Cine

Malas temporadas

Director: Manuel Martín Cuenca

17 noviembre, 2005 01:00

Xor Oña y Leonor Watling en Malas temporadas

Intérpretes: Javier Cámara, Nathalie Poza, Leonor Watling / Guionistas: A. Hernández y M. Cuenca. Estreno: 18 noviembre. 115 min.

Al menos tres (Obaba, Sud-Express y Malas temporadas) de las cuatro películas españolas a concurso en el último Festival de Cine de San Sebastián parecían formar parte de una tendencia que, a la sombra de Robert Altman y sus hijos pródigos, se afianza con testarudez en el cine contemporáneo: las historias corales que multiplican y desvían puntos de vista y centros narrativos, desplazando el motor de un argumento que es tan disperso y azaroso como el de la vida misma. En el caso de Malas temporadas, segundo intento de Manuel Martín Cuenca después de La flaqueza del bolchevique, el tema es, en efecto, la vida a secas: los cambios de rumbo que nos obliga a asumir, los cruces peligrosos que tenemos (y tememos) dejar atrás, la tonta presunción de que todo será igual incluso después del desastre. Mikel (Javier Cámara), ex-profesor de ajedrez que acaba de salir de la cárcel, es un peón que bien puede cruzarse con un alfil llamado Carlos (Eman Xor Oña), cubano que sobrevive haciendo contrabando de puros y obras de arte, y mantiene una relación secreta con Laura (Leonor Watling), reina que a su vez puede cruzarse con Ana (Nathalie Poza), miembro de una ONG cuyo hijo adolescente ha decidido no salir de su habitación ni para comer. Martín Cuenca mueve las piezas de su particular partida de ajedrez siendo consciente de que todas ellas forman parte del mismo equipo, enfrentado a un abismo que es, únicamente, su reflejo. En cualquier momento, lo negro puede volverse blanco porque así es la vida. Y así las cosas, Martín Cuenca observa este trozo de vida intentando encontrar un equilibrio entre los extremos, entre la distancia entomológica y la calidez subjetiva de una cámara que se acerca a sus personajes con transparencia pero sin renunciar a los primeros planos, atrapando la emoción de unos actores -especialmente Poza, Cámara y Xor Oña- que quieren dar lo mejor de sí mismos.

¿Problemas? A veces Martín Cuenca oscurece demasiado los márgenes de su historia y fuerza su sordidez. Si, por poner un ejemplo majestuoso, Paul Thomas Anderson se enfrenta en Magnolia a una catarsis múltiple con la intensidad de quién está reformulando el Apocalipsis, el cineasta español no sabe sobrellevar el cúmulo de desgracias de sus personajes, concentrándolas en un clímax que parece un incendio provocado. Y los incendios no se provocan, deben aparecer de repente, empujados por una lógica narrativa que estalle en combustión espontánea. Es curioso que el deus ex machina de Anderson -esa mítica lluvia de ranas- parezca más lógico que el naturalismo de Malas temporadas. Quizá las historias de esta gente corriente que lucha por seguir adelante con su culpa y sus obsesiones a cuestas no necesitaba de una resolución tal y como está planteada la película. Quizá entonces no era necesario un personaje tan dudoso como el que interpreta Leonor Watling, con canción marlanguesca incluida (velado homenaje al Save Me de Aimee Mann de Magnolia) que suena metida con calzador. Quizá la exageración de alguna de las situaciones que viven los protagonistas de Malas temporadas -la huida en silla de ruedas de Laura, el allanamiento de morada de Mikel- no tenía sentido en el contexto de una película que batalla, durante todo su metraje, por conservar una mirada limpia sobre las cosas. Son peajes que Martín Cuenca paga sin esconderse, con una honestidad nada frecuente en un cine como el nuestro, que juega al ajedrez convencido de conocer unas reglas que a menudo le quedan grandes.