De izquierda a derecha, Leonardo Torres Quevedo, Blas Cabrera, Pedro Laín Entralgo, Julio Rey Pastor, Margarita Salas y Juan Rof Carballo. Diseño: Rubén Vique

De izquierda a derecha, Leonardo Torres Quevedo, Blas Cabrera, Pedro Laín Entralgo, Julio Rey Pastor, Margarita Salas y Juan Rof Carballo. Diseño: Rubén Vique

Entre dos aguas

¿A quién pertenece un idioma?

Al contrario de lo que dio a entender el director del Instituto Cervantes en su ataque al de la RAE, la lengua no es patrimonio exclusivo de novelistas, poetas o lingüistas.

Más información: El "estilo" en la ciencia

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Si hay algo, biología aparte, que es común a todos los humanos, independientemente de las circunstancias que les rodeen —cuna, educación, medios económicos...—, eso es el lenguaje.

Las "circunstancias" se pueden reflejar en limitaciones de vocabulario, errores gramaticales, incluso semánticos, y por supuesto en jergas propias como la germanía. Pero lo importante es que la facultad del habla nos hace trascender a la mera biología.

Como si fuera una de esas melodías o canciones de las que adivinamos, sin saber cómo, los siguientes acordes, las palabras que surgen de nuestra mente, o que residen en ella sin aflorar mediante sonidos, desencadenan secuencias de razonamientos que orientan parte de nuestra vida.

"Sin la ayuda de las palabras —escribió Charles Darwin en El origen del hombre (1871)—, emitidas o no, no puede realizarse una sucesión larga y compleja de pensamientos, lo mismo que no puede hacerse un cálculo largo sin utilizar cifras o valerse del álgebra".

Desde el punto de vista de la ciencia, cómo surgió el lenguaje en los humanos es una cuestión aún sin resolver. Darwin, también en El origen del hombre, propuso una teoría, que se ha denominado "Caruso". Pensaba que los hombres que cantaban mejor —entendiendo por "cantar" el emitir sonidos no articulados en forma de palabras— eran los escogidos sexualmente por las mujeres, lo cual, a su vez, llevaba a la perfección del aparato vocal, como la cola del pavorreal.

Y una mejor competencia vocal habría inducido un aumento general del tamaño del cerebro, lo que conduciría finalmente al lenguaje como expresión e "interlocutor activo" del pensamiento mental. Se trata de una variante, muy especulativa, de la idea de que el lenguaje se habría desarrollado en varios pasos, de modo parecido a cómo lo hizo nuestro cerebro.

Frente a esa opción está la de que el lenguaje apareciera de repente, sin un desarrollo gradual ni formas intermedias, idea cuyo más célebre defensor fue Noam Chomsky. Pero cómo pudo surgir es algo que nadie ha conseguido explicar. En algún momento se pensó que el gen FOXP2 podría ser el responsable: personas con ese gen dañado muestran dificultades lingüísticas, que transmiten hereditariamente a sus hijos.

De nuevo, algo que ya creía enterrado: "las dos culturas". En una de ellas, los literatos y lingüistas; en la otra, además de los científicos, economistas, abogados, historiadores...

El problema se complica más si tenemos en cuenta que la biología-genética no puede proporcionar una explicación suficiente. Como señala Sverker Johansson en su libro En busca del origen del lenguaje (Ariel, 2021), "una cría de chimpancé carece de capacidad lingüística biológica y jamás podrá aprender del todo a utilizar el lenguaje, ni siquiera creciendo en un entorno social humano. Pero un niño que se vea obligado a criarse sin contacto social y comunicación humana tampoco aprenderá a utilizar el lenguaje. Para ello es necesario que se den una serie de condiciones tanto biológicas como sociales".

Es en esta dimensión del lenguaje, la social, en la que me quiero detener, y la que me lleva de vuelta a la cuestión que mencioné al principio: "¿A quién pertenece un idioma?".

Social implica comunal, de todos. Y, efectivamente, no hay duda, no para mí, de que el lenguaje, codificado en idiomas específicos, es el resultado histórico de las creaciones y aportaciones de personas de todo tipo y profesión. Expresado de otra forma: los idiomas son de todos y de todas las profesiones.

Parece elemental, obvio, pero resulta que para algunos no lo es. Léase, por ejemplo, lo que, refiriéndose a la Real Academia Española, decía en el ABC del 12 de julio pasado un conocido escritor y columnista —cuyo nombre no es necesario recordar; lo importante son las ideas—: "Da la impresión que la verdadera Academia es la que se queda afuera. En cambio, ¿quiénes tenemos ahí? Personajillos de tercera fila, profesores de Derecho Administrativo, arqueólogos, no sé qué".

Sobre lo de que "la verdadera Academia se queda afuera" solo diré que cada uno es muy libre de tener su opinión sobre quién debería estar. Pero no puedo aceptar el notorio desprecio que manifiesta a que formen parte de la RAE un profesor de Derecho Administrativo, el actual director de la Academia, con dos premios nacionales (Ensayo e Historia) y otros muchos logros en el ámbito de la cultura; o un "arqueólogo", que supongo se debe de referir al paleontólogo Bermúdez de Castro, hasta hace poco uno de los codirectores de Atapuerca, Premio Príncipe de Asturias y autor de libros de carácter general que a todos nos enseñan. (No sé si confundir la arqueología con la paleontología es una muestra de ignorancia, o una forma de desprecio a la ciencia).

Parecido ha sido, en el fondo, lo que recientemente manifestó el director del Instituto Cervantes, una institución pública —esto es, de todos—, pero en esta ocasión adoptando una forma más personal, con un ataque al director de la RAE resaltando su condición de abogado y señalando que él, un filólogo, se entendía mejor con la Academia cuando eran directores de la misma Lázaro Carreter, García de la Concha o Villanueva.

Detrás de declaraciones como estas subyace la idea de que la lengua española, y por tanto la RAE, una institución no gubernamental, debe ser patrimonio exclusivo de novelistas, poetas o lingüistas.

De nuevo, algo que ya creía enterrado: "las dos culturas". En una de ellas, los literatos y lingüistas; en la otra, además de los científicos, economistas, abogados, historiadores, etc. La España cutre que ignora lo que es realmente el mundo y la cultura.

La ciencia, a la que estas páginas semanales están dedicadas, forma parte del lenguaje. ¡Qué Diccionario de la Lengua Española, el de la RAE y ASALE, sería sin sus voces! A fecha del 24 de octubre de 2025, en él el número de acepciones técnicas es de 12.753 (2.633 de medicina, 958 de biología, 854 de física, 808 de química...).

Y quiero recordar que han formado parte de la RAE, entre otros, los matemáticos Benito Bails y Julio Rey Pastor; los físicos Blas Cabrera y Julio Palacios; los médicos Amalio Gimeno, Santiago Ramón y Cajal —aunque el gran histólogo nunca llegó a tomar posesión del sillón I para el que fue elegido—, Gregorio Marañón, Juan Rof Carballo, Pedro Laín Entralgo y el psiquiatra Carlos Castilla del Pino; el químico y farmacéutico José Rodríguez Carracido; la bióloga molecular Margarita Salas; el entomólogo Ignacio Bolívar, el zoólogo Rafael Alvarado, más algunos ingenieros, entre ellos el gran Leonardo Torres Quevedo.