran novela americana?
-Le haré un símil con el béisbol. Cuando vas a batear, si piensas en hacer un home run [la mayor puntuación posible] estás condenado a fracasar. Lo importante, hagas lo que hagas, es avanzar. Y en eso me concentro. No trabajo para la historia del cine sino para poder seguir haciendo lo que sé hacer, cine.

-Pongamos el caso concreto de Hubbard, ¿cuándo se dio cuenta que en la historia de este iluminado había una película?
-No hubo un momento concreto. Llevaba leyendo sobre él años y estaba intrigado por un tipo tan apasionante.Quizá eso sí que esté en el origen de mis películas: la posibilidad de investigar sobre alguien atractivo. En cualquier caso, luego pasas mucho tiempo dudando y reevaluando el haber tomado una decisión.

-Recuerdo el monólogo final en Pozos de ambición; un discurso vorazmente religioso. Ahora vuelve a tratar el asunto. Me pregunto cuál es su relación personal con la religión.
-No soy realmente un creyente o, mejor, lo soy a mi manera. Desde muy pequeño, todo lo que tiene que ver con la religión, con ir a la iglesia los domingos y esas cosas me resultó profundamente aburrido. Siempre lo he tenido como una carga, como hacer los deberes. Digamos que me empecé a interesar de nuevo por ella cuando leí Al este del Edén, de John Steinbeck. La aproximación que hace la novela a ciertas historias de la Biblia me hicieron reflexionar sobre su sentido. De repente, descubrí las fantásticas historias de sexo y sangre que me había estado perdiendo por no prestar atención. Es uno de los mejores libros que he leído. Aunque, la verdad, no tengo claro que esto último tenga mucho que ver con la religión.

La corona del mesías

-Y desde Rocky a ahora ¿cómo se siente cada vez que lee que algún crítico le corona como el director encargado de determinar el futuro del cine? Recientemente, The Guardian ponía sus iniciales (PTA) en lo más alto de una lista de los directores más influyentes vivos; el American Film Institute también...
-Primero sientes confianza en ti mismo y luego crees que te vas a venir abajo. Cuando lees algo así, lo primero que piensas es que están hablando de alguien que no eres tú. Es algo extraño. No es por presumir, pero lo llevan diciendo desde hace tiempo y me siento orgulloso de haber podido crecer al margen de todo este ruido. Lo más importante es poder desarrollar tu trabajo. No puedes estar pendiente de lo que dicen los periódicos y los críticos de ti. En cualquier caso, como todo el mundo, no soy inmune ni a las buenas ni a las malas críticas, que también las hay.

-Coppola dijo maravillas de Punch-drunk love...
-Eso sí que es realmente halagador [se ríe]. He crecido viendo su cine.

-¿Se siente parte de una nueva generación de cineastas? ¿Cree que está cambiando la forma de hablar de Hollywood al mundo en los últimos años?
-Me cuesta trabajo hacer un análisis de conjunto como el que demanda la pregunta. Lo único que tengo claro es que hay muchos buenos directores trabajando ahora mismo. No sé si eso hace la situación diferente a otras épocas. Me siento, aunque sean quizá mayores que yo, de la misma generación que Quentin [Tarantino] y de Richard Linklater. Sí que comparto algo en común con ellos, igual que con Wes Anderson, Spike Jonze, Darren Aronofski o David O. Russell. Pero miro un poco más atrás y encuentro a Jim Jarmusch, Spike Lee, John Sayles...

-¿Se atrevería a proponer alguna característica que diferencie a las dos generaciones?
- Nosotros somos unos privilegiados y hemos heredado una situación que ellos consiguieron cambiar. Antes había muchas menos posibilidades de financiar una película. Sólo los estudios lo hacían. Y ellos rompieron esa barrera. Ahora, hay más garantías de hacer rentable una película independiente y dispones incluso de más dinero. Se trabaja más libremente que antes. Y también es interesante que gente como Linklater o Steven Soderbergh cuando trabajan para los grandes estudios consiguen a la vez hacer algo muy personal y capaz de llegar a una gran audiencia. Creo sinceramente que, pese a todo, ahora mismo es un muy buen momento para el cine.