James Watson en varios momentos de su vida. Diseño: Rubén Vique

James Watson en varios momentos de su vida. Diseño: Rubén Vique

Entre dos aguas

Las controversias éticas de Watson, el padre de la genética moderna

Fallecido el pasado 6 de noviembre, la vida del codescubridor de la doble hélice del ADN no estuvo exenta de polémicas.

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El pasado 6 de noviembre falleció James Dewey Watson (1928-2025), codescubridor junto a Francis Crick (1916- 2004) de la estructura —la famosa doble hélice— de la molécula de la herencia, el ácido desoxirribonucleico (ADN).

Justo dos meses antes había muerto otro de los biólogos moleculares que dejó una profunda huella en las ciencias biomédicas, David Baltimore (1938-2025).

Más que decir que con estas desapariciones se cierra una etapa de la biomedicina, lo justo es decir que ellos, junto con otros biólogos y bioquímicos, entre los que quiero recordar, además de a Crick, a Frederick Sanger (1918-2013) y Sydney Brenner (1927-2019), sentaron las bases de la actual era genética. Todos obtuvieron el Premio Nobel; en el caso de Sanger, por dos veces el de Química.

Y no, no me olvido de Rosalind Franklin (1920-1958), sin cuya famosa "Fotografía 51" Crick y Watson habrían tenido mucho más difícil lograr su contribución fundamental, ni de Maurice Wilkins (1916-2004), que, en ausencia de Franklin, compartió con Crick y Watson el Premio Nobel, aunque el conjunto de las aportaciones de Franklin y Wilkins fue bastante más reducido.

En realidad, la nómina de científicos distinguidos de esta etapa de la biología es muy amplia; recuérdese asimismo a, por ejemplo, Thomas Morgan, Oswald Avery, Max Delbrück, Salvador Luria, Max Perutz o Erwin Chargaff.

Después de su memorable trabajo con Crick, en mi opinión lo mejor que hizo Watson tuvo lugar en el ámbito institucional. En 1968, compatibilizando este puesto durante un tiempo con una cátedra en Harvard, fue nombrado director del Laboratorio Cold Spring Harbor, al que sirvió después como presidente, un total de 35 años.

Renovó esa institución privada, que había sido fundada en 1890, centrándola en la investigación sobre las causas del cáncer. Fue también el primer director (1990) del Proyecto Genoma Humano, dependiente de los Institutos Nacionales de la Salud, pero abandonó el cargo solo dos años más tarde, por desacuerdos con el director de los Institutos, Bernardine Healy: se oponía a los intentos de Healy de patentar las secuencias de genes, así como a reclamar cualquier propiedad sobre "las leyes de la naturaleza".

Watson y Baltimore, junto con otros biólogos y bioquímicos, sentaron las bases de la actual era genética

Muy conocido es su polémico libro La doble hélice (1968), en el que, de manera desenfadada y franca (desde su propia perspectiva), presentaba a los científicos que participaron en la búsqueda de la estructura del ADN como seres de carne y hueso, con sus miserias y grandezas, sus ambiciones, simpatías y fobias.

Y, dentro de estos, a Rosalind Franklin le dedicaba comentarios de carácter netamente machistas. (Existen varias ediciones en castellano de La doble hélice, pero yo recomiendo la edición ilustrada, anotada y con unos valiosos apéndices, que la editorial neoyorquina Simon & Schuster publicó, en su inglés original en 2012.)

Pero lo peor llegó con lo que Watson dijo en una conferencia en el 2000: que existe una relación entre etnias e inteligencia, especialmente entre negros y blancos, calificando a los primeros como natural y ¿genéticamente? inferiores a los segundos.

Añadiendo que los judíos —él no lo era— eran inteligentes, los chinos inteligentes, pero no creativos, al haber ido actuando en ellos los procesos evolutivos bajo su sometimiento a rígidas estructuras sociopolíticas; los hindúes eran serviles debido a procesos similares, pero en su caso relacionados con la endogamia de las castas. Posteriormente se retractó, seguramente por las críticas recibidas, pero en sus últimos años se reafirmó en sus ideas iniciales sobre blancos y negros.

En cuanto a David Baltimore, su contribución más importante la realizó junto a Howard Temin (1934-1994), demostrando que determinados virus (tumorales, u oncogénicos) que contenían ARN como material genético —el "mensajero" implicado en la producción de las proteínas— poseían una enzima denominada retrotranscriptasa (transcriptasa inversa), capaz de copiar ARN para dar lugar a ADN.

Este descubrimiento tuvo un gran impacto, ya que hizo posible comprender cómo se replican los retrovirus y la fabricación de proteínas específicas para su uso en medicina. Baltimore y Temin recibieron el Premio Nobel de Medicina en 1975, compartido con el especialista en virus de origen italiano Renato Dulbecco.

Convertido en uno de los científicos más influyentes en el dominio de la biología molecular, Baltimore fundó el Instituto Whitehead en el MIT, fue presidente de la Universidad Rockefeller, donde permaneció hasta la primavera de 1994, cuando regresó al MIT, y en mayo de 1997 fue nombrado presidente del California Institute of Technology.

También fue uno de los firmantes —al igual que Watson— de una carta publicada en Nature en 1974, "Riesgos biológicos potenciales de las moléculas recombinantes de ADN", en la que se llamaba la atención sobre el peligro asociado a "avances recientes en técnicas para el aislamiento y unión de segmentos de ADN, que permiten ahora construir in vitro moléculas biológicamente activas de ADN recombinante", técnicas que "varios grupos de científicos están planeando en la actualidad utilizar para crear formas de ADN recombinante a partir de varias fuentes virales, animales y bacteriales".

Aquella declaración condujo a que se celebrase una famosa reunión en Asilomar (Pacific Grove, California) en febrero de 1975, en la que participaron 150 científicos y que comenzó con una conferencia del propio Baltimore.

La importancia de esa reunión no lo fue tanto porque se recomendase establecer unas guías para la investigación en ingeniería genética, sino porque mostraba la preocupación por parte de los científicos que trabajaban en el campo sobre los peligros implicados en sus investigaciones.

Eso sí, como dejó claro Baltimore en su conferencia, se dejaron al margen, como temas "periféricos a esta reunión", cuestiones como "la utilización de estas tecnologías en la terapia génica o ingeniería genética, que nos conduce a cuestiones como lo que está bien y lo que está mal, complicadas cuestiones de motivación política".

Retrocedía ante "lo que está bien y lo que está mal". Y ahí, creo, se encuentra uno de los grandes peligros no solo de la investigación biomédica, pero sí especialmente en ella dada su íntima relación con la vida.

Se había abierto una puerta que ahora preocupa en relación con la inteligencia artificial: el papel de la tecnología en las ciencias de la vida, un papel que llega incluso a intentar recuperar especies extinguidas. Y esto ¿para qué? ¿Para aparentar mitigar la destrucción de biodiversidad en la que, parece, está empeñada nuestra especie?